Sabino Méndez
Músico y escritor. Autor de 'Corre, rocker' (Anagrama)
La vida sí que valía
Cantautor significa “persona que canta sus propias canciones”. En nuestro país, la palabra sirvió para abreviar el sintagma de “cantautor sociopolítico”, nicho que, al final del franquismo, permitió que germinara una generación de ensueño compuesta por talentos como Paco Ibáñez, Lluís Llach, Serrat, Silvio Rodríguez, Raimon, Sabina, Pablo Milanés, Aute, Víctor Manuel o Javier Krahe.
El cantautor sociopolítico era el epítome de la individualidad: un hombre solo con su guitarra de madera contra el poder y contra los elementos. Supongo que, por eso (porque se sentía solo y vulnerable), en sus canciones siempre apelaba a un “nosotros” y a él se dirigía como quien le reza a un ser supremo. A ellos los sustituimos una nueva generación de rockeros que solíamos ser grupos colectivos, amiguetes del barrio, chavales varios (es decir, un verdadero “nosotros” del pueblo) que en nuestras canciones hablábamos, por contra, de historias individuales.
A través de protagonistas concretos, aspirábamos a explorar las conductas de toda la humanidad. De los cantautores aprendimos que ese “nosotros” al que se dirigían siempre era una parte del todo y el mayor éxito, en verdad, era llegar a todos y no a una parte. Pero les debemos descubrirnos que el himno sociopolítico te ponía más cerca del panfleto que el himno generacional y eso nos permitió trascender de década cuando las generaciones envejecieron.
Los cantautores están por todas partes. Si no los vemos, no es porque no los haya sino porque un cambio en el medio industrial los ha convertido en el monte bajo de los actuales bosques sonoros
¿Dónde están los cantautores actuales? Por todas partes. Si actualmente no los vemos, no es porque no los haya (y de gran calidad) sino porque un cambio en el medio industrial los ha convertido en el monte bajo de los actuales bosques sonoros. Sobreviven en las esquinas de las ciudades, como la clorofila del musgo que crece entre los adoquines. Pero la industria musical ya no dispone de medios lujosos como hace años, cuando el registro sonoro era el producto estrella de las industrias culturales.
La música que flota en el éter de la red llegó con nuevas exigencias técnicas y estéticas y ninguna de ellas favoreció ni al intimismo ni a la loa sonora del materialismo histórico. Es lo que le pasó a Podemos en la década pasada con su banda sonora: los viejos himnos sonaban a rancio si se trataba de renovar la izquierda totalitaria y el talento de Nacho Vegas, que era su votante natural, no servía para himnos. Nadie supo pasar por el autotuner, por la cuantificación y por el electrobombo en negras a Quilapayún.
Hoy en día, cantautor es Alizzz, quien surge, como siempre, en los barrios canallas para auparse a base de producción hasta los Grammys. Cantautor es, en su acepción más estricta, aquel que inventa un texto y lo canta sobre una base pregrabada para hacer oír su voz. Pablo Milanés lo sabía y su fastuoso ramillete de canciones (Yolanda, Yo no te pido, La vida no vale nada) demostraron que, por el contrario, la vida vale la pena conservarla incluso de rodillas. Para, en cuanto el poder no mira, ponerse rápido en pie y pegarle duro.
Pedro Guerra
Cantautor. Su último álbum es 'El viaje' (Altafonte)
El espejo en el que miraste
El descubrimiento de la Nueva Trova Cubana, y en especial de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, fue algo fundamental para mí y creo que para toda mi generación. Comencé a mirarme en ese espejo y encontré el camino a seguir. Hasta ese momento, mis referencias estaban en Chile y Argentina: Atahualpa Yupanqui y su especial visión de la música popular; Víctor Jara y su compromiso político a través de la música, cosa que le costó la vida y, por desgracia, esto no es una manera de hablar. Víctor Jara fue brutalmente asesinado tras el Golpe de Estado de Pinochet en 1973, no sin antes cortarle la lengua y las manos.
¿Qué me aportaron las canciones de Silvio y Pablo? Desde el corazón de la Revolución Cubana nos llegó esa forma de entender el oficio que pasaba por contar las cosas de otra manera y con un alto contenido poético; tanto si se trataba de una canción de amor, como una canción de contenido social. Además, aparecía la formación musical como un elemento importante, más allá del texto y de la melodía. Canciones con más acordes, un mayor conocimiento del instrumento (en este caso la guitarra)… Por aquella época yo ya pensaba que tener una mayor formación musical y una mayor formación poética era tener más herramientas para dar alas a las canciones y que pudieran llegar más lejos. Esto se volvió una exigencia.
Los compositores cubanos, al igual que los argentinos y chilenos, hacían especial hincapié en partir de la música tradicional y eso me animó a fijarme en la cultura particular del lugar en el que naces, en mi caso, las Islas Canarias. Hago un inciso y aprovecho para decir que Pablo Milanés, aparte de saber como nadie hacer canciones que hablan de cosas importantes de manera coloquial y sencilla, ha sido un excelente intérprete de música tradicional cubana, filin y boleros, además de musicalizar la poesía de José Martí y Nicolás Guillén de manera magistral.
El compromiso político ya no es patrimonio de los cantautores; de hecho, hay otros géneros musicales que lo abordan más y mejor
Con todos estos ingredientes, ya podía escribir y cantar mis propias canciones y entrar en ese maravilloso e injustamente estigmatizado mundo de los cantautores que hacemos música en español.
El tiempo ha ido pasando y las cosas han ido cambiando. El compromiso político ya no es patrimonio de los cantautores. De hecho, hay otros géneros musicales que lo abordan más y mejor. La palabra cantautor se diluye y se ajusta a su significado literal. Antes, había algo que nos unía y nos describía más allá de cantar y escribir nuestras propias canciones. Hoy, la formación musical de las nuevas generaciones es brutal, pero esto ya no viene de la mano necesariamente de un compromiso social o político.
Silvio y Pablo siguen siendo Silvio y Pablo, y todos y todas pienso que les hemos rendido pleitesía; pero una cosa es admirar a alguien y otra cosa es sentir que ese alguien es el espejo en el que te miraste. Supongo que ahí está la diferencia.