Image: Chivatos 2.0

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Opinión

Chivatos 2.0

29 junio, 2018 02:00

Gonzalo Torné

No falla. Cada vez que un ministro (estatal, autonómico o local) asume su cargo empiezan a aparecer los "tuits" de sus navidades pasadas. En estos improvisados florilegios los propietarios de las carteras ministeriales se muestran como apareceríamos cualquiera de nosotros bajo la mirada de un montaje interesado: bravucones, cursis, pendencieros, algo extremos, vagamente absurdos. Algo bastante parecido a como solemos ser en el sofá de casa cuando nos dejamos ir.

El ejercicio es tan divertido como intrascendente. De manera que me sorprende (y para ser sinceros: me entristece) que medios y periodistas serios se tomen casi como una responsabilidad del oficio escarbar en las cuentas de los nuevos ministros en busca de un tuit que los afee antes de tiempo, antes de que se ponga en marcha el contador de cien días de gracia que parece sensato conceder a cualquier antes de juzgar su "obra".

Reconozco que algunas de las cosas que han encontrado dan un poco de apuro (sobre todo si las dijeran con la cartera en la mano), pero es casi enternecedora la seriedad con la que estos profesionales ofrecen el resultado de sus prospecciones como si hubiesen desvelado el núcleo del alma del político, la clave con la que interpretar (qué digo interpretar, ¡anticipar!) su actuación futura.

Mi primer reparo es que me recuerdan a una de las figuras más desagradables y desprestigiadas de mi infancia: la del chivato. Pero creo que se trata de un desagrado generacional, y que tales conductas no solo parecen menos gravosas, sino que se ha encontrado la manera de alentarlas sin que las partes queden avergonzadas.

Más grave es que una actitud así parece sustentarse en una concepción del ser humano monolítica o estanca que considera que una persona no puede cambiar de opinión (en el sentido menos sustancioso de la palabra). Que será presa siempre de lo peor que dijo, con independencia de las circunstancias, que algunas palabras (las más graves) dejan una marca en la piel que revela su personalidad auténtica, sus "verdaderas intenciones". Pese a que todos sabemos que cambiar de opinión no exige una transformación profunda de la mentalidad, sino que a veces basta con una conversación, con disponer de dato nuevo, con mirar con algo más de detenimiento… El purista de la coherencia niega la dinámica democrática más natural: la alteración del punto de vista, la matización de las ideas.

Pero quizás lo peor de todo sea que al fiarlo todo al escrutinio de la esencia oculta (la esencia, ya se sabe, vale más cuanto más oculta esté) el periodista dedicado a la prospección devalúa el análisis de la acción del futuro ministro (que será pública y que ellos mismos deberían vigilar), ¿para qué andarse con ese embrollo si ya están chupeteando el caramelo de las "verdaderas intenciones" que creen haber descifrado en un puñado de tuits? De nuevo la incapacidad de juzgar las actuaciones públicas sin recurrir a motivaciones privadas, de nuevo el hábito de adivinar las intenciones ajenas a partir de cábalas personales. Añádanle el interés, cualquier tipo de interés, y emergerá una silueta (o una mentalidad) familiar: el chivato.

@gonzalotorne

El ensayo: cuestión de estilo

Una de las novedades con la que nos encontramos los que escribimos en la "era digital" es la facilidad con la que los lectores pueden interpelarnos. Mi criterio de actuación pasa por responder las apelaciones directas y dejar pasar, favorables o desfavorables, las demás. Así que es obligado atender al excelente ensayista Iván de la Nuez (@ivandelanuez) cuando me señala que en el artículo "Ensayos exprimidos", de hace unas semanas, cometí una imprecisión al sugerir que el género ensayístico pasaba por "la exposición bien trabada de ideas y argumentos", como si la forma de un ensayo (y su estilo) no fuese tan importante como sus ideas y contenidos, como si atendiendo a esta tradición Adorno no hubiese definido el género (por contraposición al tratado, la suma o el compendio) como una "forma abierta", un género que vuelve problemático el orden de la exposición. Poco importa que me refiriese en el artículo a una corriente anglosajona que se desentiende de los problemas formales, el olvido de la tradición central del ensayo era algo escandaloso, sirva este texto como enmienda.