Agustín Fernández Mallo

Uno de los grandes temas de nuestro tiempo -relacionado con cuerpo y la subjetividad- es el intercambio de aparentes certezas y tranquilizadoras dudas en forma de confidencias y chismes. La paradoja de la subjetividad es que para constituirse ha de "cuadrar un círculo": alcanza todo su sentido cuando se deshace en la viral colectividad, cuando es de cada cual y es de todos; hoy más que nunca, nuestra subjetividad es un ente metafísicamente chismoso. En esos y otros intercambios operados hacia nuevas nociones de cuerpo lleva años trabajando con éxito la obra de Eloy Fernández Porta.



En la confidencia (Anagrama), continúa esa línea de investigación, si bien con un giro tan brillante como inesperado: desde los tiempos del dios egipcio Ra hasta la red internauta, las habladurías componen el verdadero subtexto cultural/informativo de intercambios simbólicos y materiales. El misterio de la confidencia es su condición de nube; inaprensible, ha de propagarse en un justo radio de acción porque su propagación total la anularía, la dejaría sin cuerpo ni razón de ser: el secreto sólo debe estar en posesión de unos pocos.



De los "confidenciales" tests del Cosmopolitan al secreto derridiano, de cómo la confidencia normativiza los diferentes sexos a cómo contra todo pronóstico el selfie elimina el ego, o el modo en que la música electrónica consiguió introducir el cálido susurro del yo en los fríos ceros y unos, Porta nos hace ver que al clásico binomio información/cultura le faltaba un actor, un enlace entre ambos, la confidencia. Lo vemos en la brillante idea de que nunca hay un mensaje emitido en puro directo -esos segundos de retraso-, y que es tal retraso o "espacio mudo" el que utilizará la confidencia para aparecer.



Toda una morfogénesis y ontología del chisme, inéditas en nuestra tradición.



O como reza el subtítulo, "Tratado de la verdad musitada".



@FdezMallo