Constelación Semprún
Manuel Gutiérrez Aragón. Miembro de la Real Academia Española, cineasta y narrador. Último libro: Oriente (Anagrama, 2023)
A las reuniones clandestinas se acudía de uno en uno y con intervalos de tiempo. En aquella tarde de domingo otoñal, el bajón vespertino se compensaba con una cita importante: íbamos a conocer a un camarada de la dirección del PCE recién llegado de París. La reunión era en una casa del barrio de Argüelles, las oficinas de la productora UNINCI, que había realizado Viridiana y algunas películas de Bardem y Berlanga. Los convocados éramos miembros del PCE de la Facultad de Filosofía y Letras, activos militantes antifranquistas. Algunos no podían asistir, estaban detenidos en espera de juicio; otros seguíamos libres, con el temor compensado por la excitación y la esperanza.
El último en aparecer fue el enviado de la dirección, que pronto cautivó a los presentes como no lo había hecho antes dirigente alguno. Sobrio, moderno, sin retórica revolucionaria. Y, además, elegante y bien parecido. Damas y caballeros, camaradas, compañeros, he aquí a Federico Sánchez. Acostumbrados como estábamos a tratar con dirigentes procedentes de la Guerra Civil, o de la dureza de las cárceles, Federico Sánchez nos era más próximo. Un intelectual puesto al día.
Las cosas cambian y las personas se ven arrastradas. Tres años después, en 1965, Fernando Claudín encabeza una posición socialdemócrata en el seno del Comité Central. Nuestro admirado Federico Sánchez está con él. Gran disgusto en las filas de la Facultad: nosotros no somos social-demócratas, somos comunistas.
Unos años después le comenté a Federico/Jorge, ahora ministro de Cultura, que yo había estado contra él en el debate. “No estabas contra mí, amigo, estabas contra lo que yo significaba.” Las ideas cambian, los modales permanecen.
Acostumbrados a tratar con dirigentes procedentes de la Guerra Civil Federico Sánchez nos era más próximo
Con Federico Sánchez nunca terminaban las sorpresas. Porque cuando todavía el debate en el PCE estaba vivo, Fernando Sánchez Dragó me dijo que el autor de la novela en francés Le long voyage era nuestro Federico Sánchez, ahora Jorge Semprún. Rafael Chirbes no pudo contenerse. “Estos Maura –Jorge Semprún era Maura de segundo apellido– siempre están al mando: en la oposición, en el gobierno o donde haga falta.” Y el juez Auger, íntimo amigo de Pradera y del mismo Semprún, avisaba, con sorna. “No hay ningún excomunista bueno.”
Cuando el presidente Felipe González le nombró ministro de Cultura, Jorge Semprún se puso un poco Federico Sánchez, y se enfrentó a amplios sectores del cine que no estaban acostumbrados a ese trato por un gobierno progresista. Sin embargo, fui testigo de su gran predicamento en los ambientes europeos del cine y de la cultura en general. Con Pilar Miró –entonces directora general de Televisión Española– el choque fue brutal y público. Un componente de clase flotaba en el enfrentamiento. La llamada beatiful people socialista se veía cuestionada por otros socialistas. Los caminos de la lucha de clases son tan inesperados como los caminos de Dios.
Aquel ministro sin raíces
Juan Miguel Hernández León. Arquitecto. Presidente del Círculo de Bellas Artes de Madrid. Último libro: Ser-arquitectura (Abada, 2021)
Fue una sorpresa. Nadie en el equipo del anterior ministro, Javier Solana, esperábamos a Jorge Semprún como su sustituto. Una sorpresa que Felipe González hubiera designado aquel año de 1988 a un, y sin duda, prestigioso intelectual para ministro de Cultura del gobierno de España. Él mismo lo contó en Federico Sánchez se despide de ustedes: la llamada de Javier Solana con la sorprendente pregunta sobre su nacionalidad, y su respuesta: “Soy bastante apátrida… Bilingüe, por consiguiente esquizofrénico, por consiguiente sin raíces. De hecho, mi patria no es ni siquiera mi lengua, como para la mayor parte de los escritores, sino el lenguaje”.
Sin embargo, su pasaporte era español. Nunca quiso, más bien no pudo desde la interiorización de su propia biografía, renunciar a su identidad, la que le había llevado a la resistencia antifranquista, incluso a ser un Rotspanier en el campo nazi de Buchenwald. Aquel “rojo español” que había significado, para algunos de nosotros, un ejemplo de valor político y de conciencia crítica, la que le llevó a ser expulsado del Partido Comunista.
Pero también era, y no menos importante para mi apreciación, la presencia en la cúspide del Ministerio de un intelectual, escritor, guionista, con una obra que, aunque de manera mayoritaria escrita en su lengua de adopción, el francés, había supuesto una lectura necesaria en el panorama español: El largo viaje, Viviré con su nombre, morirá con el mío… fueron lecturas que sirvieron, desde su calidad literaria, para reconocer una voz imbricada en nuestra realidad más cercana.
Su fuerte personalidad le llevó, muy pronto, a los conocidos
enfrentamientos con Alfonso Guerra
Aún así, su llegada no fue bien recibida por todos. Ni por los que entendían que resultaba una persona desconocedora de la realidad cultural española de aquel momento, una supuesta lejanía para algunos, aquellos que ignoraban la dimensión universal de lo que entendemos como autentica cultura, o por algún componente del equipo ministerial que había heredado con el convencimiento de que era elegido como un simple adorno (un “florero” en la definición despectiva con la que se le recibía), incapaz de gestionar la administración cultural. ¡Que gran error! Algo de lo que fui consciente desde mi primera conversación con él, en la privacidad de su despacho. Tuve muchas más, en las que me daba cuenta de lo que deseaba conocer de un país al que intentaba comprender. El mejor indicio me lo facilitó al pedirme que le consiguiera las memorias de Azaña. Deseo que cumplí gracias a la ayuda de Jesús Ayuso de la librería Fuentetaja.
Su fuerte personalidad le llevó, muy pronto, a los conocidos enfrentamientos con Alfonso Guerra, que tendría su juicio más despectivo en su libro Federico Sánchez se despide de ustedes. Con Pilar Miró, otro carácter considerable, también tendría sus desencuentros. Un día tuve que presentarle mi dimisión, no por él, creo que siempre nos entendimos, pero yo tenía, de igual forma, mis desencuentros con alguien que nunca lo aceptó como ministro. Le advertí que él tendría el mismo problema. Lo dudó. Años más tarde me lo encontré en una Feria del Libro de Madrid, me reconoció que yo tenía razón: fue nuestra autentica despedida.