¿La ciencia desdibuja la naturaleza humana?
¿Es necesario poner límites a las investigaciones? ¿De qué hablamos cuando hablamos de “perfeccionamiento humano”? Maria Blasco y José Antonio Marina reflexionan sobre esta encrucijada
13 enero, 2020 02:01José Antonio Marina
Filósofo, escritor y pedagogo. Autor de Historia visual de la inteligencia (Conecta)
La humanidad mejorada
Se calcula que entre 2040 y 2050 aparecerá la “singularidad”, un nuevo avatar de la especie humana. Antes, viviremos una época provisional de “transhumanismo”, que nos conducirá a esa “poshumanidad”. El cambio vendrá por la convergencia de cuatro poderosas tecnologías: ingeniería genética, nanotecnología, neurociencia e inteligencia artificial. Hay quienes consideran que estas previsiones son elucubraciones sin fundamento y quienes se las toman en serio. Entre estos últimos, algunos, como Fukuyama, la consideran “la idea más peligrosa del mundo”, mientras que Ronald Biley lo considera un “movimiento que personifica las más audaces, valientes, imaginativas e idealistas aspiraciones de la humanidad”. Los filósofos transhumanistas argumentan que no solo existe el imperativo ético de entrar en una fase de existencia poshumana, en la que los humanos controlen su propio futuro.
"Ante la celeridad de los avances tecnológicos, hay que cambiar el eje de nuestros programas educativos. Lo importante no es conocer la información sino lo que necesitamos para comprender"
No sabemos adónde puede llevarnos la tecnología en unos decenios, pero debemos estudiar con detenimiento lo que ya está sucediendo. El tema de las human enhancement technologies está ya presente en papeles oficiales. El Parlamento europeo las define como “aquellas modificaciones dirigidas a mejorar las capacidades humanas, conseguidas por la intervención de las nuevas tecnologías en el cuerpo humano”. Según el informe del National Intelligence Council (NIC) Global Trends 2030, “la ‘human augmentation’ permitirá a los civiles y a los militares trabajar más efectivamente y en entornos que antes eran inaccesibles”. Por mi profesión, me interesan las previsiones sobre el futuro de la inteligencia. ¿Es verdad que, como dice el filósofo sueco Nick Bostrom, veremos la llegada de una Superinteligencia que se adueñará de nuestro destino? Los ordenadores hacen cosas que antes parecían exclusivas de los humanos. El movimiento ‘Watson for President’ afirma que Watson, el programa estrella de Inteligencia Artificial de IBM, podría gobernar mejor que un humano. El programa AlphaZero alcanza el nivel de un maestro de ajedrez. No podemos competir con los ordenadores en el manejo de información. Sin embargo, la cuestión es ¿quién tomará decisiones en el futuro?
Ante la celeridad con que se producen los avances tecnológicos, hay que cambiar el eje de nuestros programas educativos. Lo importante no es conocer la información –en eso son mejores los ordenadores– sino conocer lo que necesitamos para comprender. Mantener la toma de decisiones dentro del dominio humano es lo fundamental, y eso supone que nosotros seremos los encargados de fijar los objetivos y los criterios de evaluación. Trabajo desde hace años en el Proyecto Centauro, que intenta responder a una pregunta: ¿cómo debería ser la inteligencia humana para saber utilizar y controlar las gigantescas posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías? Una “realidad aumentada” necesita una “inteligencia aumentada”. La Inteligencia Centauro es la que tiene una inteligencia humana con una memoria ampliada por un sistema de inteligencia artificial. Traducir esto en programas concretos para la escuela es una colosal tarea. En eso estamos.
María Blasco
Investigadora. Directora del CNIO
Al infinito y más allá
La investigación científica hace que el conocimiento avance y que cada día estemos más cerca de tener una comprensión profunda de los fenómenos naturales. En el caso de las ciencias de la vida, el conocimiento científico ha dado lugar a la mayor revolución jamás vivida por la humanidad: casi triplicar la esperanza de vida de los seres humanos en menos de un siglo. A principios del XX en España la esperanza de vida era de poco más de 30 años y ahora es de más de 85. En menos de un siglo, hemos pasado de una probabilidad de muerte igual de alta en cualquier momento de nuestra vida adulta (una simple infección nos podía matar), a tener un riesgo de muerte prácticamente inexistente hasta que alcanzamos edades avanzadas. El tener mayor esperanza de vida y, por lo tanto, menos riesgo de muerte, ha hecho que demos mucho más valor a la vida humana: nadie quiere morir a los 30 cuando sabe que puede llegar a los 80.
"Los avances científicos nos han hecho más felices. No hay ningún argumento racional ni ético para frenar el conocimiento. Es irracional ver belleza en la enfermedad y la muerte."
Esto tiene un efecto virtuoso, pues no sólo damos más valor a la vida humana, también damos más valor a la vida de los animales que nos acompañan, y en general, a la VIDA con mayúsculas, incluida la vida animal, vegetal y medioambiental del planeta. El conocimiento de cómo funciona la vida ha permitido controlar no sólo muchas enfermedades infecciosas (el SIDA es un ejemplo paradigmático de enfermedad curada con la biología molecular), sino también avanzar en la cura de enfermedades más complejas, como son aquellas originadas por el envejecimiento de nuestras células. Pongamos el ejemplo del cáncer. Gracias a la investigación cada día hay más tratamientos para controlarlo. Estos avances científicos han eliminado mucho sufrimiento y nos han hecho más felices como individuos y como sociedad.
Sin embargo, ¿por qué nuestro subconsciente aún nos hace dudar ante semejante futuro feliz?. ¿Qué lógica o principio ético podría contraponerse a seguir aprendiendo para algún día poder ser sociedades más avanzadas y libres de enfermedades?
En el primer “Workshop de Filosofía y Ciencias biomédicas” organizado por el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), con los filósofos Antonio Diéguez y Arantza Etxeberria, la conclusión unánime de científicos y filósofos fue que no parece haber preceptos éticos, morales o filosóficos que recomienden frenar el conocimiento y el avance de la especie humana siempre que esto sea con todas las garantías de seguridad y con el fin de acabar con el sufrimiento y mejorar las opciones de felicidad de los seres humanos.
El filósofo Michael Hauskeller, de la Universidad de Liverpool, nos decía que estamos tan acostumbrados a pensar en la inevitabilidad de la vejez, la enfermedad y la muerte, que nos hemos resignado a ella, hasta el punto de no querer acabar con el peor de todos los males. Sin embargo, no hay ningún argumento racional ni ético para frenar el conocimiento. Es irracional ver belleza en la enfermedad y la muerte.