Eulàlia Iglesias

Crítica de cine y televisión

El rey Midas destronado

“Odié La guerra de las galaxias”, confiesa Jack Nicholson en Corman’s World (2011), el espléndido homenaje que la directora Alex Stapleton dedicó a la figura y obra de Roger Corman. El actor cuenta su reacción ante el brutal cambio de ciclo que supusieron los sucesivos estrenos de Tiburón (1975) de Steven Spielberg y la primera entrega de la saga Star Wars (1977) de George Lucas, dos títulos que a su manera se apropiaban desde la industria de imaginarios, temáticas y públicos hasta entonces propios del cine de serie B que representaba Corman.

Desde mediados de los años 50 con la llamada Generación de la televisión y, sobre todo, a partir de los setenta con el Nuevo Hollywood, la industria del cine había experimentado una sacudida interior gracias a estas hornadas de directores e intérpretes que se sacaron de encima las rémoras del código Hays, recogieron las inquietudes de una juventud criada en la contracultura y las luchas políticas, incorporaron una mirada más autoral en un ámbito donde mandaban los empresarios, y dejaron entrar los aires de renovación estética del cine independiente y los nuevos cines europeos.

Pero el tremendo éxito de Tiburón y Star Wars mostró a los productores el camino para volver a tomar las riendas del negocio. Apostaron por géneros hasta entonces relegados a los drive-in (fantasía, ciencia-ficción, acción...) pero servidos desde la máxima espectacularidad del medio. Ahora, programaban con antelación inversiones y estrenos (los taquillazos del verano), podían explotar una nueva veta de mercado con el merchandising, y aparcaron las temáticas más complejas y transgresoras que dominaron el cine de los 60 y los 70.

El legado de ese Hollywood atípico de los setenta encontró continuidad en el modelo de series que forjó HBO justo en el cambio de siglo, con títulos como 'Los Soprano' y 'The Wire'

La industria se enfocó a generar fenómenos culturales de cara a una audiencia concreta, la juventud, que abandonaba así su condición contracultural para posicionarse como el principal consumidor de los productos audiovisuales de masas.



Las mutaciones mediáticas en los últimos años y una pandemia que fijó el gusto por consumir cine y series en casa han acelerado esta tendencia. Hollywood se concentra en producir unas pocas películas de gran presupuesto, franquicias de superhéroes o sagas fantásticas que disponen de un target asegurado. Mientras, géneros antaño populares como la comedia han quedado fuera de juego, apenas hay hueco en las salas para el cine indie y los dramas adultos parecen interesar solo a los votantes de los Óscar.

El legado de ese Hollywood atípico de los setenta encontró continuidad en el modelo de series que forjó HBO justo en el cambio de siglo, con títulos como Los Soprano y The Wire. Una tendencia ahora también diluida en el maremágnum de “contenidos” de las plataformas. Incluso West Side Story y Los Fabelman, las últimas películas de Spielberg, el antaño rey Midas de la industria, han pinchado en taquilla. En Los Fabelman, el director plasma la capacidad de asombro ante una película como algo propio de una edad de la inocencia pasada. Aunque la emoción cinéfila persiste, el cine como experiencia colectiva para todo tipo de públicos sufre una crisis profunda.

Jesús Palacios

Escritor y crítico de cine

La fórmula de un cabalista

A veces, tengo un sueño despierto: como el protagonista de algún viejo cuento de ciencia ficción pulp, construyo una máquina del Tiempo, retrocedo en la Historia y asesino a Spielberg y Lucas justo antes de que se vayan de vacaciones juntos y desarrollen la idea de Indiana Jones. Así, salvo a Hollywood. Es un sueño pueril. Probablemente, de no ser ellos, hubiera sido cualquiera de sus compañeros de viaje o seguidores (de Lawrence Kasdan a Robert Zemeckis) y el cine habría seguido, inevitablemente, la misma deriva. Pero, quién sabe.

Si podemos soñar que asesinar a Hitler habría evitado el genocidio del pueblo judío y la Segunda Guerra Mundial (librándonos también de La lista de Schindler, por cierto), ¿por qué no creer por un instante que la muerte de Spielberg y Lucas podría librarnos del Hollywood mediocre, infantilizado y moralista que hemos heredado de ellos?

Seguramente, a muchos amantes del cine lo que acabo de decir les parecerá una boutade. Una broma de mal gusto e incluso un insulto. Teniendo en cuenta cómo Spielberg se ha convertido en “uno de los mejores directores de la historia del cine” (afirmación dudosa) y en “uno de los hombres más poderosos e influyentes de Hollywood” (afirmación totalmente cierta), sé que no encontraré demasiados partidarios. Pero precisamente ese mismo sentimiento forma parte de la spielbergización del cine y del gusto.

El amor por el cine de Spielberg y de quienes han hecho de su narrativa una bandera internacional, es el veneno que ha transformado el Hollywood del siglo XXI y gran parte del cine en general

Es al mismo tiempo motivo y resultado del poder del creador de E. T., en complicidad con su amigo Lucas y con aquella estupenda pero insidiosa La guerra de las galaxias, que inauguró en 1977 el imperio del Lado Oscuro. Spielberg y sus acólitos, infinitos, multinacionales y globales, han utilizado el arma más poderosa y virulenta que existe para destruir el Arte: el amor.

Que Spielberg ama el cine nos lo ha dejado claro nueva y definitivamente con Los Fabelman, otra demostración de que el amor mata. Quien bien te quiere, desde luego, te hará llorar. Y el amor por el cine de Spielberg y de quienes han hecho de su narrativa, formal y de fondo, una bandera internacional, es el veneno que ha transformado el Hollywood del siglo XXI y gran parte del cine en general en un erial de sentimentalismo barato (pero caro de rodar), espectacularización de lo banal y banalización de lo esencial.

La fórmula mágica del cabalista Spielberg, lo que yo llamo spielbergización del cine: tratar la Serie B como cine de autor y el cine de autor como Serie B, destruyendo ambos modos narrativos e industriales sin pudor, al buscar su más bajo común denominador para tratar de gustar a TODO el mundo.

Spielberg y Lucas, quien, más prudente, se retiró del negocio después de implantar el tumor galáctico que tanto contribuyera a su riqueza personal y al empobrecimiento del género, nos han dado películas excelentes, pero el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. El resultado de su amor por el cine se parece mucho al final que, según cosmólogos y astrofísicos, aguarda al Universo mismo: su expansión infinita está produciendo la muerte térmica del arte y la industria cinematográfica o, mejor dicho, audiovisuales. ¡Ay, si existiera el viaje en el Tiempo!