Gonzalo Torné

Son ya varias las ocasiones en las que escucho a un editor lamentarse de que las ventas de un libro de ensayo cuyo autor ha concedido muchas entrevistas se mantienen un tanto estancadas. Por lo visto la "no-ficción" es ajena a este fenómeno, el problema no lo padecen libros de corte narrativo que se distinguen porque el material con el que trabajan está suministrado por la "realidad", sino los "ensayos" donde el argumento pasa por la exposición bien trabada de ideas y argumentos. Les hablo de libros con mucha atención mediática, la correlación solo falla aquí: un libro cuyo autor no aparece por los medios sigue condenado a la invisibilidad. Las excepciones son contadas.



¿Qué ocurre? Cualquiera sabe, de manera que más que una respuesta intentaré articular dos reflexiones.



La primera deriva de la acumulación de medios digitales y del prestigio que ha adquirido la "entrevista en profundidad" (sustentada en el discutible convencimiento de que la extensión es el ingrediente indispensable, cuando no sinónimo, de la dichosa profundidad). Da igual que la entrevista esté bien hecha o que el lector se quede con la impresión de estar leyendo un borrador (y que el periodista ha desentendido su responsabilidad de podar lo insustancial), al acumularse todas contribuyen a la misma sensación de leve fatiga. ¡Otra vez este hombre! Hace un par de años decidí que si me apetecía leer una novela solo acudiría a las entrevistas después, sorprendido de empezar a leer varias (que me apetecían y cuyos autores llevaban años sin publicar) con el cansancio de quien sabe que va a pasar los ojos por escenarios previsibles. Una especie de cansancio culposo, como si nos obligasen a comer seis o siete días seguidos nuestro plato favorito. ¡Una faena!



La segunda es que cuando se trata de un libro de ensayo es más sencillo despertar la sensación de que una buena entrevista equivale a la lectura del libro; que te deja en posesión de las ideas principales, como cuando nos tomamos un zumo de naranja exprimido por otra mano, sin la molestia de pelar la fruta ni de arremeter a mordiscos contra la pulpa. No es que yo crea que en la era digital los libros tengan que ser más delgados para luchar contra la atención dividida (basta con mirarse el grueso de los libros más vendidos para desmentirlo), pero ante un libro exprimido por varias entrevistas quizás sí podemos llegar a pensar algo así: "Bueno, seguro que el libro es muy interesante, pero ¿cuántas veces he sospechado que el autor se las ve y se las desea para llegar a los 150 folios de rigor? Pues aquí lo tengo todo bien sintetizado. Me falta el discurso, pero a veces los discursos son un poco rollo, ¡y encima me costará veinte euros!". Estoy convencido de que estos pensamientos son un tanto injustos, pero estamos hablando de ventas, no de un concurso de ideas loables.



¿Qué solución tiene el entuerto? Mala. Pero quizás mejoraría si las entrevistas revoloteasen sobre asuntos distintos al que se aborda en el libro. Al fin y al cabo un ensayista suele tener más ideas de las que aparecen en el libro y capacidad para proyectar su inteligencia sobre otros asuntos. Quizás contribuirían más a las ventas si las entrevistas se propusieran antes ofrecer un atisbo de la manera de pensar que tiene el autor que exprimir el libro y quitarnos así (por perseverar en el símil) la sed.

Primeros pasos

1991. Esta es la fecha que se atribuye a la primera página web nunca jamás publicada. Si consideramos que una página web es algo así como "una fuente de información adaptada a la World Wide Web y accesible mediante un navegador de internet" la primera página sin duda será este breve informe de Berners-Lee (https://www.w3.org/History/19921103-hypertext/hypertext/WWW/TheProject.html), un papel un tanto decepcionante, netamente administrativo. Los años posteriores tampoco desarrollaron muchas páginas de interés, aunque se considera que en 1994 la red empieza a adoptar aspectos importantes de su disposición actual, se publicaba el primer banner, con lo que se consolidaba la alianza entre información (o contenido) y publicidad, que ahora nos parece un paisaje natural, pero que podría haber sido bien distinto. Si alguien está interesado en estos primeros pasos del universo digital les recomiendo la lectura de este papelote (https://www.w3.org/History.html). La W3 que aquí se menciona es la denominación que Berners-Lee propuso para lo que después se llamaría WWW. En próximas semanas espero hablarles del primer correo electrónico, que tiene su miga.