Borja Sémper
Exportavoz del PP en el Parlamento Vasco. Coautor, junto a Eduardo Madina, de Todos los futuros perdidos (Plaza & Janés)
Crear un espacio de memoria
Los políticos –en activo, en barbecho o retirados– que publican libros no son una singularidad de nuestra época ni un fenómeno exclusivo de nuestro país. Como en cualquier otro género literario, lo relevante debería residir en si lo que se publica es “bueno”o “malo” lo que, en el caso que nos ocupa, no se trataría tanto de una cuestión de estilo, ritmo o contenido de color, como de honestidad y trascendencia política.
Hay que huir de los libros de “candidato”, que se encargan cuando uno está en la carrera oficial y se aprovechan como una plataforma de promoción. Valoro los que se escriben cuando todo se ha ganado o perdido
La velocidad es una de las características de nuestro tiempo. Las noticias y opiniones, lo que nos indigna, emociona o conmueve, pasan por delante de nuestro dispositivo como una sucesión de fotogramas efímeros. La conversación pública se comparte en un espacio saturado que obliga a que lo que se diga sea de fácil digestión y que quepa en un tuit.
Los dirigentes políticos no son ajenos a esta dinámica imparable y moderna y, forzados o convencidos participan en ella. Se juega con una ambigüedad deliberada para lograr que un mensaje pueda significar una cosa y la contraria. O ninguna de las dos. Póngase Vd. en el lugar de cualquier portavoz político: sabe que lo que diga solo tendrá impacto si es breve, directo y simple. Lo que deviene en poco elaborado. Por eso, bienvenidos sean los políticos que se arriesgan a dejar por escrito –siempre y cuando sean ellos los responsables de sus palabras– una reflexión más profunda sobre sus ideas o compromisos con el país para el que han trabajado/gobernado/lo que sea. Lo que me pregunto es cómo valoramos estos testimonios, si los vemos necesarios y si nuestros sesgos nos permiten juzgar con ecuanimidad esas obras.
Imaginen también que en este ecosistema acelerado alguien dedica momentos robados a su agenda saturada a escribir lo que piensa, habiéndolo pensado antes. Textos creados con vocación didáctica o histórica, pensados para deshacer malentendidos o convencer de una buena idea. No suena nada mal. Ejemplos de este tipo de libros tenemos muchos y notables, aportan al debate público y resultan importantes, por lo que en ellos dicen y por lo que ofrecen. Lo que sucede es que también se cuelan libros de “candidato”, que se encargan cuando uno está en la carrera oficial y se aprovechan como una plataforma más de promoción. No son más que un programa electoral con formato de libro. Conviene saber diferenciarlos para no llamarse a engaño y, en mi opinión, huir de ellos.
Valoro aquellos que se escriben cuando ya todo se ha ganado –o perdido– y no quedan votos que repartir. Son precisamente esas memorias, escritas por jubilados –voluntarios o forzosos– de la política, las que aportan más puntos de interés: ideas políticas maduradas por el paso del tiempo, un balance de los aciertos y errores de una trayectoria, o una mirada retrospectiva sobre momentos vividos que algún día formarán parte de la historia de un país. Al menos esa fue mi motivación al rememorar junto a Eduardo Madina algunos de los episodios más oscuros de nuestra experiencia en la resistencia contra el terrorismo que se recoge en Todos los futuros perdidos: ofrecer el relato honesto de lo vivido con la voluntad de crear un espacio de memoria que ayude a interpretar el pasado y a construir el futuro.
Manuela Carmena
Jueza emérita y exalcaldesa de Madrid. Autora de La joven política (Península)
Instrumentos de la guerra cultural
Me resulta difícil hacer un juicio bien fundamentado sobre los llamados libros políticos. En líneas generales, no me interesan nada ni me atraen y por eso no los compro. Sin embargo, me entusiasman las biografías y las reflexiones sobre los acontecimientos políticos que pudieron haber vivido sus autores. Quizás esto pueda parecer contradictorio pero no creo que lo sea en absoluto. Me interesa la persona en su conjunto y la manera en la que ella se ha conducido ante acontecimientos políticos decisivos. Por ejemplo, reconozco que me interesó mucho la biografía de Kamala Harris, la actual vicepresidenta de Estados Unidos. En su libro cuenta –y me parece apasionante– cómo consiguió mejorar la situación de los deudores hipotecarios en la crisis del 2008.
He intentado que mi libro fuese un manifiesto a favor de una nuevapolítica en la que la participación de los ciudadanos forme parte denuestro día a día y en la que el populismo y la mentira sean desterrados
En todo caso, y aún con el riesgo de estar equivocada y opinar solo a través de comentarios y resúmenes de dichos libros, creo que no son un instrumento valioso en la guerra cultural. Me da la impresión de que algunos autores buscan reforzar su postura personal cuando se han visto desplazados en sus partidos políticos. Además, tengo la impresión de que precisamente esas disidencias tienen poco que ver con ideas o estrategias políticas.
Cuando me planteé escribir La joven política quería trasladar mis opiniones personales sobre cómo yo veía y veo la salud de nuestra democracia ante esa desconexión que a veces detecto con la realidad cotidiana de los ciudadanos. Quise hablar de mis impresiones y por eso –y solo como elementode justificación de las mismas– conté historias concretas de mi vida en el Consejo General del Poder Judicial, en Naciones Unidas o en el Ayuntamiento de Madrid. Aunque lo he repetido quizás demasiadas veces, quisiera que el libro fuera útil para cuidar la democracia, para convencer tanto a ciudadanos corrientes como a cargos políticos de lo importante que es preocuparnos por cómo nos comportamos con la democracia y cómo despreciamos su verdadera esencia, así como cuáles deberían ser los cambios para que la política fuese más útil, capaz de resolver los problemas que tienen las sociedades.
Describí la política como una guerra innecesaria e impostada que nos impide preocuparnos por mejorar la sociedad en la que todos tenemos un sitio. He querido provocar reflexión y debate porque lo creo necesario en un momento clave en el que muchos no tienen ninguna consideración por los representantes políticos y las instituciones. Por eso, he intentado que mi libro fuese un manifiesto a favor de una nueva política en la que el activismo y la participación de los ciudadanos forme parte de nuestro día a día y en la que el populismo y la mentira sean desterrados para siempre.
Admiro mucho la figura histórica del gran Gumersindo de Azcárate y releyendo su librito El régimen parlamentario en la práctica a menudo he pensado en que quizás la historia de España hubiera cambiado decisivamente si sus compatriotas le hubieran escuchado. Desde luego, no quisiera que nosotros ahora, en lugar de poner los remedios necesarios, nos dejáramos llevar por la apatía y el temor.