Gonzalo Torné

Los deplorables "índices de lectura" que se publican cada cierto tiempo en nuestro país tienen cierto truco. Son, en efecto, bajísimos, e inducen a un particular desasosiego cuando explicitan sin mayores reparos que una enorme cantidad de nuestros conciudadanos jamás lee ni tiene la menor intención de hacerlo.



El truco está, por supuesto, que enredados como vivimos entre los hilos de la telaraña digital incluso los ciudadanos poco inclinados a la lectura no hacen otra cosa que leer. De manera que el hábito perdido o nunca aprendido es el de sentarse en una cápsula de relativo silencio y pocas interrupciones (me permito imaginar unas condiciones ideales) para dejar espacio en su mente a un discurso o a una narración prolongada.



Pero leer (lo que se dice leer) lo hacemos todo el tiempo, y no me refiero al intercambio social de mensajes (que se parece más una conversación oral que escrita) sino a ese entrar y salir continuo en el "medio periodístico". Los estudiosos aseguran que el hombre promedio jamás había pasado tanto tiempo deslizando los ojos sobre textos periodísticos, esto es: pensados para informar o valorar los hechos del presente, y con cierto aire (asumido o resignado) de caducidad.



Convendría elaborar una lista de los peligros que estos hábitos de exposición pueden provocarle al lector. Durante mucho tiempo me acosté convencido de que lo más nocivo era la "tendencia" a elaborar titulares sensacionalistas pensados para que el usuario desplegase la noticia (y la publicidad) y que algún desaprensivo ha bautizado ya como "periodismo clicky-clicky". Y que parece una tontada pero que va configurando (por no decir desfigurando) la manera como el periodista enfoca y nos cuenta el mundo.



Entretanto he ido convenciéndome de que hay un peligro mayor, casi una radiación de fondo, cuyo efecto es particularmente nocivo sobre la salud pública. A saber: los artículos de opinión sobresaturados de hipertrofia emocional. Me explico: son textos donde la reflexión sobre un asunto de interés público, a veces intrincado, se despacha revuelto con la consigna de estados emocionales, peripecias vitales, reacciones sentimentales... Todo un conjunto de experiencias que por su carácter privado (¿cómo va a saber el lector si uno está ofendido o no de verdad?) se mantienen ajenas a la discusión pública, y que al no admitir réplica argumentada inhabilita el espacio para su función principal: el contraste de argumentos. La única reacción posible para el lector pasa por darle la razón al escritor (ofendido o exaltado) o decirle: "mira, nos citas para hablar de un asunto público, qué me importa a mi tu peripecia vital, tus emociones o cómo te lo tomes".



Propongo a los periódicos, portales de noticias, suplementos y revistas que etiqueten sus "productos" para indicar el índice de "lenguaje privado" que contienen sus textos. Así, a quien le parezca pertinente (o clicky-clicky) que cuestiones públicas sean debatidas en términos de anécdotas de infancia, reacciones personales y aproximaciones sentimentales podrán acudir (bajo su responsabilidad) a estos textos, y nos librarán al resto de ciudadanos de esta hipertrofia de lenguaje privado, por no decir grotesca y obscena inundación de infantilismo.

Nuestro partido conservador

A estas hora ya es irreversible: la red de microblogging más conocida como Twitter ha traicionado a sus escuetos usuarios y ha doblado la cantidad de espacios por mensaje. Para mayor escarnio ha sustituido el contador de caracteres por un confuso círculo (de apariencia maligna) con el propósito de que rebasemos el viejo límite por descuido y no nos vayamos enviciando en el exceso. Una estrategia tan astuta como inmoral. Cierto que algunos usuarios se entregaban a encadenar tuits en "hilos", pero jamás nos engañaron, eran fauna y flora de Facebook, inadaptados y propensos a pegar el rollo sin el menor respeto por la mesura ascética. Ante el atropello y el desvío ya se escuchan los primeros murmullos de desaprobación, gérmenes de revuelta. Para que no se dispersen estos actos de resistencia espontánea algunos líderes tratan de condensar el malestar en el Partido Conservador de Twitter (PCT) del que esperamos manifiestos y orientación en estas horas confusas, grises, y para qué mentir, tristísimas. Pero la decisión de luchar está ya sobre la mesa. Seguiré informando.