Desintoxicación. Lo que sigue es la confesión de por qué he vuelto a leer El libro de arena, sus trece cuentos. Días atrás, antes de las elecciones –aclaro–, me sentí muy desazonado y también muy intoxicado espiritualmente por un conjunto de hechos, signos y síntomas provenientes del escenario público: pequeñas o no tan pequeñas cosas que pasan, se dicen, se ven y se escuchan. Un conjunto feo, agresivo, desasosegante, perturbador. Ética y estéticamente. Una atmósfera sucia, un aire corrompido. Llegó a mi mesa El libro de arena (1975), de Jorge Luis Borges, en la nueva edición de Lumen, y me dije: voy a probar a vivir dentro de este libro unos días, horas, a ratos cortos, a ver si me sirve de terapia, de desintoxicación, de cura.

No tenía lejano un efecto semejante –provechoso, benéfico– durante la relectura de Ficciones (1944). ¿Por qué no repetir la misma medicación, que no tiene, además, contraindicaciones?: ponerse en vena una vía de inteligencia, luz y belleza, y eso contando con que Borges tampoco fue como unas castañuelas. Funcionó. Y de ello nada cabe deducir aquí sobre el valor y utilidad de la literatura para mejorar el mundo. Ni para evadirse de él. Funcionó Borges, y punto.

Esencial. Frases cortas. Descripciones y adjetivos inesperados. Aforismos fulgurantes. Decir con precisa intención y dejar caer lo no dicho. Lo esencial. Las imágenes deslumbrantes: la sangre es el agua de la espada. Historias leídas, contadas y recontadas, vividas, imaginadas y soñadas, igual de reales que de irreales. Juegos y paradojas con el tiempo y el espacio, con insistencia en lo infinito y lo circular. El siempre y el nunca. La posible confusión entre el comienzo y el fin. Ubicaciones desubicadas, fragmentos del mapa del mundo, de lo más alejado y de lo más cercano.

Ponerse en vena una vía de inteligencia,luz y belleza, y eso contando con Borges tampoco fue como unas castañuelas

El tema del doble, el uno y el otro. Los espejos. Lo mismo es lo contrario. Ser y no ser a la vez. Conatos de autoficción. Citas escogidas y felices. Despliegue de erudición en grano. Las ciencias junto a las letras. Los idiomas. La Antigüedad y la historia en el presente. Los escritores, los manuscritos, las bibliotecas, los libros, la bibliofilia. La metaliteratura y lo literario: “el hábito literario es asimismo el hábito de intercalar rasgos circunstanciales y acentuar los énfasis”.

Los oficios. Los periódicos: “esos museos de minucias efímeras”. La utopía: no hay tal lugar. Aproximación tímida y elegante al amor y al erotismo. Humor a descubrir, bromas pesadas dichas sin despeinarse. Lo religioso y la ironía punzante del agnóstico dolido. Aguijonazos. La poética y sonoridad de los nombres y de los apellidos. La memoria y el olvido. La muerte. ¿La verdad?: “cuando una cosa es verdad basta que alguien la diga una sola vez para que uno sepa que es cierto”. La conclusión mediante finales que no concluyen, que se desvanecen en lo que no se llega a conocer o en la bruma de lo que no se recuerda…

Vitaminas. Pocos escritores han dicho tanto con menos palabras, de forma tan concisa. Y esto me trae unas líneas del último párrafo del brevísimo prólogo que Borges escribió para Ficciones: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explorar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos”. Dicho sea en vísperas del masivo aprovisionamiento de libros gordísimos para la lectura veraniega.

Los libros de Borges son finos, pero tienen más peso. Funcionó la terapia de Borges con El libro de arena, pero es necesario seguir recurriendo a ella, en ciclos, como se recurre a las mejores vitaminas. ¿Qué se puede esperar de un escritor que habló de un cielo “que tenía el color rosado de la encía de los leopardos”?