Adolf Tobeña
Catedrático de Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona
Cinco apuestos candidatos
Las elecciones generales van a dirimirse entre cinco señores de muy buen ver. Cinco líderes jóvenes, animosos y de notable prestancia física. Cinco gallardos hispanos a punto de entrar en sazón de madurez. Cuentan los entendidos que la carrera anda reñida, seguramente porque sobran razones para dudar.
Los tres que navegan por el costado de “la derecha” claman por la recuperación de una patria fuerte, firme y eficaz que garantice los pilares de una sociedad competitiva y liberal. En cambio, los dos que circulan por “la izquierda” pregonan una patria diversa y bastante deshilachada, aunque muy acogedora, subsidiaria e igualitaria. Es decir, el discurso de los tres primeros parece venir de Marte, mientras que el de los segundos suena más Venusiano. Pero a estas alturas todo el mundo (o casi) sabe que son anuncios de quita y pon, urdidos para animar a las clientelas más cercanas y a sus aledaños, tocando las fibras que mejor las motivan y procurando, sobre todo, que no dejen de acudir a depositar papeletas durante una jornada primaveral propicia al escaqueo.
Porque al alcanzar el timón del gobierno esos propósitos de navegación, hacia la derecha o la izquierda, son mudables en función del panorama económico que se avecine, de las restricciones de los socios europeos y de influencias de las grandes esferas. De ahí que la batalla verse más sobre el arrastre de los candidatos que sobre sus planes de acción. La enorme bolsa de indecisos ilustra el fenómeno: hay vacilaciones porque debe estimarse quien tiene pinta de pilotar mejor, sin importar demasiado el rumbo o los planes de cabotaje. Y de ahí que proliferen avisos de que los últimos días van a ser cruciales y que todo sigue en el alero.
«A estas alturas todo el mundo sabe que son anuncios urdidos para animar a las clientelas, procurando que no dejen de acudir a depositar papeletas en una jornada propicia al escaqueo»
Es una situación óptima para que, en las evaluaciones de última hora, pesen las virtudes personales. Visto que la oferta lleva a cinco señores con un atractivo difícil de discernir, la cualidad con mayor potencia predictiva es la solvencia en el mando, la determinación ante las complicaciones, la habilidad para sortear situaciones adversas. Es decir, la capacidad de alzarse con la victoria. Los rostros y el porte denotan eso y los cerebros empáticos lo captan con presteza.
Según eso nos quedan sólo dos candidatos. El primero es quien convocó la carrera desde Moncloa. Recuérdese que no sólo derrotó a la vieja guardia de su formación con una revancha fulgurante, sino que se hizo con la gobernación del país mediante una certera componenda parlamentaria. El segundo luce menos currículo pero también arrastra estela de victoria. Es el reciente líder de la derecha popular. Recuérdese que se hizo con ese puesto de manera inesperada y batiendo a jefas de enorme peso. Los otros tres candidatos no cuentan: jamás han ganado nada y a pesar de su labia y empaque, les adorna un recorrido de veleidades que suele presagiar el papel de eterno segundón.
Francisco Mora
Catedrático de Fisiología de la Universidad Complutense
Emociones e indecisiones
El cerebro humano apenas ha cambiado su genética y neuroanatomía en los últimos miles de años. Sí ha cambiado la cultura. Precisamente esa cultura, siempre renovada, y gracias a los procesos “plásticos” del cerebro, hace cada persona diferente a cualquier otro ser humano. En su esencia, estos cambios los produce el aprendizaje y la memoria de los eventos que nos rodean, desde los climáticos o físicos a los sociales, emocionales y cognitivos de nuestros congéneres. En suma, son las culturas sucesivas lo que hace cambiar al ser humano de generación en generación. Y en todo esto sobresale la educación que se recibe. De ahí el aserto: “el ser humano es lo que la educación hace de él”. De hecho, se podría decir que trasladando un niño recién nacido en la Mesopotamia o en el Antiguo Egipto de hace unos 3.000 años a nuestra cultura, nadie notaría diferencia emocional o cognitiva con sus compañeros de clase.
«La emoción es determinante. Impregna casi todas las funciones del cerebro. De ahí la apelación inconsciente a las emociones positivas del votante por parte de los políticos»
Y todo esto tiene que ver con la toma de decisiones. Y más específicamente en el contexto social que se avecina cuando cada ciudadano elige votar a una persona o partido político en unas elecciones. Ya lo hemos señalado, todo ello es dependiente de la educación recibida (formación general, información y conocimientos) y desde luego los valores y las normas y los hábitos éticos adquiridos a lo largo de toda su vida. Pero asumido esto último, hay que destacar aquí el papel de los mecanismos cerebrales inconscientes, las emociones, que operan en el individuo en la toma de esas decisiones y también ese período, que puede alcanzar hasta el momento antes de escoger la papeleta, de indecisión sobre a quién o a qué partido votar. La emoción, poco valorada tantas veces frente a la cognición, en la toma de decisiones, es determinante. En ello influye no solo la empatía hacia las personas que hay que votar, sino también sus ideas y propuestas pues hay que saber que las ideas ya vienen teñidas, coloreadas por la propia emoción de quién vota. Hoy comenzamos a saber bien que la emoción impregna casi todas las funciones del cerebro, incluidas por supuesto las funciones cognitivas y ejecutivas. De ahí, la apelación inconsciente a las emociones positivas del votante. De ahí, la fuerza de tantos “valores” conformados como hábitos que de modo inconsciente (emocional) llegan a los votantes.
Hoy sabemos que no hay toma de decisiones “acertadas” sin emociones (inconscientes) bien construidas. Se piensa que el cerebro, en la construcción de esas emociones, opera a través de un “metrónomo” o escala del placer. Ante lo que hay que escoger, sea sensorial, sentimental o cognitivo, decidimos sobre la base de una medida cerebral que siempre nos indica lo más placentero. Y los ingredientes son tan infinitos como desconocidos son los mecanismos con los que opera el cerebro. De ahí que, ante una indecisión constante a lo largo de los últimos días o semanas sobre dos opciones próximas, uno tome la decisión (“vote”) por esa impronta o impulso que le hace escoger una determinada papeleta. Es casi seguro que con esta decisión acertará más que si lo hubiese hecho sobre unos determinantes más puramente cognitivos.