Álvaro Valverde

Poeta y crítico literario

Una minoría inconmensurable

No soy editor ni librero ni tengo acceso a los datos contables que justifican la venta de libros de poesía en España; eso sí, debido a mi condición de lector y de crítico, recibo cada día en casa los suficientes como para afirmar que la lírica patria goza de buena salud. Óptima, si tenemos en cuenta, además de la cantidad, la calidad. Un puñado siquiera de esos volúmenes da fe, cada poco, de lo que afirmo. No proceden, lo confieso, de las colecciones que han impulsado eso que venimos denominando “parapoesía” o “poesía pop tardoadolescente”. Si nos refiriéramos a ese fenómeno juvenil, las cifras (o eso dicen) nos nublarían el entendimiento. Pero es que uno, de edad provecta, ni lo considera en rigor poesía (aunque entre esos versos la haya, qué duda cabe) ni olvida que las modas son, por definición, pasajeras. Ya he visto evaporarse algunas. .

"Que en este país se lee cada vez más y mejor lo reflejan las encuestas. No, la poesía resiste. Su necesidad soporta la prueba de los siglos. Un adolescente toma ahora un papel y escribe"

Me gusta la dedicatoria de Juan Ramón: “a la inmensa minoría”. Octavio Paz, tras precisar que “toda reflexión sobre la poesía debería comenzar, o terminar, con esta pregunta: ¿cuántos y quiénes leen libros de poemas?”, escribió con la lucidez que lo caracterizó: “El sustantivo minoría reduce el número de lectores a los happy-few de Stendhal, pero el adjetivo inmensa lo amplía bruscamente: los pocos son muchos. Tantos que son incontables, como todo lo que es inmenso. Jiménez opone a la mayoría contable una minoría inconmensurable”.

Por mi parte, estoy convencido de que la verdadera poesía, la única digna de tal nombre, exige del lector paciencia, lentitud, concentración, silencio y alguna cosa más que casa mal con esta época de la prisa y la insustancialidad. Y de las redes sociales e internet; esto es, del postureo.

Los libros que llegan, estilizados y portátiles, hermosos y muy cuidados casi siempre, proceden de editoriales veteranas, dignas de elogio, y de otras nuevas y hasta incipientes, que merecen la atención y el respeto debidos.

Siendo uno por naturaleza pesimista, baso mi optimismo en la excelencia, que no cesa, y en otros detalles. Por ejemplo el de la presencia incuestionable de la mujer en el proceso, tanto de la escritura como de la lectura (y aun de la edición y la crítica). Que ellas leen más es ya un lugar común. Que escriben estupendamente, otra evidencia. Sus libros aportan frescura, puntos de vista distintos, y por ende completan un panorama que no siempre las tuvo en cuenta; aunque en esto sea mucho menos radical que algunas, tal vez porque nunca he dejado de leerlas.

La incesante creación de clubes de lectura (donde el papel de la mujer resulta clave) es otra razón de certidumbre. Y no sólo en bibliotecas, también en librerías, como el que coordina Jordi Doce en la Rafael Alberti de Madrid, sólo de poesía.

Que, en fin, en este país se lee cada vez más y mejor lo reflejan a las claras las encuestas. No, la poesía resiste. Su necesidad soporta la prueba de los siglos. Un adolescente toma ahora un papel y escribe.

Abelardo Linares

Editor, librero y poeta

El éxito hoy tiene un éxito excesivo

Cuando, hacia 1978, empecé a editar Calle del Aire con mi amigo Fernando Ortiz, el primer libro de un poeta joven no vendía menos de 300 ejemplares y a menudo más de 500. Gracias a eso pude seguir editando casi exclusivamente poesía durante mucho tiempo. Hoy mismo es complicado el que un buen libro de un poeta con cierta obra y reconocimiento llegue a los 200, incluso a los 100 ejemplares. 56, exactamente, han sido las ventas, en los dos últimos años, tras descontar devoluciones, de un libro de un poeta relativamente conocido que además recibió una decena de críticas muy favorables.

El sistema literario ha ido mutando en el último medio siglo y ahora nos encontramos con tres circuitos que, aunque a veces se relacionan, resultan bastante autosuficientes: el estrictamente literario, el comercial, al servicio de Random House y de Planeta y el aún nebuloso de las redes. En este contexto, hablar de “prestigio”, “nuevos lectores”, “renacido interés” o “nuevo esplendor” en relación con la poesía me parece un supuesto en el que hay demasiado que suponer y no siempre para bien. Como ejemplo y a la vez alusión, me atreveré a opinar que mientras que en cuestiones de cocina todos sabemos que si nos comemos una hamburguesa en un carrito no estamos en un restaurante con estrellas michelín, muchos de los lectores del poeta XXX, incluso del mismísimo y muy poético Paulo Coelho se sienten convencidos de estar leyendo gran literatura. 

"Cuando comencé a editar, el primer libro de un poeta joven no vendía menos de 300 ejemplares y a menudo más de 500. Hoy es complicado que un libro de un poeta reconocido llegue a los 200"

Ahora que la adolescencia bien puede durar hasta pasados los cuarenta, hay docenas de miles de adolescentes que escriben y leen poesía más o menos sentimental, pero no porque sean o vayan a ser un Rimbaud o un Neruda, sino porque son adolescentes; de la misma manera que todos los niños de cinco años pintan en colores, no porque vayan a ser un Picasso o un Van Gogh, sino porque son niños. Como, además, el prospecto que acompaña la dormidina o el redoxon me parece mucho más poético y entretenido que la inmensa mayor parte de los versos de juglares, tuiteros, blogueros y cantautores de todos los sexos que pueblan las redes, mi credulidad en la bondad e interés literarios de la nueva poesía que llena internet y los teatros es muy limitada. Habrá muchísima gente que la siga… porque la sigue mucha gente, pero, en mi opinión, el éxito hoy en día tiene un éxito excesivo. 

Lo que no quiere decir que la palabrera poesía neoacadémica, protouniversitaria y transvanguardista que está al otro lado, el de la oscuridad o la vaguedad con pretensiones de esencialismo, no tenga también indesmayables seguidores, pese a su obsolescencia. Como lo demuestra el que Luis Bagué Quílez, que debe de ser crítico universitario, haya pedido, con toda seriedad, ni más ni menos que el Premio Cervantes para Raúl Zurita, uno de los más aburridos y peores poetas de la lengua.

Con todo y pese a todo sigue habiendo poetas a leer y a descubrir, poetas extraordinarios, como, por ejemplo, el valenciano y desconocidísimo José Luis Parra, uno de los grandes poetas españoles del último medio siglo. Pero esa, como decía Kipling, es otra historia

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