“Sí hay una actividad que echo de menos esa es la traducción…”. Así arranca el último artículo de Javier Marías (El País). “Nada me impediría regresar a ella –continúa– salvo mis propios libros y lo mal pagada que sigue estando esa labor esencial”. Ignoraba que, en realidad, sería la muerte la que se lo impediría.
La traducción, “el más verdadero amor al arte”, le apasionaba. Así lo demuestra la dedicatoria que escribió al director de la Academia (El Mundo), cuando le regaló The Mirror of the Sea, de Joseph Conrad. “Para Santiago Muñoz Machado… esta vieja traducción, que quizá sea mi mejor obra”.
“El que mejor escribía en España y el que mejor trataba a sus mujeres”, según Eduardo Mendoza. “De largo, el mejor narrador de mi generación”, proclama Enrique Vila-Matas en el periódico que compartían los tres. Recuerda este último la “larga historia de la incomprensión (...) por parte de tantos de sus carpetovetónicos paisanos”. ¿A qué se debe? Tal vez, como recuerda Juan Marqués (The Objective), a que “fuera uno de los novelistas que más han hecho por difundir, fortificar y elevar entre nosotros una perspectiva de la ficción mucho más sofisticada, compleja y estimulante de la que ofrecía la literatura (...) en la España en la que él nació”.
“No se dejaba arrastrar por las modas ideológicas, fue valiente”. Daniel Gascón
Esa complejidad la desentraña José Antonio Montano (TO). “Su prosa no es funcional y funciona; es artística y eso no interrumpe el avance de la novela sino que lo fomenta. No solo fue un gran novelista: fue también un gran escritor. Un escritor enorme. Operó en lo más difícil: la sintaxis”.
Sintaxis. La palabra clave. Para Manuel Vilas (EP) sus novelas “eran poderosas construcciones de sintaxis del español llevada al límite. Se violenta la sintaxis para violentarnos el alma”. Gonzalo Torné (El Periódico de España) destaca una “textura sintáctica” que “le permite abrir a partir de cada acontecimiento varias posibilidades, como si a cada palabra escrita le creciese una sombra alternativa”.
El “no Nobel”, como le bautiza Ignacio Camacho (ABC) fue un personaje a contracorriente. “No se dejaba arrastrar por las modas ideológicas, fue valiente –escribe Daniel Gascón (Letras Libres)–. Algunos, mucho más tediosos que él, lo llamaban ‘angloaburrido’ en su juventud; otros (...) lo llamaban en su madurez ‘pollavieja’, sobre todo por sus columnas, donde a veces dijo cosas sensatas que nadie más se atrevió a decir”.
El mismo Gascón asegura que “tenía algo infantil”. Juan Benet le apodó “El joven Marías” y Fernando Savater, en su homenaje, se dirige a él como el “wonderful boy”, “con el que has jugado a vivir desde antes de aprender qué era eso”. Le gustaba juguetear. “Yo no te vi jugar con tu compañero de filas en la RAE Arturo Pérez-Reverte a los soldaditos en las esquinas de la sagrada institución –escribe Ángeles López (La Razón)–, pero me lo contaste y supe que era verdad porque nunca me mentiste”. Unos soldaditos que también llamaron la atención de Juan Villoro (EM). “Nunca perdió una pasión infantil por la literatura. No es casual que su librería estuviese protegida por soldados en miniatura”.
“Nunca perdió una pasión infantil por la literatura”. Juan Villoro
El Marías más íntimo lo describe Benjamín Prado (Infolibre). “Es un hombre leal, inteligente, mordaz, divertido, indómito, dulce con quien quería y duro cuando tocaba; educado y un punto distante, con esos modales un poco antiguos de los que presumía; sarcástico con los enemigos (...) y defensor a ultranza de los amigos”.
¿Y los jóvenes? ¿Cómo le ven? “Ojalá me equivoque –Isaac Rosa (elDiario.es)–, pero sospecho que también los lectores de Marías son hoy en su mayoría hijos del siglo XX, y que los más jóvenes (...) tal vez se están perdiendo al que sigue siendo joven Marías, uno de nuestros mayores novelistas. Uno de los mayores sin más, sin fechar”.
Ramón González Férriz (El Confidencial) lo compendia así. “Formaba parte de la que probablemente será la última generación de intelectuales españoles, formados en la literatura y convertidos en opinadores respetados, que han obtenido un reconocimiento prácticamente universal (...) Un escritor de rasgos clásicos que contribuyó a modernizar nuestra cultura y nuestro país. Es dudoso que se repita una figura así”.
“Marías era Marías, y lo será siempre”. Son palabras de Karina Sainz Borgo (Zenda). “Este mundo blando, que se desvanece por momentos, debe volver a leerlo (...). Es y será la firma que nos alimentará y el antídoto contra la zafiedad”.