Ainhoa Amestoy
Directora, dramaturga y actriz
Una fiesta en la que todo cabe
Llega la temporada estival y con ella los festivales. La historia del teatro ha estado siempre vinculada a la celebración comunitaria, desde las Leneas y Grandes Dionisiacas, que homenajeaban al dios del vino con procesiones y certámenes dramáticos, hasta la fiesta barroca, contaminada del horror vacui, donde se conjugaban loas, danza, música y toda la espectacularidad que se terciase en los actos públicos.
Almagro, Alcalá de Henares, Cáceres, Olmedo y otras ciudades fundamentan sus programaciones en el teatro clásico español, conscientes de que el Siglo de Oro constituye uno de los pilares de la cultura. En la selección de los programadores siempre figuran los grandes títulos –al igual que los grandes nombres en los repartos–. Y es que, además de que ciertos textos poseen una indudable calidad, el ser humano se congratula en el reconocimiento; sea este de las tropelías del mítico burlador de Tirso, o de versos como el “sin mí, sin vos y sin Dios” lopesco o el “toda la vida es sueño” calderoniano, murmurados a coro por los espectadores. Pero la presencia de obras reconocidas no implica que no debamos salir del canon y abrir horizontes, teniendo en cuenta la ingente cantidad de material que existe; junto a Lope, Tirso y Calderón tienen cabida, entre otros, Rojas Zorrilla, Leonor de la Cueva o Mira de Amescua, sin necesidad de esperar a efemérides que justifiquen su realce. No debemos instalarnos e instalar al receptor en la convención, a no ser que busquemos un público convencional, que no creo que sea el caso. Y, además, no todos los espectadores solicitan esa eterna repetición de Fuenteovejunas y Zalameas.
Se argumenta que hay obras y autores desiguales, pero para ello está la labor dramatúrgica, que puede poner el foco en temas, géneros, personajes… Afortunadamente, hay mucho por descubrir
Se argumenta que hay obras y autores desiguales, pero para ello está la labor dramatúrgica, que puede poner el foco en temas, géneros o personajes que despierten el interés. Así lo he experimentado en mis producciones al hacer patente el protofeminismo de Zayas (Desengaños amorosos), desvelar las historias cervantinas menos recurrentes (Quijote. Femenino. Plural) o profundizar en la novela dialogada (Lope y sus Doroteas); en todos estos montajes, el feedback del público ha revelado el gusto por la novedad, y el entorno académico ha aplaudido estas propuestas que engarzan con su objeto de estudio. La dedicación de los teatrólogos a los territorios menos explorados a través de publicaciones –como el reciente Teatro completo de Lucas Fernández, en Cátedra– y en equipos de investigación –como el Grupo Prolope o GLESOC– debe calar en los gestores –no solo de festivales–. Por este teatro soterrado han apostado Eduardo Vasco, Ana Zamora, Ignacio García, Álvaro Tato, Rodrigo Arribas e incluso jóvenes artistas como el Colectivo Állatok, y más habría si esas iniciativas fuesen respaldadas.
Mantengamos entonces el equilibrio entre obras consagradas y nuevas indagaciones, sin buscar antagonismos, para otorgarle al teatro español toda esa amplitud, peso y vuelo que merece. Porque en la fiesta teatral todo cabe, y todavía, afortunadamente, hay mucho por descubrir.
Ignacio García
Director artístico del Festival de Almagro
Siglo de Oro perdido y encontrado
El vergel de nuestro patrimonio teatral de los Siglos de Oro es tan vasto que cuesta incluso cuantificarlo, y los especialistas discrepan en la cifra total de los miles de textos que abarca. Son muchos y diversos, pero esa condición que los convierte en un tesoro sin par hace al mismo tiempo imposible su cuidado y su divulgación. Frente al canon controlable del teatro isabelino, el nuestro es inabarcable en cantidad y variedad. Quizás por eso a lo largo de los siglos se acotó radicalmente hasta dejarlo en una docena de autores y un par de docenas de textos representados una y otra vez. El tridente de lujo formado por Calderón, Lope y Tirso nos podría lanzar a una pregunta: ¿había un Siglo de Oro que no fuera escrito por hombres blancos castellanos y curas?
Sí, había muchos, y representar esos otros Siglos de Oro es mirar de manera anchurosa aquel tiempo y sus ideas, y permitir que más artistas y espectadores quepan en él. Las mujeres también escribían, y también los autores nacidos en América o en otras lenguas de nuestro rico país. Los había, y rescatar del olvido esos textos nos trae gratas sorpresas. Hace 20 años tuve la suerte de dirigir mi primer clásico en Almagro, un texto que no se representaba en más de 350 años: Los empeños del mentir, de Hurtado de Mendoza y Quevedo. Una pieza sobre la cultura del pelotazo y la apariencia en la España del XVII, que tuvo como primer título Quien más miente medra más. Baste ese título y mirar por la ventana para ver su pertinencia hoy. Al año siguiente, también en Almagro, estrené Los empeños de una casa, espléndida comedia de Sor Juana Inés de la Cruz. En aquella edición fue la única autora del Siglo de Oro presente en la cita manchega. Hoy es impensable el Festival sin los grandes nombres femeninos: María de Zayas, Sor Juana y tantas otras son parte del canon. Son avances sociológicos hacia una mirada más amplia, igualitaria e inclusiva, también con quienes nacieron en otros territorios y escribieron en otras lenguas.
Claro que no todos los textos y autores olvidados tienen la misma calidad y pertinencia hoy en día, y claro que La vida es sueño o El perro del hortelano se han impuesto en la cartelera con sobrados méritos, pero es necesario arriesgar, buscar otras miradas y sensibilidades que convivan con los grandes títulos y democratizar el error. Durante mucho tiempo hubo un monopolio del canon y un veto a los yerros ajenos. Los corrales fueron en su tiempo un lugar de luz y de aire fresco en un tiempo oscuro, un espacio de libertad, igualitario e indómito donde además de Lope y Calderón triunfaban el mexicano Juan Ruiz de Alarcón, la portuguesa Ángela de Azevedo o la andaluza Ana Caro. Hacer sitio a estas otras miradas es acoger a artistas y espectadores huérfanos que se habían sentido siempre alejados de los clásicos, como lo es también llevar textos conocidos e ignorados al mundo entero con sus propias miradas.
Almagro es la Reserva Natural de estas raras avis que ayudan a comprender un Siglo de Oro más rico y variado, más feminista, americanista, ibérico y accesible; más cercano, en suma, a la sociedad de su tiempo y del nuestro.