VALS. “Ódiame por piedad, yo te lo pido/ ódiame sin medida ni clemencia, odio quiero más que indiferencia/ porque el rencor hiere menos que el olvido”. Estos versos pertenecen a Ódiame, un popular, clásico y multicantado vals peruano, estudiado en el ensayo recogido en la última novela de Mario Vargas Llosa, Le dedico mi silencio (Alfaguara).

Para el ensayista incrustado en la narración novelesca, Ódiame confirma que el vals criollo ofrece también una línea filosófica, que no solo, aunque también, es huachafería –cursilería, afectación–, sino doble expresión de un pensamiento y de un sentimiento nacional masoquista y tanático.

Junto a consideraciones históricas, políticas, sociales y musicales –entre las que no sale muy bien parada la conquista española del Perú–, la parte ensayística de la novela, repleta de sustanciosas observaciones, corresponde, por supuesto, a las investigaciones sobre el vals peruano del propio Vargas, pero bien puede ser un reflejo de las pesquisas del periodista y maestro accidental, Toño Azpilcueta, un cincuentón de pobres recursos económicos, musófobo (segura metáfora) y en poco estimulante situación matrimonial, que se propone escribir un libro sobre un tal Lalo Molfino, desaparecido, extraño, maldito y prodigioso virtuoso de la guitarra que conmocionó a Toño en una única ocasión efímera.

Una quincena de libros de Vargas en verdad memorables nos ha acompañado desde la adolescencia a una generación

Libro, pues, novelístico y ensayístico –como ya lo fueran La fiesta del chivo o El sueño del celta–, Le dedico mi silencio ofrece la dosis mínima de sofisticación estructural que Vargas Llosa casi siempre se ha exigido a sí mismo, sin comprometer la claridad de la narración, y haciendo circular algunos personajes de la no ficción a la ficción, y viceversa, como es el caso de la cantante Cecilia Barraza.

PEGAMENTO. La parte narrativa de Le dedico mi silencio –la ensayística también lo es, a su modo– se sustenta sobre el, siempre generador de incógnitas y expectativas, esquema de una encuesta, con su recorrido transformador por el espacio y el tiempo, de una investigación como la que Toño Azpilicueta realiza para esclarecer la figura borrosa, fugitiva y, como se verá, controvertida de Lalo Molfino.

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El itinerario que sigue Toño en pos de su personaje y de su acariciado libro, que habrá de contener la tesis de que el vals criollo puede ser el pegamento que por fin una a los peruanos, va construyendo al personaje y dando noticia de su evolución, mientras que las personas, las ciudades y los barrios que frecuenta para recabar información sobre Molfino van dibujando un completo mapa humano, social y político del Perú actual.

La prosa de Vargas, entre la melancolía y el humor sobre un fondo de realismo, compone pasajes excelentes, tanto en las detalladas descripciones de lo exterior como en el ahondamiento psicológico y humano de los personajes.

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AGRADECIMIENTO. Y en este punto en el que Vargas se despide de la novela y anuncia un último ensayo sobre Jean-Paul Sartre, cabe lamentar, cuando se han cumplido más de sesenta años de su primera estancia en España, que el escritor no haya encontrado la oportunidad de escribir una novela de ambientación española.

Magistral analista de tantos y tantos escritores –Darío, Flaubert, Victor Hugo, Onetti, Borges…–, tampoco ha escrito un extenso ensayo en estas seis décadas de ingente obra sobre un escritor español, más allá de su estudio sobre Tirant lo Blanc, algún escarceo cervantino, su discutido libro sobre Pérez Galdós y su homenaje al “translúcido y aéreo” Azorín en su discurso de entrada en la RAE.

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En esta hora de su despedida, es preciso mostrar agradecimiento hacia Vargas Llosa, que nos deja, entre colecciones de relatos, novelas y ensayos, más de una quincena de libros en verdad memorables, libros, además, que nos han acompañado desde la adolescencia a una generación en nuestro proceso formativo y han incrementado nuestro placer y nuestro amor por la lectura.