Gonzalo Torné

A poco que uno tenga cierto conocimiento de la historia de las ideas pasearse por las redes sociales permite reconocer una gran variedad de estratos de discusión, que podrían datarse con precisión. Estas dos usuarias de aquí, por ejemplo, reviven los tiempos de las sufragistas, los tres de más allá están inmersos en una disquisición romántica sobre la nación y el estado, y casi cada veinte minutos asistimos a nuevas puestas en escena de la querella entre antiguos y modernos, de la polémica a distancia entre Hobbes y Rousseau, o de cualquier otra discusión clásica que se les ocurra. Claro que muchas de estas disputan regresan porque son las versiones mejor perfiladas de las que disponemos para abordar problemas complicados, que solo admiten soluciones transitorias, nunca definitivas, referidas a núcleos decisivos pero inestables de la naturaleza humana y de sus construcciones sociales.



Una de las disputas que vuelve siempre es la distinción polémica entre "alta" y "baja" cultura. Un antagonismo que a mi juicio no plantea una tensión esencial de la vida y de la sociedad, sino que arrastra y reproduce errores de concepto, toda vez que se trata de una distinción tramposa y equívoca. Lo que suele llamarse ‘alta' cultura se entiende mejor si nos referimos al arte de vanguardia (que como bien sabían los vanguardistas, muchos de ellos de izquierdas, está abierta a cualquier lector, espectador u oyente, venga de donde venga); y lo que suele llamarse ‘baja' se vuelve una etiqueta más precisa y operativa si pasamos a llamarla ‘popular'. Ambos espectros pueden definirse entonces por sus objetivos particulares: la indagación y la originalidad, por un lado y el arraigo y la tradición por otros, dos esferas más complementarias que confrontadas. Llamarlas así deja libre el calificativo de ‘cultura de masas' para los productos elaborados por las empresas culturales, que ni se fundan en el arraigo ni en la originalidad, sino en la ambición de llegar a tantos espectadores/clientes como sea posible.



La distinción entre ‘alta' y ‘baja' pasa de inoperante a peligrosa cuando, como estoy leyendo casi a diario en redes sociales, se atribuye de manera automática la primera a la derecha y la segunda a la izquierda. De manera que existen géneros, estilos y autores que se identifican con un color político, que son patrimonio de unos partidos y unos votantes, de tal manera que "hacer política" de izquierdas o de derechas supondría potenciar a estos géneros, estilos y autores en detrimento de los del adversario. Nada de esto se sostiene. Basta con pensar en qué espectro político estaban Joyce o Picasso, y qué tendencia política suele apasionarse con el excursionismo y las fiestas populares. Se trata de un disparate manifiesto.



Ahora que descubro a tantos colegas preocupados por la "gestión" y el "patrimonio", tengo el convencimiento de que la única política cultural de izquierdas (pero a la que bien podría sumarse la vertiente liberal de la derecha) pasa por darle la espalda a cualquier contenido: dotar de medios y de estímulos (pero sobre todo de medios) para que todos los estudiantes puedan dedicarse a ejercitar lo que les viniera en gana. Al fin y al cabo mientras las escuelas de música no dispongan de buenos instrumentos para cada pocos alumnos qué más dará si interpretan a Gluck o una pieza popular.

Diez años

Quizás ustedes conozcan a Salvador Macip por ser autor de dos libros estupendos de divulgación científica Inmortales y perfectos o Las grandes plagas modernas, quizás sigan sus artículos (dedicados a la misma labor) en la prensa. Pero merece la pena que le echen un ojo a su veterano blog, que cumple diez años, y que empezó a escribir justo después de publicar su primer ensayo. Como divulgador Macip lo tiene todo: es agudo, culto, ameno, decidido y voluntarioso. Sus temas favoritos son el genoma humano, la clonación, el envejecimiento y las epidemias... tratados de una manera que emparentan muchos de sus posts con la ciencia-ficción. Pero no me toca a mí descubrir o afianzar la imagen de Macip. Prefiero llamar la atención sobre lo inusual de la empresa: un blog que prolonga diez años una operación divulgativa sostenida, y que el autor no deja de alimentar ni siquiera cuando le sobreviene el reconocimiento. Creo que este era el espíritu original de los blogs (antes de revelarse como trampolines que han ido entregándose a la oxidación): no cesar en el empeño de compartir los propios conocimientos.