Carlos Heredero
Crítico y coordinador del libro Encrucijada: Cine. Festivales. Plataformas (IBAFF/Caimán Cuadernos)
¿Alguien se atreve?
Los festivales de cine viven una encrucijada tan problemática como apasionante. Y la viven, lo quieran o no, en estrecha sinergia con un acelerado proceso de transformación exigido, simultáneamente, por factores tecnológicos (digitalización, plataformas, promiscuidad de formatos, redes informáticas…), por la mutación en curso –no menos veloz– de los hábitos culturales de todo tipo de públicos, y ahora por los imponderables sanitarios (Covid-19 mediante) que impactan en el ADN consustancial de unos encuentros basados, esencialmente, en su condición de ágora y plaza pública para el diálogo entre creadores y espectadores, entre diferentes sectores de la industria, entre los cineastas y la crítica, entre los profesionales y los medios de comunicación…
A su vez, la todavía reciente edición de Cannes, con la hiperinflacción de títulos en su programación (todos mezclados sin ningún criterio en secciones diferentes, una de ellas creada este año ex profeso para albergar tal saturación de propuestas) ha terminado por dejar al descubierto las fatales consecuencias del ‘gigantismo’ por el que llevan apostando, desde hace ya muchos años, casi todos los festivales de mediana o gran envergadura. Y si a todo esto añadimos la creciente dependencia del glamour, de la alfombra roja, del ‘ruido’ de los mercados y de la industria, el resultado inevitable es el creciente difuminado de la línea editorial del certamen, con el riesgo de que deje de ser un encuentro cultural para convertirse cada vez más en lo que ahora se llama, ¡maldita palabreja! un “evento mediático”.
Menos películas y más sesiones genera más difusión e intercambio. El desafío es complicado pero se dan todas las condiciones para un replanteamiento en profundidad
En medio de esta coyuntura, mucho me temo que los parches de ocasión y las pequeñas correcciones puntuales no valgan para mucho. Las películas luchan legítimamente por estar en los festivales, pero si estos se empeñan en saturar su oferta, en ceder a ‘compromisos’ con distribuidoras y productoras, en llenar la rejilla de programación de sesiones incompatibles entre sí, en multiplicar los ‘eventos’ de industria simultáneos y en llamar a los paparazzis de toda laya y condición, la presencia de muchas de esas películas en el certamen deja de ser útil para ellas porque ni la prensa ni la crítica puede hacerse eco de sus propuestas, dar cuenta de su existencia o ponerlas en valor, a no ser que cada medio pueda disponer de varios periodistas acreditados. Ese diálogo imprescindible entre los creadores y la crítica, entre los profesionales de la industria y los espectadores, queda truncado o dificultado en extremo.
En un festival, más películas equivale a menos visibilidad; más eventos genera en ocasiones más sinergias industriales, pero también más ‘ruido’ interno y más confusión para la prensa y, por tanto, menos opciones para su conocimiento. En cambio, menos películas y más sesiones para cada una de ellas, genera más difusión y más intercambio. El desafío es complicado, sin ninguna duda, pero el momento es apasionante porque están dadas todas las condiciones para justificar un replanteamiento en profundidad, no cosmético ni coyuntural, sino conceptual y profundo. ¿Alguien se atreve a dar el primer paso…?
Jaime Rosales
Director. Su última película es Girasoles silvestres
Vigencia de los festivales internacionales
Aristóteles nos enseñó, entre otras muchas cosas, que una manera de acceder al conocimiento es mediante la separación de conceptos en categorías. Separemos las acciones humanas en dos categorías: aquellas acciones que hacemos por precio y aquellas acciones que hacemos por dignidad. Si necesitamos, por ejemplo, ir al aeropuerto podemos coger un taxi a cambio de un precio; o podemos pedirle a un amigo o a un familiar que lo haga por amistad o por amor, en definitiva, por algo que no tiene un precio y que diremos que tiene dignidad. Esta separación que hemos aplicado a las acciones humanas podemos aplicarla también a las cosas fabricadas por los hombres. Hay cosas que tienen un precio y hay cosas que tienen dignidad. Entre las cosas que tienen dignidad destacan las obras de arte. Las películas son obras de arte y son productos industriales. Como obras de arte presentan un alto grado de dignidad y como productos industriales responden a una intención vinculada a un precio.
Los festivales internacionales de cine funcionan de la siguiente manera: un comité de funcionarios culturales elige entre un enorme número de películas unas pocas que entran dentro de una selección oficial. Se convoca un jurado formado por profesionales de la industria que premia una porción reducida de esas películas. A lo largo del proceso, un gran número de críticos tutela tanto el buen criterio de los seleccionadores como el del jurado. La dignidad de una película se sanciona mediante un sistema de triple filtro. Junto a las películas que presentan un alto grado de dignidad, el mercado se completa con películas que están predominantemente orientadas a un precio. Son las películas comerciales de Hollywood o las comedias locales para todos los públicos. Esas películas no necesitan ser seleccionadas en festivales ni tiene sentido para los festivales incluirlas en su programación.
¿Seguirán teniendo relevancia? ¿Necesitaremos sancionar la dignidad de nuestras obras o nos regiremos exclusivamente por el precio? Dejo a cada lector la respuesta
Los festivales han cumplido y siguen cumpliendo su función dentro de la cadena promocional del cine de autor. Los cineastas somos sensibles a la selección de nuestras películas y nuestros productores otorgan mucho valor a su recorrido. Los grandes estudios de Hollywood colocan su programación en el calendario anual en función de criterios de estacionalidad y de competencia. Los productores de cine independiente lo siguen haciendo en función del calendario de festivales que sirven de escaparate y plataforma de lanzamiento. Esto sigue vigente. Ha sido así para las películas del pasado festival de Cannes y lo serán para las de Venecia, San Sebastián y Berlín, que están a la vuelta de la esquina, dentro o fuera de la pandemia. ¿Seguirán los festivales teniendo relevancia? Más allá de mi limitada capacidad para predecir el futuro, esa pregunta remite a otra más importante: ¿seguiremos necesitando sancionar la dignidad de nuestras obras o nos regiremos exclusivamente por el precio? Dejo a cada lector la respuesta. Respuesta que depende menos de nuestra capacidad para predecir el futuro como de nuestro optimismo o pesimismo respecto a la evolución de nuestra sociedad. Por mi parte, sigo siendo incurablemente optimista. ¡Larga vida al cine y a los festivales!