Antonio Muñoz Molina
Escritor
Sin ninguna importancia
Hace unos años me invitó a comer uno de los fundadores de un nuevo partido que traía en su ideario la antigua aspiración regeneracionista y laica que tan pocas veces ha cuajado en la política española. Era una persona a la vez habladora y muy dotada para la elocuencia, y con un aire de pragmatismo que a mí me llama mucho la atención, en un país como el nuestro en el que casi solo se discute en público de fantasmagorías. Casi al final del almuerzo me había explicado la posición de su partido, y la suya personal, en una gran variedad de asuntos. Solo de dos no había dicho una palabra. Ni de educación, ni de cultura. Cuando le pregunté por la que me parece una prioridad absoluta, la educación en España, me di cuenta de que no le había dedicado hasta ese momento ninguna atención, en parte porque solo improvisó una respuesta a estas alturas bastante gastada: “Hay que acabar con la enseñanza memorística”.
¿Cuánta enseñanza memorística queda en las escuelas españolas? ¿Cómo es posible que en los debates públicos de un país con deficiencias escandalosas en su sistema educativo y con un patrimonio cultural de los más ricos (y en muchos casos de los más descuidados del mundo), la educación y la cultura apenas sean mencionadas, a no ser para repetir vulgaridades oportunistas, demagógicas o identitarias, o las tres cosas a la vez? Inmediatamente después de la toma de posesión de Pedro Sánchez como presidente del gobierno, Televisión Española emitió una entrevista solemne desde el palacio de la Moncloa. Se habló de todo, hasta de fútbol. No hubo ni una sola mención a nada relacionado con los problemas urgentes de la enseñanza, ni con las artes, ni con el conocimiento en cualquiera de sus modalidades.
«Nada produce más desolación que el espectáculo de un clima político en el que prevalece la ira y el sectarismo, y en el que nunca se debaten las cuestiones que importan de verdad. Nos prefieren incultos e ignorantes»
La clase política sigue considerando la cultura y la educación como cosas superfluas, adornos, oportunidades de adoctrinamiento o de mangoneo clientelar. En esa indiferencia los que mandan o aspiran a mandar se parecen a una parte considerable de la ciudadanía. Pero sin una enseñanza pública de alta calidad y verdaderamente universal no hay esperanza de ascenso social para quienes menos tienen, ni de prosperidad verdadera, ni tampoco de salud democrática, porque la soberanía del ciudadano adulto y racional depende de una capacidad de reflexión y de una información sobre la realidad de las cosas que no puede existir sin la enseñanza. Y la cultura no es un adorno de privilegiados elitistas, sino un derecho y una oportunidad de vida en plenitud, y una fuente de prosperidad a la que hay pocas que puedan compararse en un país como el nuestro. Los libros, las artes, las películas, la enseñanza del idioma, crean oportunidades de inversión sostenible y puestos de trabajo cualificados.La investigación científica rinde beneficios sociales y económicos que en nuestro país se pierden ahora mismo por el abandono público y el desinterés social.
Nada produce más desolación que el espectáculo de un clima político en el que prevalecen la ira y el sectarismo, y en el que nunca, nunca, se debaten las cuestiones que importan de verdad. Quizás por eso nos prefieren incultos e ignorantes.
Mercedes Monmany
Escritora y crítica literaria
Más urgente que nunca
Nuestro añorado Umberto Eco ya lo dijo, refiriéndose a Europa, como macronacionalidad, pero que podría ser aplicado a cada uno de nuestros países: “La cultura es nuestra única identidad”. Después de guerras fratricidas, de sucesivos intentos de destrucción de nuestro continente, “somos europeos por la cultura”. Lo mismo podríamos decir de España. Para crecer política, económicamente, para avanzar en lo que nos une y no en lo que nos desune y crea grietas en la convivencia, para humanizarnos desde lo alto y no desde lo más bajo, la cultura y los múltiples intercambios culturales entre los habitantes de nuestra rica diversidad territorial es lo único que puede servir muchas veces de bálsamo para volver a la racionalidad y el mutuo entendimiento.
«Para avanzar en lo que nos une, para humanizarnos desde lo alto y no desde lo más bajo, la cultura es lo único que puede servir de bálsamo para volver a la racionalidad y el mutuo entendimiento»
¿Cuál es el problema? Pues cuando este discurso civilizatorio se intenta aplicar a la real politik, la de los políticos, Parlamentos y Ministerios diversos que no pocas veces se entorpecen (Cultura y Hacienda es un clásico) cual esas guerras fratricidas de las que hablaban Eco y tantos otros humanistas. La falta de sensibilidad de los políticos hacia la cultura no es algo nuevo en nuestro país. Está firme y orgullosamente enraizado. Pero ahora hay novedades. Ante la ola de populismo irrefrenable que nos invade a todos los países por igual, con variantes específicas en cada caso, esta tendencia, confesada o no, actúa como sismógrafo de lo que es más o menos reclamado en nuestras sociedades. Con lo cual, como una esponja, es inmediatamente atendido, o despreciado olímpicamente, por todos los partidos. La cultura -en discursos, ofendidas reclamaciones, mítines y titulares de los periódicos- volverá a estar, una vez más, totalmente ausente en estas elecciones. Qué nos apostamos. De cara a cautivar a esas masas de rostro huidizo e indiscernible, sumamente volátiles e infieles, la cultura “no vende”, no hace bascular Bolsas. No es “popular” en definitiva, como lo pueda ser sacarse una foto, todos los candidatos, unidos, en un campo de fútbol. Mucho me temo que seguiremos con los vicios y desprecios conocidos.
¿Se puede recordar a algunos de nuestros últimos presidentes, aunque sólo sea por hacer el gesto, asistiendo a estrenos de óperas, conciertos en el Auditorio, películas u obras de teatro magníficas, que nunca faltan en nuestras carteleras? ¿Yendo a compartir desvelos y problemas de la profesión con los sufridos pero entusiastas artistas en sus camerinos? Aunque sea para disimular. Nada que ver, por ejemplo, con el muy culto presidente francés, Emmanuel Macron, antiguo alumno de Ricoeur, fan incondicional de la ópera y el teatro. Hoy día, más que nunca, como firmaban en un manifiesto de urgencia (Europa en llamas) un grupo muy representativo de treinta intelectuales europeos, ante el avance de fuerzas y formaciones políticas que quieren regresar al mundo del oscurantismo, con un creciente y arrogante desprecio por la inteligencia y la cultura, sólo si el mundo de la política vuelve a caminar de la mano de la educación y la cultura nos podremos salvar. Antes de que sea demasiado tarde.