Gonzalo Torné

En ocasiones conviene echarle una mirada a polémicas del mes anterior no tanto para intervenir en ellas a toro pasado como para estudiar con cierta calma la legitimidad o validez de los mecanismos que la sustentaban, y si resultan ser una estafa estar más alerta y precavido la próxima vez. Este verano ha sido durante varias semanas trending topic el palabro "turismofobia". El contexto en el que hizo su aparición fue el debate (cada vez más intenso en mi ciudad, Barcelona, pero supongo que más o menos exportable a cualquier espacio urbano con atractivo turístico) sobre los beneficios y las desventajas del paso de una masa creciente de turistas.



En la Red se exponían, de manera aislada, como si cada uno bastase por sí solo para dirimir el caso, argumentos en ambos sentidos. A favor: que la oleada turística es un refrendo de que uno vive en un sitio de clima atractivo, y rodeado de reclamos naturales y logros culturales; y que deja atractivos réditos económicos. En contra, por lo menos tres frentes abiertos: el encarecimiento del alquiler (al que tanto contribuye la así llamada "economía colaborativa"), los hábitos incívicos de los visitantes que "dificultan el descanso de los vecinos", y el empobrecimiento de la variedad comercial, colonizada por cadenas de ropa barata y restaurantes de comida discutible a precios imbatibles.



En este contexto varios usuarios empezaron a dar la matraca con el término "turismofobia". Su ventaja es que polarizaba un debate complejo y con diversas variables a un juego de oposiciones excluyentes. Un estar a favor o en contra. O amas el turismo o lo odias. Me gustaría escribir que "para mi sorpresa" (pero en honor a la verdad debo escribir "como era previsible") el personal picó y se empezaron a derramar por la red aventuras privadas elevadas a argumentos "a favor" o "en contra", paralogismos del tipo: "todos somos turistas", y en el colmo de la lisura argumental a colgar fotos de barrios de chabolas para demostrar que allí donde el turismo no acude se vive peor (en realidad, cuanto peor se vive más indefensión siente el local ante un turista que va a llegar igual).



No entraré en el fondo del debate, entre otras cosas porque planteado así no tiene "fondo", pero sí en su mecanismo, pues cada vez lo reconozco más en Redes y en columnas de opinión: se trata de desbaratar el diálogo introduciendo un término que reduce el campo de debate a una mera oposición (un interruptor sin otro juego que la posición de encendido y la de apagado) donde se nos exige "tomar partido".



Al fin y al cabo el turismo no es una entidad homogénea que siempre se comporta igual y vale lo mismo. Tiene, por decirlo en términos más o menos matemáticos, "funciones", maneras de articularse. Y de lo que se trataba en un principio era de debatir qué clase de turismo queremos y nos conviene, precisar las cesiones y las exigencias. Empresa baldía en cuanto se introduce y se acoge un término como "turismofobia" que desbarata cualquier matiz con el magnético atractivo de la polarización, al grito que tanto gusta a hiperventilados emocionales y tarugos de todo pelaje: "Venga, déjese de milongas y mójese de una vez, con quien está, ¿a favor del turismo o en contra del turismo, con Don Pepito o con Don José?".



@gonzalotorne

La guerra, tuiteada Llevan ya 10.800 tuits pero es que la empresa que se han propuesto es larga y peliaguda, y también ambiciosa. Me refiero a la cuenta "WW2 Tweets from 1939" (@RealTimaWWII) que desde Inglaterra y bajo el mandato de Alwyn Collinson se ha propuesto tuitear en tiempo real (más o menos) los seis años que se prolongó la Segunda Guerra Mundial. Los tuits combinan noticias, mapas, fotografías, diagramas y teorías... y realmente supone una novedad en la manera de exponer el relato histórico, una suerte de boletín radiofónico sofisticadísimo. La parte más interesante es, a mi juicio, el "tiempo real", como no podía ser de otra manera tratándose de Redes Sociales. Disfrutará más de la experiencia quien haya seguido la cuenta desde el principio y haya podido consultar día a día el avance político, militar y económico de los distintos contendientes. Una vez terminada la "representación" lo cierto es que la disposición de los tuits (y su lento scroll) convierten la tarea de consulta en una actividad pesada, casi titánica; y sale mucho más a cuenta seguir la historia en un libro o verla en un documental.