NOVEDADES. Sucedió así. Tenía sobre mi sofá de novedades Mañana y tarde, breve novela de un autor desconocido para mí, el noruego Jon Fosse, una coedición de la siempre garantista Nórdica y de su sello en España, De Conatus, cuya existencia también desconocía. Leí una docena de páginas y me bastaron para apartar el libro para su lectura. Días después, llegaba la noticia de que Jon Fosse era el nuevo Nobel de Literatura.

El escueto e intenso arranque está dedicado al nacimiento de Johannes, a un trabajoso parto. Olai, un pescador, aguarda en la cocina, inútil y temeroso, a que su amada esposa, Marta, dé a luz a un bebé con la asistencia de Anna, la resolutiva comadrona de la isla. Tiene pánico a que su mujer sufra un percance, a que no sobreviva al alumbramiento de otro hijo que se sume a Magda, ya casi una mujer.

Me asomé al comienzo de la segunda parte y me asombró, e intrigó, la audaz y brutal elipsis ejecutada por Fosse: el niño Johannes, a quien acabamos de dejar acariciado por Olai y sobre el pecho de su exhausta madre, es un anciano al borde de la muerte. Han pasado, de una página a otra, lo menos ochenta años. ¿Cómo seguirá el relato?

'Mañana y tarde', si fuera una película, sería, pese a mil diferencias, rosselliniana

INTENCIONES. La gigantesca elipsis demostraba maneras y grandes intenciones. Pero había mucho más en las pocas páginas leídas. En una constante alternancia de frases y párrafos cortos y largos, sin utilizar puntos –detalle en parte anecdótico–, había un hipnótico fraseo musical, una cadencia rítmica absorbente, fraguada también con deliberadas repeticiones de palabras, que denotaban una sugestiva y libre voluntad de estilo.

Eso no sería suficiente si, a la vez, la exposición no solo fuera sencilla, clara y fluida, sino que fuera creando una atmósfera que reflejaba muy bien un ambicioso propósito: hablar con inocencia de lo esencial, del comienzo y del desenlace de la vida, de la construcción de un hogar y una familia, del amor, del vacilante sentimiento religioso, del trabajo, de la amistad, del núcleo, en definitiva, de lo primigenio.

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Ahí latía con fuerza tanto lo físico como lo espiritual, y el modo que tenían las palabras de forjar un tono poético no era pringoso ni rebuscado, sino simple y natural. ¡Lo que le habrá costado a Fosse, cuántas reescrituras, alcanzar ese clima y esa sustancia!

CARONTE. En la segunda y “larga” parte, con Johannes en trance de cruzar en barco la laguna Estigia con su amigo Peter –reconvertido en un amable y esperanzador Caronte–, asistiremos sin dificultad a un prodigioso manejo por Fosse de los espacios y los tiempos, de lo real y de lo onírico –mezclados, a veces, en unas pocas líneas–, que nos servirá para conocer –y esos son el argumento y la trama de la novela– lo que ha sido su vida: su amor por su mujer, Erna, y por los siete hijos que tuvo con ella, los ocasionales riesgos y estrecheces de su oficio de pescador, sus desplazamientos en bicicleta y sus salidas al mar para capturar cangrejos con su amigo, su afición al tabaco, sus desayunos con café y rebanadas de pan con queso de cabra, su juvenil y frustrado enamoramiento de la hermosa y luego vieja señorita Pettersen, su peculiar y constante creencia en Dios, el cuidado y la atención que le dedica Signe, su hija más cercana, y tantas cosas más…

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La novela, si fuera una película, sería, pese a mil diferencias, rosselliniana. Por nuestra propia ignorancia de lo que sucede más allá de lo que nos enseña el mercado editorial con parpadeo de luces, no hemos visto venir a un escritor tan potente y singular, a tenor de Mañana y tarde –¿principio y fin?–, ¡publicada originalmente en 2001!, como Jon Fosse, que fascinó a Patrice Chéreau y dio clases a Karl Ove Knausgård. Pero nunca es tarde etc.