El intelectual gruñón
Y otras categorías de pensador típicamente español enunciadas por el sabio Mauricio Wiesenthal y que quizá sirvan (o no) para calificar a Fernando Savater, Pepe Ribas, Agustín Gómez Arcos y otros protagonistas del debate
“Gruñón y algo ácrata”. Así define Mauricio Wiesenthal en El Debate al intelectual español. Incluso ofrece una clasificación de la especie, propia de la etología. “Acaba siendo”, explica, “como un puma con boina (pienso en Baroja), o un cura con ojos de mochuelo (pienso en Unamuno), o un bruto genial como Quevedo (cojo por razones éticas, pues no cojeó nunca en razón ni retórica), o como aquella monja brava que repartía higas al diablo (pienso en nuestra buena madre Teresa de Jesús)”. Aunque reconoce que hay excepciones, entre las que se incluye él mismo. “Ortega y D’Ors consiguieron cultivar el espíritu en España con sombrero y corbata de lazo, pero eso es ya una forma refinada del cilicio que soportamos sólo los más resistentes”.
Es difícil encajar a Fernando Savater en alguna de esas categorías. El filósofo arrancaba así una de sus columnas en El País. “Si ustedes solo se informan por este periódico, quizá no sepan que el mes pasado publiqué un libro, Solo integral (ed. Ariel). Se compone de una selección de mis columnas de los últimos seis años en esta misma página”. José Antonio Montano, en The Objective, calificó de “bombazo” las palabras del filósofo y propuso hacer una tesis doctoral sobre la relación entre el columnista y el periódico, convencido de que “saldría una historia apasionante de la transición”.
“Juan Manuel de Prada en la vida real es un osito de peluche”
Pepe Ribas echa de menos la eclosión cultural de Barcelona en los años setenta. En la web Metropoli, pinta un panorama desolador del presente de la capital catalana. “Ahora todo son capillitas… las mafias han tomado los medios de comunicación y se dedican a darse coba unos a otros… el sectarismo es general”. No obstante, cuando le preguntan al director de Ajoblanco por Madrid, no duda en afirmar que la capital “no es ejemplo de nada” y que, de hecho, “se vive mucho mejor en Barcelona”.
Agustín Almodóvar donde se siente a gusto es en Estados Unidos. Al menos, eso parecía cuando proclamaba en redes sociales que “hay vida inteligente fuera de España”, tras el enésimo premio para Madres paralelas, esta vez en Chicago.
Jorge Carrión también piensa que hace falta mirar más al otro lado del Atlántico. Se preguntaba en The Washington Post: “¿Qué hay detrás de esa tendencia del periodismo español a destacar exageradamente a los narradores de la Península Ibérica en detrimento de los de la otra orilla? Parecería que ha asumido en parte la lección del feminismo, pero no la de los estudios poscoloniales”.
Y de vuelta a Madrid, Elizabeth Duval asegura que “hay gente muy cabreada porque yo he dicho que puedo dialogar cordialmente y con respeto con alguien en mis antípodas ideológicas”. Y añade la escritora: “Será que esa gente muy cabreada prefiere no ver lo humano que hay en el adversario ideológico; o prefiere, directamente, no confrontar ideas”. El “adversario ideológico” del que habla Duval en la cadena SER es Juan Manuel de Prada, quien “en los artículos puede ser una bestia… pero en la vida real es un osito de peluche”.
“La utopía ecologista es bastante boba y no tiene nada que ver con lo que es el campo”
Para evitar disgustos, muchos optan por irse al campo, que no es tan idílico, como recuerda en El Mundo Clara Obligado, que sabe de lo que habla. “Mi padre decía siempre que la vaca no da la leche –relata la escritora hispanoargentina–. La leche la sacaba él, que se levantaba a las cinco de la mañana para pelearse con la vaca, porque ella no quería que la ordeñaran. Y el novillo no da el filete, hay que matarlo... La utopía ecologista es bastante boba y no tiene nada que ver con lo que es el campo”.
P.S. “Se insultaba desde las páginas de ABC a uno de los más grandes escritores españoles contemporáneos”. Así arrancaba su columna Fernando Palmero (El Mundo). Se refería a un artículo de Karina Sainz Borgo titulado 'El síndrome Agustín Gómez Arcos', en el que se daba a entender que el escritor formaba parte, como Chaves Nogales y tantos, de la llamada tercera España. Palmero encuentra en la columna de Sainz Borgo “un efecto perverso de la Transición” y recuerda que Gómez Arcos era “radical, intransigente y puramente libertario… se quiso siempre en lucha sin concesiones contra conceptos como el perdón o la reconciliación… No fue comunista. Menos aún miembro de ninguna Espa. A la que despreció. Queda de él su magistral
obra, que no merece ser reinventada, sino leída”.