Image: En misa y repicando

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Opinión

En misa y repicando

20 abril, 2018 02:00

Gonzalo Torné

Iba a escribir que me sorprende, pero lo cierto es que me deja patidifuso y un tanto desconcertado, observar a tantos columnistas (algunos de medios con gran difusión y prestigio) cómo después de escribir libremente lo que les da la gana en su espacio remunerado, y tras ver las reacciones del respetable, se van a su Facebook y emplean grandes parrafadas en responder a unos "ataques" que por lo visto les duelen mucho en sus carnes intelectuales pero a cuyos responsables muy raro es que individualicen.

Lo curioso (ejem) es que tales defensas no se centran tanto en reiterar los argumentos esgrimidos en un primer momento, sino más bien en acusaciones y defensas, inculpaciones y autoexculpaciones de tipo moral (a veces incluso médico) que pretenden proteger sus argumentos sacralizando la posición desde donde se emiten ("no sé si dan cuenta", "el sacrificio que yo hago", "no me conocen quienes afirman" y demás quincalla…) y despreciando de antemano todo lo que les llega desde la red, hasta el punto que uno se pregunta: "si tan insignificantes son para qué les responde".

El espectáculo es de índole cómico-penosa; si algo se le escapa a quien escribe en público es el control que los demás se forman sobre sus opiniones (y de su persona). Entiendo que se responda a una pregunta o mención directa, pero esta prolongación de la columna por otros medios me parece (incluso en versiones menos caricaturescas) una especie de perversión de la palabra tomada en público, cuya gracia reside en que el orador sea capaz de crear un silencio alrededor del lector y después dejarle un rato tranquilo para que este replique, piense, vuelva a replicar, piense más y matice. Tiempo que el columnista aprovecha para rumiar nuevos asuntos.

También impresiona el efecto contrario: cuando alguien que disfruta de una columna solventa allí sus discusiones y berrinches originados en las redes. Para estos casos incluso ha empezado a circular una versión cibernauta de un dicho un tanto machista: "llora en tu columna lo que no supiste defender en las redes". Creo que al comportarse así el novelista o el ensayista (los periodistas suelen tener más temple y oficio) se sube a un sitial todavía más penoso, casi deplorable. Si atendemos a la difusión de una columna comparada con un tuit o un estado de Facebook (que es a lo que suelen tener acceso los "adversarios" en esta clase de lances), se trata de un abuso de poder de manual. Y todavía es peor si pensamos en el sufrido lector que apechuga con la defensa de un conflicto del que no sabe nada y a quien la desproporción de medios (y la ocultación de los adversarios) le privará de enterarse de cómo acaba la polémica. Una estafa. Creo que el mejor consejo que me han dado jamás fue el de no emplear este espacio de El Cultural para mis riñas privadas. Me he ahorrado unos cuantos ridículos.

Releo lo que acabo de escribir y me pregunto si el motivo no será algo que apunté la semana pasada. Que no siendo nativo digital se me escapan los hábitos de comportamiento, las normas de etiqueta y las "dinámicas" propias de la red. Que la opinión se ha convertido en una corriente fluida que pasa del papel al digital, de la columna pagada al voluntarismo, y que menudas ganas de volver a establecer distinciones… Casi me convenzo, pero cuando vuelvo a ver una de las dos actitudes antes descritas se me come igual la vergüenza ajena.

@gonzalotorne