TRES. Charlton Heston fue el último actor que encarnó en la pantalla de un modo sobresaliente y persistente al héroe acorde con los valores clásicos. Esta dimensión, refrendada por la taquilla, le vino básica, aunque no únicamente, de su interpretación en tres películas de profundo impacto y largo arraigo: Los diez mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956), Ben-Hur (William Wyler, 1959) y El Cid (Anthony Mann, 1961).

Un apunte para señalar que estas tres películas, en parte engarzadas con el colosalismo italiano de la segunda década del siglo pasado, formaban parte de la respuesta de Hollywood al primer envite que supuso la extensión de la ficción televisiva en las pantallas domésticas.

Se trataba entonces –con más dignidad dramatúrgica que ahora– de motivar a los espectadores con grandiosos espectáculos a que abandonaran el sillón casero para acudir a los cines. Y el peplum bíblico y romano y las gestas históricas fueron el recurso más utilizado.

Heston estuvo interpretando en la misma franja temporal contratipos de sus héroes casi sobrehumanos

El calado en el público de esas tres películas fue tan grande que le proporcionó a Heston una gloria muy duradera, si bien, más tarde, se pudo comprobar –aunque revalidara el tirón con una película distinta como El planeta de los simios (Franklin J. Schaffner, 1968)– que el exitoso arquetipo de héroe representado por Heston se volvió en su contra.

CONTRATIPOS. La huella de aquellas tres películas era tan marcada que el público de la época –y de después– no reparaba en que, al mismo tiempo, Heston construía personajes tortuosos en un contexto sombrío, personajes muy opuestos a los canónicos Moisés, Judá Ben-Hur y Rodrigo Díaz de Vivar.

Hablamos del severo fiscal fronterizo Ramón Miguel Vargas del noir alcohólico Sed de mal (Orson Welles, 1957); del hosco y violento capataz Steve Leech del wéstern Horizontes de grandeza (William Wyler, 1958); del rebelde y heterodoxo oficial yanki Amos Dundee de Mayor Dundee (Sam Peckinpah, 1965) y del abusivo y libidinoso caballero feudal Chrysagon de la Creux de la medieval El señor de la guerra (Franklin J. Schaffner, 1965).

Es decir, Heston estuvo interpretando en la misma franja temporal auténticos contratipos de sus héroes casi sobrehumanos. Sin embargo, claro, varias de estas excelentes películas, más propias del público cinéfilo, no han trascendido como las otras.

['En la arena', la divertidísima y excesiva autobiografía de Charlton Heston]

CAMBIOS. Y, entretanto, los héroes de la pantalla portadores de valores clásicos entonces compartidos –integridad moral, coraje ético, valor físico, afán de justicia, socorro del débil, exacerbado idealismo, perfil trágico– fueron dando paso a los antihéroes, a los perdedores, a los héroes de “línea sucia” –en el sentido que esta expresión tiene en el cómic–, a los banales superhéroes con superpoderes y a los “héroes” de acción violenta de apenas insinuado –en el guion escrito y en el mejor de los casos– grosor humanista.

Y a las peripecias del hombre común, por supuesto, en el tono realista y antiépico o/y de rupturas formales y narrativas que introdujeron los nuevos cines de todo el mundo a fines de los 50 y comienzos de los 60, curiosamente justo a la vez del esplendor de Heston, quien, nacido en 1923, iba envejeciendo y perdiendo apostura física.

['Desayuno con diamantes' y buena literatura]

Además, el cambio cinematográfico –acentuado en Estados Unidos en los 70 por los Scorsese y compañía, aunque declinó luego–, iba en paralelo y en interrelación con todos los cambios políticos, sociales, ideológicos y religiosos iniciados por los jóvenes, en la cultura y en la calle, a mediados de los años 60.

Charlton Heston quedó como el héroe de una causa sin partidarios y con torrenciales y variadas corrientes adversas. Parece mentira, pero la truffautiana Los cuatrocientos golpes y Ben-Hur son del mismo año: 1959. Y a los exclusivos partidarios del cine moderno les debería decir algo saber que Martin Scorsese es un gran admirador de El Cid y que costeó su restauración de su bolsillo.