Palos de ciego a Galdós
"Buscaba yo la forma de razonar en esta columna por qué me gusta menos Galdós que a muchos de mis colegas españoles —a pesar de haberme pasado media vida tratando de explicar en la universidad su enorme importancia histórica y sus méritos literarios—[...]". Así abre Javier Cercas su artículo Galdós (El País Semanal, 9-2-2020). Ya en la segunda línea Cercas perdió a Galdós, porque apunta demasiado alto, "a sus colegas", no al lector de Galdós. Apunta a un ente, no al lector de carne y hueso, que coge el libro para vivir en un mundo verbal. Eso de la importancia histórica y el mérito literario resulta contundente, pero Cercas parte de un placer personal: a él le gusta poco Galdós. Y entonces empieza a destapar su posición crítica, acorazando sus argumentos con munición literaria: un artículo de Almudena Grandes le dio pie a jugar sólo con los de su equipo, el de Juan Benet, capitaneado por Flaubert, James Joyce, y Franz Kafka, "los pilares de la novela moderna", cuya obra "ofrece la garantía de la creación de un mundo verbal autónomo, surgido de la realidad pero emancipado de ella". Galdós no ofrece esa garantía. Le dice "al lector lo que debe pensar", "en vez de dejar que sea el lector por sí mismo quien piense". Peca, pues, Galdós de un paternalismo "letal", que degenera en "señoritismo" quevediano —aquí me pierdo—.
Y el juego argumental del columnista, que pasaba la pelota a los suyos, de pronto se sale por la banda, y no encuentra a quien tirársela. Se la piden los posmodernos, y él no se la pasa, no "cree en la banalidad posmoderna según la cual la literatura no es útil". Se la pasa de nuevo a Grandes para que se la devuelva, dice que las lecciones de historia que lees en Galdós se aprenden mejor en un manual de historia y añade que Galdós emplea un tono pedagógico, redundante. Y pasa a continuación a jugar consigo mismo, sin pasársela a nadie, y enseguida pierde los papeles tácticos, cuando afirma que en El Quijote, Madame Bovary o El proceso se aprenden verdades literarias. Entonces lanza la pelota fuera de juego, cuando dice que hacemos un flaco favor coreando desde la banda al equipo perdedor, el galdosiano, que no le llega al tobillo a Dickens o a Flaubert, "los mejores de sus contemporáneos". O sea, si me seguís, lectores galdosianos, no os penséis que estáis en primera división, quedaros en segunda.
Respeto la obra y la persona de Cercas, pero su desconocimiento del sentido de la obra de Galdós y del puesto que ocupa en nuestra cultura me resulta inasumible. Le voy a explicar de la manera menos dolorosa lo que, en mi opinión, considero errores de juicio. Cervantes, Velázquez, Goya y Galdós son los creadores que se sitúan junto a sus personajes, el loco cervantino con una imaginación que trasforma las distorsiones de la razón, el pintor que mira junto al espectador en Las Meninas, el Goya que entiende las pesadillas del hombre corriente, o Galdós, el escritor que retrató en sus novelas la España secular, no tradicional ni romántica, la del ciudadano de a pie, con la bonhomía y toque humano de sus predecesores. Ellos aportaron a la cultura europea una verdad humana que sólo encontraremos en Dostoievski; no la literaria, sino la del ser humano, español, por cierto, que quiere librarse de los grilletes de la verdad religiosa o política.
Pensar que Madame Bovary es superior a La desheredada o Fortunata y Jacinta me resulta inaceptable. La grandeza estilística de Flaubert, que pasaba horas considerando el valor de un adjetivo, resulta admirable, pero no produjo nunca una obra como Lo que Maisie sabía (What Maisie Knew), de Henry James, un autor al que se podría comparar a Galdós, porque sabe captar la emoción argumental, escasa en el francés y genial en el norteamericano. Es curioso que a Galdós le suelan meter en el mismo saco que a su amigo, y otro de nuestros genios, Joaquín Sorolla. A éste le criticaron el brochazo impreciso, y preferían los aburridos y precisos de los cuadros de tema histórico. Y hablando de la historia, le diré a Cercas que la historia de Galdós es viva, aprendida de las conversaciones con su padre, que luchó en Cádiz contra los franceses; y en el Congreso, al que fue elegido diputado, liberal y republicano. Yo creo que sus experiencias noveladas en los Episodios nacionales valen tanto como las de un manual.
Además de Henry James, yo le alinearía junto a otro gran escritor francés, que conoció a Galdós, no mencionado por Cercas: Émile Zola, el más parecido en perfil social. Flaubert escribió la mayoría de sus obras en una finca en el campo, mientras que Zola como Galdós se batieron el cobre por su país en los periódicos. Galdós escribiendo más de mil artículos, sobre arte, literatura, música, política. En estos últimos, inspirado por la primera transición española, la revolución española de 1868. Y cuando esta no cumplió, se hizo republicano, pronunciando múltiples discursos, donde siempre se ponía del lado de los desheredados, junto a Pablo Iglesias. Esta actitud la compartió con Zola.
Y termino rechazando el mayor argumento de la columna. Esa supuesta falta de excelencia literaria galdosiana, que sí poseía Flaubert, a quien por cierto he enseñado con placer y entusiasmo en clases de literatura comparada, donde no clasificábamos en divisiones, sino vista la literatura como un continuo, complementando unos textos con otros. Y en ese espíritu diré que Galdós fue un narrador tan innovador como cualquiera europeo, y me apoyo en Leopoldo Alas Clarín, quien describió el genial uso hecho por Galdós en La desheredada del fluir de la conciencia del personaje, su uso de la segunda persona narrativa, o en la invención de la novela de acción interior, El amigo Manso, que sirvió de modelo a Unamuno para sus nivolas, o de la novela dialogada, Realidad, o la epistolar, La incógnita. Y no hablo del teatro y de la defensa del papel de la mujer.
En fin, recuerdo que los mejores avales de la obra de Galdós fueron firmados por Gregorio Marañón, por Jacinto Benavente, por Juan Ramón Jiménez, por García Lorca, que reescribió Doña Perfecta en su drama La casa de Bernarda Alba, por Luis Cernuda, por Vicente Aleixandre, por Luis Buñuel, por Octavio Paz, a quien lo que más le gustaba, por cierto, era la segunda serie de Episodios.
Uno tiene el derecho a opinar, que asiste a Cercas, pero no a argumentar contra razón, porque lo único que se consigue es hacer el juego a los perseguidores en un momento de obnubilación transitoria de la vanagloria, léase Valle o Benet, a costa de la persona que presidía la vida cultural de su momento, el que firmaba las presentaciones de las revistas modernistas, Electra, Alma española, de cuya muerte conmemoran miles de lectores este año su centenario. En última instancia, no importa que ganen los realistas a los literalistas, da lo mismo, la cosa es que ambos nos presenten la vida española con la mayor riqueza artística posible.