Gonzalo Torné

Cuando empecé a publicar (hace casi diez años) abundaban los blogs desde los que se acusaba a los escritores de mi edad (y más jóvenes) de pasar demasiado tiempo en la red, y que así, con tanto despiste, no había manera de terminar una obra de mérito. Pese a que entonces no participaba para nada en redes sociales y los discursos sobre las posibilidades creativas de internet eran de una efervescencia triunfal un tanto cargante, es de justicia reconocer que muchos de los colegas que pasaban horas en el llamado "mundo virtual" me parecían personas de talento y muy trabajadoras; de manera que era mucho más divertido preguntarse si no era aquel pasarse el día sermoneando a los demás el motivo principal de que tantos censores vocacionales no traspasasen jamás los límites de su blog.



Durante un tiempo el debate pareció apagarse, pero hoy repunta al dictado (o al costado) de la bronca que artistas y escritores consolidados han emprendido contra las redes sociales: un ámbito de opinión e influencia creciente, cuyos usuarios no siempre están dispuestos a reírnos las gracias ni a sumarse al paseíllo de palmaditas en la espalda con el que tantas veces se resuelven las campañas promocionales.



La expresión favorita en estos casos es la de "turba", que siempre está a mano y es asequible incluso para las mentes menos flexibles y sutiles. Pero cuando algún damnificado por las redes siente en el cuerpo el cosquilleo de las ganas de argumentar, a veces se inclina por recuperar la antigua polémica: "esto de las redes es una cosa de gente con mucho tiempo para perder, un asunto de vagos".



Se me ocurren muchas maneras de responder a esta acusación, sobre todo si se cruza entre personas de letras o interesadas por el arte, que deberían estar al corriente de cuanto se progresa en estos campos (ya sea como "autor" o como espectador) en momentos de ocio, entre horas perdidas, dejando libre el pensamiento. Pero es que incluso perder el tiempo "malamente" puede repercutir en un enorme beneficio para el escritor, el cineasta, el fotógrafo, el arquitecto o el pasar horas y días y meses enteros en las redes puede suponer un formidable suministro de información sobre el ser humano, sus deseos, sus expectativas y sus conductas, en tiempo real; un suministro de información que no me atrevo a considerar indispensable, pero sí muy recomendable, si con la propia obra (o con la empresa crítica) se pretende dar réplica al presente (la cosa no urge tanto si uno se conforma con imitar, mal que bien, algún maestro antiguo).



Sin trabajo nada se consigue, de acuerdo, pero cuándo empieza este trabajo y qué fuerzas y conocimientos han conducido a su maduración es un proceso tan misterioso que mejor no meterse a dar órdenes en casa ajena. Por una vez les recomiendo que no traten de rebatir la modesta hipótesis de este artículo: todas las objeciones que se les ocurran fueron barridas de una vez por todas por Marcel Proust al final de su novela sobre el tiempo perdido, que no es tanto el que pasa (y recupera como buenamente puede la memoria) como el que se malgasta y que la alquimia del arte encuentra la manera de transformar y recuperar para el propio empeño artístico.



@gonzalotorne

Dante

Leer cada día un canto de la Divina Comedia.



Este es el sencillo cometido cuyos resultados pueden consultar en Twitter tecleando #Dante2018.



Una lectura de cabo a rabo, "compartida y universal, enriquecida por los comentarios de quien quiera". La idea la tuvo el profesor argentino Pablo Maurette y ha sido (bueno, está siendo, pues el asunto sigue en marcha) un éxito de participación. Y no solo de participación. Aunque no lo sigo a diario a veces observo de reojo a algunos usuarios pasándoselo en grande, unas veces tanteando lecturas de primerizo y otras compartiendo ideas sedimentadas por años de lectura y reflexión. Como tarea divulgativa y como método para animar a la lectura de clásicos me parece una iniciativa mucho más atinada que los resúmenes y las adaptaciones que suelen sustraer a las obras de lo más distintivo, y por lo tanto a vulgarizarlas. Cosa que no ocurre en esta propuesta donde no se elude ni el verso más difícil. Me parece una idea tan buena que con un buen profesor a los mandos podría aplicarse en las escuelas.