Gonzalo Torné

¿Se acuerdan del "valor simbólico"? Ahora ya no suena tanto como antes, pero hace unos años sonaba muchísimo, vamos si sonaba, como un disco rayado. Se trataba de una fuerza o energía, un aura o un halo que recubría al crítico, al novelista, al aprendiz de cineasta o al artista plástico en ciernes (pueden prolongar la enumeración tanto como quieran, cualquier expectativa "cultural" servía) que se decidía a trabajar más o menos gratis. El "valor simbólico" era una forma de pago que encubría un colaboracionismo venenoso en la medida que el contratante sí que obtenía alguna clase de beneficio, a veces un beneficio considerable, y de inmediato.



El "valor simbólico" era la energía de moda. Si alguien quería fundar una revista, lanzar una película o cualquier otra empresa en el ramo de las "artes y las letras" ya no tenía que buscar capital (ejercicio tedioso y para el que se necesitan habilidades variadas: modestia, atrevimiento, capacidad de persuasión, astucia... si no se disponen de recursos hereditarios, claro), bastaba ahora con acudir a las populosas canteras de estudiantes de humanidades y ofrecerles la panacea: "valor simbólico". Lo que se suponía es que ese "valor simbólico" les permitiría destacarse de sus jóvenes competidores, amasar un nombre y cuando ese nombre sonase acceder a trabajos bien retribuidos. Lo de "bien" debe matizarse y entrecomillarse con sumo cuidado, pues se abría a los pies de esta generación un precipicio de precariedad.



El pacto era un tanto venenoso: el contratante conseguía "ideas de obra" no barata, sino regalada, al momento, a cambio de un "valor simbólico" que solo fructificaría en diferido, a veces muchos años después de cerrado el trato. Me consta que algunos siguen esperando, y que otros se han abierto paso, aunque no hay manera humana de saber si ese "valor simbólico" les sirvió de algo o si les hubiese cundido más esperar a manifestarse en público con un trabajo pagado.



Muy provechoso, en cualquier caso, no parece que fuese. Empezaron a oírse voces discrepantes y quejas, y la expresión cayó en desuso (quizás de tanto manosearla, no digo que no). Justo ahora empiezo a ver en redes sociales usuarios que señalan "ofertas de trabajo" donde el pago es en "visibilidad". (¡Visibilidad! Ahora que cualquiera puede abrirse una cuenta en veinte sitios). Se renueva aquí la vieja oferta: trabajar gratis a cambio de una sustancia de valor supuesto, aunque no quede ahora tan claro si el beneficio será diferido: ¿la visibilidad ofrecerá dinero más adelante o es una recompensa inmediata? Alguien puede sentirse "pagado" por ofrecer su trabajo a cambio de que le vean más, es posible.



En cualquier caso seguro que no es coincidencia que la elección que viene a sustituir al "valor simbólico" sea un término que circula ahora mismo para otro propósito más justo: el empeño por visibilizar a las mujeres en el trabajo, en cargos de responsabilidad, entre las sombras de la historia. Cooptar un término empleado para propiciar una reparación histórica y fomentar la justicia social con el propósito de nombrar condiciones de trabajo que incumplen el derecho laboral más básico (cobrar por lo que uno hace) no sé si tiene nombre, pero se antoja, en cualquier caso, un tanto miserable.



@gonzalotorne



Memoria y deseo

La sensación de la temporada (más o menos) en Twitter han sido los "hilos". Se trata de cadenas de tuits que se saltaban las limitaciones del espacio para soltar unos rollos tremendos o contar historias. Pero los tuits enlazados sirven también para elaborar "series" y no solo para formar, por agregación, textos largos. Ahora mismo hay dos series en marcha que les recomiendo. La primera es de recuerdos y está a cargo del poeta Juan F. Rivero (@JuanFRivero_), lo más insólito quizás sea que pese a tratar de la memoria personal estos recuerdos van dedicados, de manera que se les inocula una suerte de sesgo inter-personal. La segunda serie se la debemos a @Superchango3 y está compuesta por una secuencia de exigencias lanzadas al vacío populoso de la Red, la mayoría irradian una extraña fuerza poético-reivindicativa con la que cuesta no sentirse identificado. En ambos casos se trata de un uso inteligente, fino e intrigante de los "hilos", que nos redime un poco a todos de los tuit-predicadores vocacionales. Un poco, pero qué alivio.