Eloy Tizón

En su debut literario, Mónica Crespo ha moldeado un libro de relatos con argumento: su hilo conductor es la maternidad, en todas sus variantes, desde la tragedia al humor. Desde Medea, capaz de asesinar a sus propios hijos, hasta Marge Simpson y su matorral azul en el pelo. La maternidad como don o como castigo. Por momentos, recuerda un poco a esa arrolladora al tiempo que terrorífica metáfora sobre la concepción que fue la película de Polanski Rosemary's baby, con la figura conmovedora de Mia Farrow encinta. O, en el extremo opuesto, las esculturas crueles de madre-araña de Louise Bourgeois.



El tema no puede ser más oportuno, ahora que un número creciente de poetas, filósofas, narradoras, artistas, se han propuesto revisar desde el feminismo el papel social y emocional de la madre, que hasta ahora parecía un tabú intocable, que se presentaba como algo idílico y fuera de todo cuestionamiento.



Las madres secretas de Mónica Crespo contribuye de manera valiente al debate, no de forma polémica, ya que no es esa la intención del libro, sino desde la belleza de sus ficciones, muy vinculadas al mundo animal, ya desde el primer -y espectacular- relato. El conflicto nace del choque entre la civilización y la norma social, por un lado, y el instinto salvaje de extender las alas y volar (literalmente) por otro. Su peculiar título recoge en una misma expresión dos conceptos en principio antagónicos: por una parte el ejercicio de la maternidad, que suele mostrarse como una actividad pública, y por otra el ocultamiento, quizá la negación, que es el terreno propicio para el desarrollo de la actividad artística. "La porcelana blanca del plato -leemos en uno de los relatos- me pareció el escenario de un crimen".



Con su prosa serena, Las madres secretas aúna estos dos extremos: la blancura cotidiana de la loza contra la violencia roja del crimen.