Image: Los intactos

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Opinión

Los intactos

2 febrero, 2018 01:00

Eloy Tizón

Borges imaginó una raza de narradores que no entendiesen del todo la historia que ellos mismos están contando. Resultaría así una ficción especulativa, un tanto nebulosa o melancólica, con más dudas que certezas, que pusiese en tela de juicio el estatuto propio del narrador e impugnase su principio de autoridad. El narrador, despojado de atributos divinos, no es alguien digno de fiar, sino un tránsfuga sospechoso. Gran parte de la literatura moderna más osada está escrita con esta voz. Diana, la narradora de Los intactos, última e intrigante novela de María José Codes, de lectura absorbente, pertenece también a esa categoría. Nunca sabemos si podemos fiarnos de ella, o es más bien una farsante que trata de embaucarnos bajo su piel de víctima, como la institutriz poseída por fantasmas de Otra vuelta de tuerca de Henry James, con la que guarda algún parentesco.

El título de la novela, Los intactos, hace alusión a esas personas que han sufrido alguna calamidad -como una guerra-, pero que sin embargo no muestran ninguna cicatriz externa que acredite que han atravesado el infierno. Por fuera, están intactos. Serenos, incluso. Actúan con normalidad, sonríen, hablan con sensatez, se alimentan a sus horas, se comportan con soltura y aplomo. Por dentro, en cambio, están calcinados por una herida que los refuta.

Esta novela repasa el contorno de esa herida o de ese proceso de duelo. En ella, el lector es invitado a participar con un papel activo. Al igual que Diana en la ficción, nosotros también debemos tomar la iniciativa, empuñar los pinceles y reparar una imagen dañada. Se trata de restaurar un retablo, reconstruir la memoria y escribir una novela. Somos detectives y cómplices de María José, a la vez que artistas. Vamos siguiendo huellas, descartando sospechas y aclarando dudas. Los intactos nos recuerda que la literatura es un susurro peligroso.