Agustín Fernández Mallo

La arena, por su uso en toda clase de construcciones, es hoy uno de los bienes más preciados del planeta. Pero la arena de playa no puede ser usada para edificar, y el motivo es casi escultórico: los granos de arena de la playa son de contorno redondeado, carecen de aristas, vistos con lupa son como piedras de río, una infinidad de cantos rodados. Por ello, cuando se mezclan con el cemento apenas hay rozamiento, no ligan, no emulsionan, caen al fondo de la mezcla. Para obtener cemento se necesitan granos de arena provenientes de canteras recién trituradas, arena de contorno rugoso, llena de aristas y picos; sólo gracias a su rugosidad esos granos de arena producen la adecuada resistencia, no caen al fondo de la mezcla, dan solidez a la pasta final.



Esto que acabo de escribir cualquiera podría convertirlo en metáfora de multitud de cosas. Sin ir más lejos, de los conflictos entre el Estado (cemento) y sus ciudadanos (granos de arena), o entre el Estado y los territorios que lo conforman. Es tan fácil que ni merece la pena. Y podría además esa metáfora funcionar perfectamente en ambos sentidos, cargar de razón a cualquiera de las partes. Ésa es la grandeza y derrota de cualquier texto, que tanto vale para todo como para nada: pura literatura.



Sólo hay una clase de textos acerca de los cuales hemos convenido que por practicidad y fluidez en la convivencia no deben ser excesivamente literaturizados: las leyes. Quien usa el texto-ley como metáfora (es decir, como una novela), ha de ser consciente de que está ejecutando la escapista pirueta posmoderna, lo posmoderno elevado a lo Real Absoluto, algo así como: incluso las leyes son novelas, no tratan de estructuras de Estado ni de ciudadanos realmente existentes sino de un metafórico cemento y de sus granos de arena. Dábamos por muerta la posmodernidad. A tenor de lo visto, qué va.



@FdezMallo