Gonzalo Torné

En la entrega pasada les hablé del "cliqui-cliqui" como una de las formas más reconocibles del periodismo digital de nuestro tiempo. Por resumir diría que trata de algo así como: "concentrar toda la atención en el titular de la noticia, deformando o inventando parte de su contenido, desfigurándola a base de amarillismo, para conseguir que entre el magma de información que se nos viene encima en forma de notificaciones (y demás) cada vez que nos ponemos a navegar pinchemos sobre esa noticia y no sobre otra".



Me gustaría hablarles hoy de uno de los efectos colaterales del "cliqui-cliqui" y que algunos desaprensivos han empezado a llamar el síndrome del "hazmecasito". En pocas palabras: se trataría de una intensificación a título personal del fenómeno. Desde luego un periodista es responsable de los titulares de sus artículos o reportajes, pero es plausible sospechar que algunos titulares "cliqui-cliqui" responden a criterios de la dirección. ¿Cómo explicar de otra manera el isomorfismo de tantos de ellos (ya saben: "los seis que no puedes perderte", "los diez que no quieren que sepas", "los doce imprescindibles"), por un rapto cabalístico, por una euforia matemática generacional? Sin embargo, a menos que el periodista o columnista cuente con un community manager (lo que no suele ser muy usual) podemos pensar legítimamente que es el único responsable de sus tuits. De manera que él y solo él es responsable de llamar "zorras" a las chicas que se interesan digitalmente por la obra de un cantante, "bestias" al conjunto de los madrileños (se trata, como se ve, de un estilo afecto al reino animal) o responsabilizar de todos los asesinatos del estalinismo a cualquiera que haya votado alguna vez a un partido de izquierdas. Son ejemplos maquillados, la realidad, se lo aseguro, es peor.



Se me dirá que se trata de cimas de grosería y de lisura intelectiva que también pueden aparecer en las columnas, cierto, pero allí la extensión contribuye a que el argumento quede matizado aunque sea a fuerza de contradicciones o de flojera argumental. En el tuit se nos ofrece la sustancia bien troquelada de la majadería, por así decirlo.



Juguemos un poco a la psicología. ¿Por qué lo hacen? ¿Se puede llegar lejos con el "hazmecasito", progresar en una carrera dubitativa? Me temo que no demasiado. Aunque ha cundido la idea de que "más cliqui, más dinero", lo que puede aplicarse a los números de una cabecera no siempre se traslada a la economía particular: lo cierto es que la mayoría de tarifas digitales siguen estancadas y que recibir lluvias de escarnio (que es como suelen saldarse estas bravuconadas) no creo que invite demasiado a los responsables a contratar a nadie. Más bien pienso que el mantra de progresar económicamente es una especie de coartada (sustentada en la ignorancia que la mayoría de lectores tienen de cómo funciona el mundillo de las publicaciones) que el "hazmecasito" enarbola para satisfacer una pulsión íntima. La necesidad de que les hagan caso, de sentirse presentes, desligada de rendimiento económico. El "hazmecasito" es un yonki del barullo, se alimenta de incrementar su apuesta presuntamente transgresora, y no es de extrañar que pasadas las risas (y el asco) despierten en algunos internautas una gélida compasión.



@gonzalotorne

La derrota de la agenda

Por motivos de investigación para esta página (y también por cortesía y por cierto interés personal que se ha ido abriendo paso entre la obligación) sigo a casi mil quinientas personas. Estos usuarios retuitean o comentan publicaciones de la gente que siguen, así que la ramificación humana a la que tengo acceso es bastante amplia, representativa del sector que más me interesa, y que vamos a llamarlo "el de las artes". Existen muchas excepciones que sería injusto no señalar (de algunas les vengo hablando en este tramo de la sección desde hace unas semanas) pero se ha instalado una tendencia general que consiste en emplear las cuentas para comentar la agenda del politiqueo, apenas con un par de desvíos para el cumpleaños o el deceso "cultural" del día. El resultado es desasosegante. Tantos años lamentando la escasez de minutos que las televisiones públicas dedican a las letras, el cine, el teatro o la danza... Y ahora que cada uno de nosotros dispone de un canal apenas ofrecemos reposiciones desanimadas del repertorio de los telediarios. Derrotados por la inercia. Una pena.