¿Museos gratuitos?
La gratuidad o no de los museos de titularidad pública es uno de los debates del sector, que se divide entre el acceso libre o el compromiso de la sociedad civil. Ante el Día de los Museos, analizamos con los directores artísticos José Lebrero y Chus Martínez los pros y los contras de ambos modelos
17 mayo, 2019 00:00José Lebrero Stals
Director Artístico del Museo Picasso Málaga
El compromiso de la sociedad civil
Preguntarse sobre la necesidad o no de gratuidad en el acceso a los museos públicos no tiene una respuesta unívoca. Habiendo vivido los decenios de la cultura alegremente subvencionada, la del pelotazo cultural, durante la que no pocos particulares se enriquecieron sin pudor llevándose buenos trozos de presupuestos públicos mal vigilados, o ahora, saliendo de la reciente crisis del “IVA al 21 %” que ha contribuido a dejar moribundos a demasiados museos del país, soy de la opinión de que sí: es beneficioso para el sistema museístico que la sociedad civil contribuya económicamente a que pueda funcionar.
No me parece por ejemplo exagerado que la entrada a la Fábrica de Luz. Museo de la Energía, de titularidad estatal y audiencia modesta en Ponferrada, cueste 3 euros. Aunque este ingreso no solucione su gestión económica, el pago de un servicio público en este caso puede contribuir a mejorar la inscripción del museo en su territorio y a robustecer el sentimiento de pertenencia de la sociedad civil con la institución. Pero, ¿rige el mismo criterio para El Prado, en la milla de oro de Madrid, con tres millones seiscientos mil visitantes y una entrada general de 15 euros? A partir de aquí son obligados demasiados matices para las quinientas palabras de que dispongo.
Leemos que falta interés por el consumo de cultura en nuestro país. También es sabido que un nivel educativo y económico más elevado se vincula con una mayor frecuencia en las visitas a museos o asistencia a espectáculos. No cabe duda de que allí donde se financia una buena educación pública aumentan el interés y el consumo culturales. La calidad en los museos difícilmente se sostiene únicamente por las arcas públicas. Lo estratégico no gira en torno a la potencial gratuidad.
«Con todas las facilidades a quienes no pueden permitirse el desembolso, pagar un precio razonable no grava de modo preocupante al ciudadano. Por el contrario, favorece su identificación con la institución»
Estoy con mi colega belga Chris Dercon cuando afirma que en los museos públicos se hacen las cosas de manera no mejor sino diferente a como se hacen en los privados. Lo verán cuando lleguen los efectos de la progresiva privatización que hoy experimenta este sector en España. Me temo que lo que quizás sea válido para los contextos culturales donde él ha trabajado poco sirve para un sistema como el nuestro en el que la subvención pública está tomando adelgazantes.
Aquí, las colecciones públicas de primer nivel no abundan. La enrevesada heterogeneidad jurídica de las titularidades de los museos fragmenta y descohesiona. La escasa promoción del Estado a la donación, dación o mecenazgo debilita aún más la poca conciencia social sobre la protección de la sociedad civil a los museos que tutelan el patrimonio público. Con todas las facilidades de gratuidad a quienes no pueden permitirse el desembolso, pagar un precio razonable y en correspondencia con la calidad de la oferta no grava de modo preocupante al ciudadano. Por el contrario, favorece su identificación con una institución que le pertenece, obliga a la trasparencia en la gestión y ayuda a sanar los males de la instrumentalización política y los peligros de los intereses particulares, favoreciendo así que sobreviva un espacio público que hoy dispone de un gran potencial para favorecer el pensamiento crítico personal.
Chus Martínez
Directora del Instituto de Arte del FHNW Academy of Arte and Design de Basilea
Gratuidad para un modelo nuevo
Este es un tema controvertido que puede verse desde muy diversos ángulos. Para muchos es incomprensible que el público pague por todo tipo de cosas y que los museos sean una excepción. Por otro lado está el tema del turismo y, en este sentido, parece poco viable que no haya un filtro que modere la afluencia masiva a algunas instituciones, con el peligro añadido de los problemas de seguridad que esto acarrea. Pero supongo que la cuestión de la gratuidad apunta a una reflexión más compleja: ¿cómo redefinir la misión social y pedagógica de los museos bajo una lente distinta a la del entretenimiento?
Mi posición personal es que deberían ser gratis, sin más. Al tiempo que creo imposible que la solución radique en eliminar la entrada, así, también sin más. Es difícil pensar que las menguantes subvenciones que reciben los museos se vean acrecentadas para cubrir el gasto que representaría dejar de ingresar por las entradas. Me resulta aún más difícil imaginar que la misión de los museos sea obtener cada vez más visitantes, competir por el récord de visitas y convertirse en los “cruceros” de tierra para millones de turistas.
«La gratuidad tiene sentido, pero no para abrir las puertas sin más y a ver quién pasa, sino para diseñar un modo de ocupación que cree sistemas de confianza distintos entre ciudadanía y museos»
Puede que el arte no sea el principal interés para miles de jóvenes e individuos de edades muy diversas cuyas vidas no pasan por una relación con la cultura. Los museos, sin embargo, representan una cara tan distinta y tan ajena de las imágenes de una televisión monstruosa y de una tecnología usada muchas veces desde la desidia y el desasosiego, del influjo tan grande de plataformas como Netflix… que parece imposible no verlos como una grandísima oportunidad para una relación diferente, pedagógica y productiva con la relevancia de la presencia, de la conversación en tiempo real, de imágenes quizá incomprensibles pero capaces de abrirnos a mundos con los que no toparíamos de otro modo. No es una utopía lo que propongo, sino la necesidad de plantear la relación entre las colecciones y las instituciones públicas y la educación.
La gratuidad de los museos debería ir unida a una voluntad firme de pensar cómo museos y centros de arte pueden hacer un trabajo distinto con individuos y grupos, cómo pueden dejar de pensar en las cifras de visitantes, cómo pueden adaptarse los horarios, cómo puede restringirse la “visita” y aumentar de forma drástica la presencia en esos espacios con otros objetivos. De ser así, la gratuidad tiene todo el sentido, puesto que no se trataría de abrir las puertas sin más y a ver quién pasa, sino de diseñar un modo de ocupación por gremios y comunidades e individuos que cree sistemas de tránsito y de confianza distintos entre la ciudadanía y los museos. El futuro de las visitas y las marabuntas está ligado a la publicidad y sus costes, a la capacidad y al hecho de que las ampliaciones posibles no son infinitas y a lo que queremos realmente que sean nuestros museos y centros públicos. Yo querría que los quisiésemos mucho y supiésemos invertir hasta la saciedad en ellos sin esclavizarlos a la taquilla.