Mansedumbre de la novela social
Gonzalo Torné
Sigo con interés la trayectoria del crítico David Becerra Mayor que a cierta distancia de los cauces habituales que ofrece la reseña periodística ha intervenido en el debate literario con una recusación general a la novelística guerracivilística (el ripio, oportuno, es mío), y ha contribuido no solo a la justa recuperación sino también al entendimiento de novelas bandeadas como La mina de Armando López Salinas. Le tengo por un crítico de convicciones, con una dirección de trabajo, determinación y criterio; una lujosa excentricidad, vamos.De manera que me ha sorprendido leer, en una entrevista concedida a El Confidencial el siguiente titular: "La crítica solo critica a los escritores que hacen novela social", donde el primer "crítica" se refiere a la institución, y el segundo funcionaría como sinónimo de "dejar mal". Y digo que me ha sorprendido porque si a un fenómeno hemos asistido en los últimos años ha sido al revival de la "novela social". La crítica (como institución) ha entronizado a Rafael Chirbes, la literatura combativa de Isaac Rosa ha seguido recibiendo el refrendo (merecidísimo) de lectores y compradores... pero sobre todo hemos asistido a una inundación de novelas donde se ponía en primer plano diversas cuestiones "sociales": la crisis, el 11-M, los desahucios, la precariedad laboral...
Muchas de estas novelas no solo eran deplorables literariamente sino que al trasladar las "cuestiones sociales" del plano de la responsabilidad y las soluciones políticas al teatrillo de la sentimentalidad personal reducían problemas de alcance colectivo a un discurso quejumbroso e inane, desactivado políticamente. Donde los escritores "ombliguistas" de la década pasada nos contaban con gran cursilería que les abandonaba la novia o la inspiración nos han contado en esta que perdían el curro o el piso sin abandonar la cursilería. Todas estas novelas "sociales" han ocupado muchísimo espacio en prensa y la crítica (como institución) las ha elogiado con puntual entrega a la inercia.
Estoy casi convencido de que no digo nada que con matices no suscribiría Becerra Mayor. Al fin y al cabo la imprecisión que creo detectar es atribuible al efecto distorsionador de la entrevista: ante un libro (El realismo social en España) dedicado a explicar las causas por las que ya nadie lee a López Salinas, López Pacheco o Antonio Ferres (autores del siglo pasado) insiste de manera algo tontuna en proyectar estos juicios sobre la "rabiosa actualidad".
Sea como sea propongo de manera preventiva que se distinga entre "novela social" y "novela política" entendiendo la segunda como la plasmación literaria de una serie de problemas (y la capacidad de proyectar soluciones) que atañen al espacio público, y englobar en la primera categoría cualquier narración que se valga de "elementos sociales" para integrarlo en un relato sentimental que suponga la prolongación del costumbrismo por otros medios. Después de todo: no se me ocurre mayor mansedumbre literaria que tratar la corrupción y la crisis como si fuese un desastre natural en lugar de esclarecer y denunciar (retratándolos con precisión literaria) a sus responsables.
@gonzalotorne