Gonzalo Torné

Uno de los mejores giros argumentales de la trama de la "inteligencia artificial" no lo ha dado la ciencia ficción sino los estudios académicos y convencionales. Se trata de la posibilidad (ya comentada en esta página) de que la inteligencia artificial ya esté plenamente desarrollada y que la vida que creemos llevar responda a una simulación virtual que podría obedecer a varios propósitos: desde lúdicos a epistemológicos, protagonizados tanto por los hombres del futuro como por máquinas conscientes.



Casi por instinto todos los lectores se rebelan contra esta posibilidad: lo que vivimos se siente demasiado real para ser un simulacro, pero pensémoslo dos veces, ¿con qué otra realidad podemos comparar la "nuestra"? ¿Y si es así como se "siente" una realidad virtual, y desconocemos la intensidad y la profundidad de lo que supondría experimentar la realidad real? La sección más intrigante de la ciencia incluso le ha dado una nueva función al sueño dentro de este marco: una experiencia simulada de descanso para intensificar la sensación de realidad (de duración, de solidez) de la existencia virtual en la que se nos ha encajado y programado.



Los científicos (me perdonarán esta generalización medio insultante, suscitada por mi desconocimiento) le han dado una nueva vuelta de tuerca al asunto, que de momento se mantiene recluido en el vertiginoso plano de las hipótesis. ¿Y si el universo entero fuese una simulación virtual? La discusión se desarrolla a niveles de abstracción que se me escapan por completo, pero entresaco por lo menos tres argumentos intuitivos. El primero es que todo en el universo parece diseñado para que encaje perfectamente. Las leyes que lo rigen, a medida que las vamos descubriendo, resultan casi "demasiado" perfectas.



El segundo es que tanto la materia como la energía parecen granulares, una especie de pixel, que viene a ser el átomo de la imagen digital; claro que tras cualquier imagen (digital o) no nos encontramos con moléculas y átomos, y aquí reencontramos el pixel a niveles subatómicos.



El tercero es que el universo parece funcionar mediante líneas matemáticas, justo como si fuese un programa de computación. El físico John Wheeler acude al rescate por si nos hemos perdido en este paso: puede que la naturaleza no esté regida por la matemática como suele creerse sino que sea información pura, como los 1 y los 0 que emplean los ordenadores: "la estructura de la materia en la escala más pequeña a la que tenemos acceso se confunde con una serie de bits que realizan operaciones digitales".



El problema de que todo el universo sea una simulación virtual sería, si no he entendido mal, que no hay instancia con la que contrastarlo, y por lo tanto no hay manera, por emplear el esquema paranoico de la ciencia-ficción, de "descubrir el pastel". ¿Qué más da vivir en un mundo creado por Dios, por la combustión espontánea del vacío o perpetrado por un ordenador si no podemos experimentar que supondría existir en la alternativa?



La hipótesis, además de divertida, puede servirnos para algo más práctico: diga lo que diga la razón nos parece menos "serio" un mundo organizado por computadoras que por la materia, de manera que según esta hipótesis nos inquiete o nos alivie sabremos nuestro grado diario de aquiescencia con el mundo.

¿Silencio?

No lo digo yo: lo dice la lucha de las especies (y quizás también lo diría el "gen egoísta" si se dejase interrogar) existe una competencia continua y tácita entre las distintas redes sociales, cada una con sus cualidades y limitaciones técnicas que condicionan el comportamiento y el perfil de sus parroquias. Por nuestros lares, al menos durante estos meses un tanto cruzados, se ha añadido un argumento de peso a favor de Instagram: el silencio que reina allí y que resulta liberador en contraste con el barullo que se impone en otras regiones digitales. No niego que navegar entre imágenes bellas pueda resultar sedante, pero sorprende la metáfora en la medida que otras redes sociales como Twitter y Facebook son en principio silenciosas (se escribe, no se habla) y que pocas cosas pueden ser tan perturbadoras como una serie de imágenes que exponen sin darte la oportunidad de replicar o dialogar. Así que algo muy raro está pasando en el distrito digital si consideramos la escritura ruido y la imagen una invitación a la placidez y el sosiego.