Ilustrado. Conservo el primer ejemplar de Hermano Lobo –“semanario de humor dentro de lo que cabe”–, aparecido en mayo de 1972. En la portada, un torero barbipatilludo mira sentado al lector sobre un fondo fresa. En su brazo izquierdo descansa un capote. El capote es la bandera norteamericana. Firma OPS. En la brillantísima historia del humor gráfico español no había habido nada parecido a OPS, cuya irrupción generó conversación y acérrimos partidarios.
La veta satírica de los dibujantes españoles estaba asentada mayoritariamente en la intersección entre el realismo y el costumbrismo, en un punto en el que la realidad, pese a la distorsión caricaturesca, se manifestaba representada y reconocible a la primera. La mirada y la resolución formal de OPS provenían del universo conceptual y pictórico dadaísta y surrealista, que no habían tenido continuidad ancha entre nosotros tras Dalí y Buñuel, si bien el absurdo –que también nutre a OPS y a El Roto– había hecho mayor recorrido en el teatro y en el propio terreno del humor gráfico (Gila, Chumy Chúmez), aunque nuestro doble viñetista pudiera encontrarse más cómodo en la vecindad de un Topor.
La pervivencia de las pesadillas goyescas aparte, esta ausencia o ruptura de una tradición y praxis troncal surrealista, estuvo tanto detrás del entusiasmo suscitado por OPS y El Roto entre muchos como de su alejamiento de la comprensión masiva, que lo ubicó en los parámetros de un público más intelectual e ilustrado.
Onirismo. Algo parecido le sucedió a Andrés Rábago (Madrid, 1947) como pintor al religarse al onirismo metafísico de un De Chirico –padre reconocido de los surrealistas– o de un Carrà, deudores a su vez del prerrenacentismo clasicista italiano. La pintura de Rábago desde principios de los 70 –muy dibujada, de textura plana y amplias masas de color– también rompía con un trenzado que desde la posguerra venía caracterizado primordialmente por distintas formas de abstracción y por el realismo social y, en todo caso, encontraba una posición esquinada en el posmodernismo madrileño.
Pero, aun así, las referencias de Rábago, amén de las citadas, eran otras –cierto Magritte, cierto Ernst–, sin olvidar el ingrediente literario de su obra, para mí muy relevante y próximo, en los toques de humor oscuro, a autores centroeuropeos y del Este, del checo Kafka al polaco Slawomir Mrozek. Tanto OPS, como El Roto, como Rábago, congelan un instante de un relato potencial más largo, que queda en off o que podemos desarrollar a partir de lo que vemos. Los tres son muy literarios, y también cinematográficos en la elección del ángulo y del encuadre.
La veta satírica de los dibujantes españoles estaba asentada mayormente en la intersección entre el realismo y el costumbrismo
Soledad. Todo esto lo podemos disfrutar y comprobar en la abrumadora exposición OPS, El Roto, Rábago. Una microhistoria del mundo, en el Círculo de Bellas Artes, donde he echado de menos más cuadros del pintor. Sabido es, OPS, El Roto y Rábago son la misma persona. No hablaría de tres en uno, sino de uno en tres. El matiz es importante.
Hay una actitud y una mirada comunes ante el mundo y, sobre todo, ante el individuo víctima o verdugo, que se materializan en tres formas distintas aunque emparentadas. Hay en El Roto un rechazo a cualquier totalitarismo, a la prepotencia de cualquier dirigente o magnate que exhiba su opulencia ante el individuo debilitado, angustiado también por las miserias de la propia condición humana. Algo que en la poética de Rábago tiene que ver con la soledad y con un atribulado silencio interior.
OPS, El Roto y Andrés Rábago vienen documentando a su modo –sin ser documentales–, a veces con fría crueldad, con humor y con horror, nuestro tiempo histórico y, en estrecha relación, nuestro paisaje psicológico y de conciencia, los males universales y los fantasmas personales, al tiempo que han configurado nuestro imaginario sobre eso tan esquivo que identificamos como real.