Luna Miguel

En la presentación de una antología de poesía en uno de los salones de la FIL de Guadalajara el narrador Julián Herbert lamentó que hubiera tantas butacas vacías y que los actos poéticos siguieran sin tener tanto éxito como los dedicados a la presentación de novelas. Herbert llamó valientes a los que allí estaban, en primera fila, dispuestos a escuchar lo que muchos otros ni siquiera sabían que existe. Javier Rodríguez Marcos lo reseñó en su crónica de El País. Parafraseando a Herbert, celebró que después de todo la poesía siguiera siendo una actitud de resistencia.



A pesar de que esta reflexión de ambos escritores me agradase, también me invitó a reflexionar sobre por qué mientras que en la FIL las lecturas de poesía eran minoritarias, en los eventos dedicados a la poesía de la Off FIL -esos que en vez de celebrarse en grandes salones se hacen entre chelas, micrófonos chirriantes y puestos de fanzines- la afluencia era tan grande. Quizá sea porque, a diferencia de la narrativa, la poesía es más susceptible de parecerse a una fiesta. Quizá sea porque, efectivamente, los que aman ir a escucharla sin esperar nada a cambio son la resistencia. Quizá porque ante la oficialidad de los actos de la feria literaria más importante del mundo, el público más joven no se sienta aún representado. O quizá sea porque para empezar a "llenar" con poesía lo que hace falta es diseñar otros formatos, pensar otros ritmos, animar con otros gritos.



Resulta curioso que, precisamente, uno de los actos más multitudinarios del pabellón de Madrid aquellos días fuera el diseñado por Javier Benedicto y su ‘Poesía o Barbarie', donde el agitador cultural mezcló rap, humor y poesía como ya venía haciendo en los eventos que dirige en Lavapiés y a los que van cientos de personas. Porque resistir desde los márgenes es hermoso. Pero más hermoso es cuando, a veces, esos márgenes lo conquistan todo.



@lunamonelle