Image: Venenosa pedagogía

Image: Venenosa pedagogía

Opinión

Venenosa pedagogía

23 marzo, 2018 01:00

Ignacio Torné

La noticia ha aparecido diseminada por muchos medios desde 2016. Primero se presentó como una posibilidad: ¿se podría enseñar a los niños a programar antes que a leer? Después un equipo de pedagogos y programadores brasileños anunció que ya sabían cómo hacerlo. Y, finalmente, asoma la posibilidad de que estos programas entren en las escuelas, y no solo que entren, también se proclama la conveniencia de que sustituyan de golpe o progresivamente a los "obsoletos" sistemas de aprendizaje basados en la lectura y la escritura.

Para ello apenas se necesitaría que todos y cada uno de los niños escolarizados tuviesen su tableta (o su ordenador o su móvil), una buena conexión a internet y un profesor convenientemente tuneado en cursos de formación sobre "cómo enseñar a los niños a programar antes que a leer" a mano.

Los argumentos esgrimidos actúan sobre dos frentes: en primer lugar el socorrido ‘futuro' (también conocido como ‘destino') que debe abrirse paso de manera irremediable. Como cada mes que pasa se incrementa el conjunto de ciudadanos a quien todas estas paparruchas deterministas despiertan la risa los defensores del "programar antes que escribir" (e, insisto, también que leer) recurren a un argumento más sensible, sustentado en el miedo.

Según los promotores, en el futuro crecerán más y más los puestos de trabajo donde se exigirá saber programar, a lo que añaden algo así como: "cada vez costará más a los jóvenes que no sepan nada de programación encontrar trabajo". Es decir, que si los padres insisten en enseñar a leer y a escribir antes que a programar estarán arrojando al mundo hijos sin atractivo para el mundo laboral, les forzarán por culpa de su apego nostálgico a ser menos "competitivos", pasto de unos subsidios en franco retroceso.

Me pongo un tanto tremebundo para enfatizar lo mucho que este discurso tiene de intimidación hiperventilada. De nuevo nos encontramos con una operación mercantil dirigida ahora al negocio de la educación. Lo primero es tan evidente que basta con enunciarlo, en lo segundo debemos insistir un poco, pues la educación es algo más que un negocio, al fin y al cabo su objetivo (sobre todo en fases tan tempranas) no es la preparación de los niños para el mercado laboral, (apenas una de las dimensiones de su persona), sino abastecerles de las herramientas intelectuales y vitales para afrontar el cambiante futuro del que nadie, a ciencia cierta, sabe demasiado.

En este sentido el aprendizaje de la lectura y de la escritura (que no debe confundirse con la caligrafía) suministra una base para la reflexión y la interpretación que al incluir y sobrepasar el adiestramiento para una casilla del "mundo laboral" resulta muy superior a la programación que ni siquiera sirve para defenderse en todos los trabajos. Apostar por una destreza laboral que puede cambiar por los años, que puede no tener un papel decisivo en el desempeño profesional que elijan nuestros hijos y que para más inri puede aprenderse más adelante, parece un despropósito si en el camino se pierde la familiaridad con las herramientas indispensables para afrontar y protegerse de esos "retos" y "desafíos" del futuro que la publicidad empresarial gusta tanto de presentarnos sin filos.

Ojala los padres estén a la altura.

El patrono

La muerte es el sumo gestor de contenidos de las redes sociales. Cada famoso que muere despierta una oleada de comentarios, reproches, críticas y discusiones. Parece que no se pueda pasar a otra cosa hasta que el último internauta no haya expresado su veredicto. El penúltimo famoso en incorporarse a esta rueda ha sido el celebérrimo astrofísico Stephen Hawking. Uno pensaría que tratándose de un hombre que se dedicó a cuestiones complicadísimas (incluso para especialistas), que han sido celebradas, discutidas y refutadas durante décadas en una impresionante cadena de lo incomprensible para el lego, se impondría la discreción. No ha sido así. Pero más se equivocará el lector si espera un reproche por mi parte. Si bien muchas de las lamentaciones estaban dirigidas a un icono de la cultura popular, creo que muchas otras (quizás la mayoría) estaban encaminadas a agradecer los esfuerzos que miles de personas hacen en campos remotos para incrementar el conocimiento de la especie. Una tribu de hombres y mujeres de los que Stephen Hawking se había convertido (quizás sin querer) en una suerte de patrono.