Julián Ruiz
Productor musical
La victoria del Muzak
Me impresionó el poder del llamado “compact cassette” cuando Keith Richards, de los Rolling Stones, reveló que el increíble sonido de la guitarra acústica de Street Fighting Man, la canción más política del grupo, había sido grabado en un casete porque lograba una compresión mágica. O cómo Ringo Starr contaba que había podido ver al Maharishi gracias a haber oído en su contestador de casete un recado de George Harrison, a finales del mes de agosto de 1967, cuando murió Brian Epstein, el manager de los Beatles.
Antes, en 1965, había aparecido el “8 Track” para los coches, que sonaba mejor que el casete. Y en 1978 aparecía el famoso Láser Disco, un disco óptico del tamaño de un Long Play. ¡Que locura!
Pero fue el casete el que se convirtió en el enemigo número uno del vinilo, que reinaba desde el año 1888. Se impuso la piratería. Se podía copiar fácilmente un vinilo y los piratas reían. Al vinilo le dieron casi por muerto. Ahora se puede vanagloriar de su supervivencia.
Y en 1980, la Philips, la inventora del casete con la ayuda de Sony, se cargaba por fin la industria de la música. En 1981 ya se vendían los primeros CDs. Sony, pocos años después, en 1986, lanzó el famoso DAT, con más del doble de frecuencias de muestreo que el CD. Nunca sacaron música en DAT. Sólo lo utilizábamos para mezclar la música en el estudio, en digital. Duró cinco años.
Seis años después, la Philips no se rendía con su invento del casete y lanzaba el Digital Cassete, apoyado en su sello discográfico Polygram. El casete nuevo se oía en calidad digital. Pero el viejo también se podía reproducir… Era un aparato francamente bueno. Cuatro años después la Philips dejaba de fabricarlo.
Sony no se rindió con su “medioinvento” del CD y lanzó su “walkman”, pero en CD, con el Mini-Disc. Sony dejó de fabricarlos en 2014. Otra oda al fracaso. Hace quince años, a la industria musical se le acabaron las ideas de fabricar más aparatos para reproducir música. El formato físico ya estaba muerto. El final estaba próximo.
Hace quince años, a la industria se le acabaron las ideas de fabricar más aparatos para reproducir música. El formato físico ya estaba muerto. El final, próximo
Desde los años 90 funcionan Apple Music, Spotify, etc. El streaming es la fuerza bruta y mayoritaria de la música actual. Las canciones se consumen on line. La repugnante paradoja es que el streaming –o retransmisión– data de 1920. Era el sistema que oíamos en los ascensores y en las peluquerías: el Muzak. El mismo que se consume ahora. No por electricidad sino por digitalización a través de internet. Steve Jobs, de Apple, se equivocó cuando dijo: “El modelo de suscripción para comprar música está en bancarrota y no se podrá salvar”. Los genios también se equivocan. Y eso que Apple fue el ejecutor implacable de la muerte de la industria discográfica con el invento del iTunes.
¿Cuál será el futuro? Mi amigo y producido Tino Casal siempre me trató de convencer de que se hará música simplemente con los impulsos del cerebro conectados a una máquina. Me lo creo.
Carlos Zanón
Escritor, autor de Taxi (Salamandra)
¿Música por macarrones?
Con la extinción del soporte musical no solo se ha destruido una industria. Se han destruido muchas cosas en esta especie de loco harakiri de la propia industria. Suicidio ayudado por la inmoralidad del que hace la revolución robando el trabajo de los otros y de la industria tecnológica a la que la única música que le gusta es la que haces al cambiarte de móvil, aplicación o plataforma digital. Unos quisieron seguir vendiéndonos el mismo disco en diferentes soportes con ese engendro sin alma que fue el CD. Otros soñaron con un mundo en que la realidad fuera solo virtual. Nevera para bulímicos con 15 segundos de atención y macarrones cada día porque los macarrones me gustan y cómo me gustan los macarrones. Eres libre, eres soberano, eres algoritmo y hoy, macarrones, no te preocupes.
Con el deceso del CD y en la manera en que vuelve el vinilo (fetiche, objeto de lujo, tiradas ajustadas), la música solo estará en el mundo virtual y en actuaciones cuando se pueda volver a actuar. El lamentar eso parece un canto a la nostalgia pero me resulta muy penoso imaginar –si has nacido antes de los 90– cómo sería mi vida sin la vinculación emocional a una música y sus creadores. El Mad Doctor ha destruido trabajos (discográficas, tiendas, técnicos, músicos, compositores, salas y agentes) en una industria que funcionaba con todos sus excesos y barbaridades. Se ha destruido algo sin que hubiera necesidad. Simplemente porque se podía hacer. Y quien lo ha hecho son consorcios y tipos abonados en la tecnología y ya no en el entretenimiento así como una industria que apostó por el consumidor en detrimento del melómano. Y también todos los que robaron música creyendo ser Robin Hood. Lo grave es que no había una demanda ni vino a mejorar nada. Nadie añora la cinta del vídeo ante un DVD. Pero con el CD perdimos tanto una manera de hacer música como de hacérnosla llegar. Las portadas, los contenidos, la estructura de lo musical, el tiempo de grabación…
La destrucción del soporte físico lleva a otro lugar que quizás los consumidores quieran pero me temo que no los melómanos. Con esa extinción desaparece también un estilo musical
Esa vinculación emocional no volverá. Habrá otra, por supuesto. Y, es posible que sea también emocional pero la destrucción del soporte físico lleva a otro lugar que quizás los consumidores quieran pero me temo que no los melómanos. Porque con esa extinción también desaparece un estilo musical que ha marcado toda la cultura de las últimas décadas: el concepto de disco. Tony Visconti, productor de Bowie y otros: “Las limitaciones del vinilo obligaban al artista a pensar en dos temas de obertura y dos de cierre. El primer corte de la Cara A establece el tema general y la primera cara acostumbra a terminar en una canción más suave, pues los temas más ruidosos distorsionan al final de los surcos. Luego, viene una pausa, mientras se da la vuelta al disco, donde reflexionar sobre lo que has escuchado. La Cara B se abre con potencia, pero en la naturaleza de esa cara parece haber más arte, mientras que las canciones más comerciales estaban en la primera. La segunda cara vuelve a concluir con una canción más contemplativa, quizás un resumen de las intenciones del artista o una versión más reflexiva de los temas expuestos”.
Venga, a ver esos macarrones Spotify.