Image: Nuevas ofensivas de la nostalgia

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Opinión

Nuevas ofensivas de la nostalgia

15 diciembre, 2017 01:00

Gonzalo Torné

La nostalgia es un notorio argumento de venta. Sobre todo cuando se trata de vender productos más o menos artísticos. Implica otra gran ventaja: simplifica mucho el trabajo de los guionistas: la mención a una marca de "prestigio nostálgico" (un grupo de música, una película, un actor) tiene más valor para esta clase de consumidor que un buen diálogo, un argumento complejo o una escena sugestiva.

Al servicio de esta estética de la nostalgia se ha puesto una maquinaria muy poderosa (o en otras palabras: efectiva) que ha ido reduciendo décadas enteras y múltiples experiencias personales a un catálogo limitado de nombres e imágenes. De manera que, por ejemplo, la década de los ochenta suscita en el espectador una nostalgia pensada y confeccionada desde los noventa. O si se prefiere: parte de su carácter más o menos subversivo ha sido mellado y convenientemente empaquetado para su consumo como cita.

El éxito de esta operación (un tanto burda en el plano intelectual y estético) es tan avasallador que no solo arrasan series cojas y efectistas como Stranger Things o películas escasísimas como Guardianes de la Galaxia 2 por la maña con la que engarzar un guiño nostálgico tras otro, sino que han conseguido que esa nostalgia ochentera la experimenten personas a las que en esa década les quedaban entre diez y veinte años por nacer. Es relativamente sencillo asistir a como una corriente de placer estremece el espinazo de muchos usuarios de redes sociales ante la mención a cosas que no pertenecen a su juventud ni a su infancia. Una apoteosis de la nostalgia impostada o de segunda mano.

Este mes hemos descubierto otra faceta de este imperio de la nostalgia. DC, la editorial de tebeos, anunciaba una secuela de Watchmen, obra cumbre del género, que ciertamente "marcó" a muchos lectores de nuestra generación, por su tratamiento adulto de los superhéroes, su severo juicio sobre el neoliberalismo y su exquisita narrativa secuencial. De lo que se trata ahora es de mezclar a los héroes de este universo aislado con los habituales de la casa como Batman o Superman. Si alguien esperaba que las huestes de la nostalgia reaccionasen con alegría al regreso de este hito de su juventud es que no han entendido todavía el celo con el que funciona este populoso sector del respetable. El anuncio (es decir, antes de leer una sola página) ha suscitado una oposición frontal. Las vertientes de la ofensiva son múltiples: judicial, estético, moral... La palabra más repetida es "traición", y si bien no se atreven a usar "pureza" de los argumentos se desprende que los escandalizados por la "profanación" están pensando en ella todo el tiempo.

Los mismos que disfrutan viendo una película nueva salpicada de sus "marcas nostálgicas" (y que a menudo se limitan a ser poco más que una plataforma para esas regurgitaciones) se niegan a que otras manos toquen, maticen o amplíen las reliquias de las que emanan sus "ondas nostálgicas". Dicho de otro modo, el ordo nostálgico impide usar lo mejor de lo antiguo para inspirar algo nuevo y original, al tiempo que premia cuando versiones ya rumiadas de lo antiguo esclerotizan las obras y la inventiva coetáneas. Tal es su doble y contradictorio (por no decir caprichoso) impulso funesto. A ver si nos libramos pronto de esta plaga.

@gonzalotorne

Páginas locales

¿Qué es el ccTLD? Son la siglas en inglés de Dominio de Nivel Superior Geográfico, el código de dos letras que cierra muchas direcciones web, y que a diferencia de los dominios genéricos son gestionados desde el propio país. No son, por lo tanto, un indicativo de la cantidad de páginas que tiene cada estado, pero sí de cuál tiene más páginas "marcadas" con un acento nacional. Entre las primeras plazas encontramos a Francia (con casi tres millones de registros), a Brasil, a China y a Alemania (con casi 16 millones de registros), pero la primera, la número uno (con casi treinta millones de registros) es Tokelau. ¿Dónde diablos está Tokelau? Se trata de un archipiélago minúsculo entre Hawái y Nueva Zelanda, que ni siquiera disfruta de puerto. ¿Cómo se explica este éxito? Según nos cuenta Diego González en su excelente blog el motivo no es otro que la extremada facilidad para obtener un dominio. Por cierto, en el otro extremo, aparecen la Antártida, Corea del Norte y las Islas Marshall, los países con menos registros del mundo.