Gonzalo Torné
En los últimos meses he constatado con creciente sorpresa que la crítica digital (ya sea de literatura, de música, de cine, de juegos de mesa o de tebeos) emplea con total naturalidad y desenvoltura la palabra "sobrevalorado" para referirse a lo que se ha convenido en llamar "novedades", es decir: libros recién publicados o películas que acaban de estrenarse.Uno se pregunta ingenuamente: ¿cuándo han tenido tiempo de sobrevalorarse estos libros o películas si precisamente los encargados de tasar su valor, los críticos, las tratan como si hubieran nacido ya con la etiqueta del valor adherida al nombre? La respuesta después de pensarlo un poco es evidente: lo que tratan de desbancar son las campañas promocionales con las que editoriales y productoras "lanzan" sus "novedades". ¡Craso error! Aunque en ocasiones estas campañas de lanzamiento incluyan reseñas (o algún compendio de estrellitas) lo cierto es que la loable empresa de subvertir o matizar la matraca promocional pierde fuelle al emplear una palabra, "sobrevalorar", que al ceder la instancia valorativa a la maquinaria promocional le priva al crítico de su propia fuerza.
Porque al fin y al cabo el único que valora, el único que establece el valor de una obra es el crítico, en disputa con sus colegas, y en gran medida lo que una campaña publicitaria persigue es blindarse de esta valoración ajena e imponer una fabricada en casa.
También sorprende que la crítica digital se juegue casi siempre en este plano tan próximo, casi pegado al momento de la "publicación". Parece que al crítico digital le interesase exclusivamente influir en tiempo casi real; lo que sin duda es una empresa notable, pero es una lástima que desatienda otro trabajo esencial y del que nadie parece interesado: echar la vista atrás y ordenar con el juicio crítico periodos recientes, aunque ya no sean inmediatos. Una tarea de la que se desentiende la "maquina promocional", pero que es indispensable para el lector o el espectador que se interesa por lo mejor y no solo por lo inmediato.
Este contraste entre la intensa pelea por lo presente y la indiferencia por la media distancia provoca que la discusión sobre la obra se dirima en un plazo muy breve (y a menudo en términos de "estrellitas") para después quedar olvidada, sin llegar a disfrutar de lecturas más amplias y matizadas. La vida de una obra artística se parece ahora a un cuerpo de combustión rápida que atraviesa la carretera chisporroteando con gran escándalo, para quedar abrasada, fría e inerte al poco rato.
Esta desproporción también afecta al lector que al volver la vista atrás descubre regiones del arte anteriores a la segunda guerra mundial ordenadas hasta cierto punto por el juicio crítico y una confusión disuasoria en décadas como los noventa. Si alguien busca un atajo entre la crítica digital para saber qué leer de lo publicado en aquellos años se las verá y se las deseará para encontrar una guía. No digamos ya si de lo que se trata es de buscar una orientación de lectura en la obra de un autor concreto. Esta dejación o desinterés también le hace por omisión el juego a las campañas promocionales al renunciar al contrapeso de la media distancia donde tantos libros y películas encuentran nuevos lectores.
Una lástima, un desastre.
@gonzalotorne