Gonzalo Torné

Hace tiempo que pondero la posibilidad de aprovechar este espacio para "abrir el melón" del siguiente debate: ¿no deberían los políticos al resultar elegidos para un cargo representativo, en el Congreso o en el Senado, desactivar temporalmente sus cuentas de Twitter? Ya sean del partido que voto (sin el menor entusiasmo) o del partido más alejado a mi sensibilidad suscita un bochorno casi intolerable verles entregados al bloqueo a mansalva, al paralogismo más o menos idiota, a remover la hemeroteca como si matizar las opiniones no fuese un signo de humanidad y el único valor político fuese la inmovilidad lítica, a propagar bulos a mansalva y a esa actividad ínfima de la polémica conocida como "zasca". Es decir, entrando y saliendo como hacemos la mayoría en las redes sociales de los estratos inferiores de la argumentación con la diferencia que ellos, en un mundo ideal, deberían representarnos: es decir, deberían articular y vehicular discursos más o menos complejos, versiones depuradas y efectivas de lo que nos bulle en la cabeza... Propósito bastante incompatible con su actividad cotidiana en el tajo de la Red.



Me ahorro los ejemplos.



No me decidía a escribir el párrafo anterior por dos motivos: primero porque creo en la capacidad que tienen las personas de modular su comportamiento, y segundo porque al fin y al cabo donde se desarrolla su labor de representación es en los distintos parlamentos.



Si me arranco ahora con este tema es porque tras ver un número inaudito de sesiones parlamentarias me ha impresionado corroborar que también allí la gran mayoría de sus señorías se dedica en el asiento a toquetear con voracidad sus teléfonos, a comentar la jugada en redes sociales, a entregarse a los paralogismos, a falsear los discursos ajenos y a no escuchar nada o muy poco. Que no cierren las cuentas de Twitter si les parece excesivo, pero quizás podríamos pedirles que dejen sus teléfonos en la entrada y simulen al menos escuchar.



Al ver a una de sus señorías hablando en la tarima mientras sus rivales (¡y algunos colegas!) se entregan a diversas variedades de intercambio digital me apetecía sugerirle una estrategia bastante infalible que practico cuando voy a comer con un adicto. Consiste en abrir, al tercer mensajito, un ejemplar de cualquier periódico en formato sábana (les recomiendo The Daily Telegraph o un ejemplar viejo del Corriere della Sera) e interponerlo entre nosotros y el comensal. De manera que las palabras puedan circular pero quedemos los dos, en cuanto a desatención, en igualdad de condiciones.



De todas maneras estoy casi seguro de que el consejo caerá en saco roto. Dada la fruición con la que sus señorías se aplican al teléfono en cuanto se acomodan en su escaño es muy probable que el orador esté deseando terminar para entregarse al bloqueo a mansalva, al paralogismo más o menos idiota, a remover la hemeroteca como si matizar las opiniones no fuese un signo de humanidad y el único valor político fuese la inmovilidad lítica, a propagar bulos a mansalva y a esa actividad ínfima de la polémica conocida como "zasca".



O dicho de otro modo: que más que un espacio donde se foguean los tertulianos del futuro las Redes Sociales sean ahora mismo una especie de loca academia de señorías.

Contra el bulo

Durante un tiempo fui un firme convencido de que una de las ventajas de participar en las Redes Sociales era la posibilidad de asistir a cómo se desarticulaban falsedades que la falta de espacio, las prisas y el interés dejaban pasar como ciertas. Sigo creyéndolo pero he asistido a que las mismas características que facilitan a las redes la desarticulación de falsedades pueden ponerse al servicio de la confección de bulos pedestres pero efectivos. Lo que hacía falta, como en casi todo, era sistema. Y sistema y perseverancia tienen en la cuenta malditobulo, que les recomiendo seguir casi como vacuna indispensable para moverse por el mundo (los bulos digitales se propagan sin aranceles hacia el territorio analógico). A mi juicio actúan sin inclinaciones ideológicas, movidos por una suerte de compromiso moral e higiénico y según declaraban en una entrevista reciente trabajan con una directriz que es también un finísimo diagnóstico de nuestro tiempo: "El sentimiento es el caldo de cultivo perfecto para que te la cuelen". Que desmontes bulos a tiempo casi real, y los que afectan a nuestro día a día político invita a que les aplaudamos con más convicción.