¿En quién piensan los autores al escribir?
Hay que tener en cuenta que la cultura nos ayuda a resistir, a ser menos dóciles y menos autoritarios. El arte vela la verdad, no la expone.
El escritor argentino afincado en España Patricio Pron vislumbra “una especie de paradoja en el acto de escribir”. “Comienzas a escribir porque quieres dirigirte a otros, hablar con otros, quieres pertenecer a la comunidad a la que otros pertenecen –explica el autor de La naturaleza secreta de las cosas de este mundo a Silvina Friera (Página/12)–, pero, en el momento en que lo haces y empiezas a escribir, cambia tu forma de ver el mundo y te vuelves aún más ajeno a la comunidad a la que querías pertenecer. Al final, todo consiste en tratar, una y otra vez, de entablar esos diálogos, que esos diálogos pasen por alto el hecho de que ya es imposible que pertenezcas a la comunidad a la que creías pertenecer”.
Ana Rosa Gómez Rosal (Jot Down) pregunta a Juan Vilá a quién tenía en mente cuando escribió su última novela, Tan difícil como raro. “A nadie”, contesta rotundo el autor madrileño. “No hay nadie concreto –aclara–. Quien quiera leerme, bienvenido sea. O quien se sienta interpelado”. Tal vez se deba a que a Vila no le gusta “la literatura entendida como algo terapéutico”, porque “la terapia debe ser muy íntima, de puertas para dentro”.
Tiene difícil pensar en un lector concreto Juan Gómez-Jurado, quien de Reina Roja ha vendido tres millones de ejemplares. “¿Cómo voy a hablar con tres millones de personas e intentar contentarlos a todos? Imposible, me ingresarían en un psiquiátrico –confiesa a Fernando Mantecón (El Periódico de Aragón)–. Te digo más, no me veo capaz de contentar a diez. Así que lo único que queda ante esto es el egoísmo. Yo solo pienso en un lector cuando escribo: el chaval que yo era cuando tenía 13 años y me decían, vete a dormir”.
“Escribes porque quieres dirigirte a otros, pero cuando lo haces, te vuelves aún más ajeno”, Patricio Pron
No en todas las artes es tan difícil imaginar al público al que va dirigida la obra. Lluís Pasqual, que ha abierto la temporada de la Scala de Milán con el Don Carlo de Verdi, parece tener muy claro cómo es el espectador de la ópera. “La ópera es un mundo irracional –dice a Anna Buj (La Vanguardia)–. Su afición es irracional como lo puede ser el fútbol o como lo pueden ser los toros. La gente llega a pelearse, llega a matarse por un gol o por un penalti. Como es así de irracional, es también así de tolerante o de intolerante”.
El dramaturgo y académico Juan Mayorga cree que “la cultura y el teatro han de ayudarnos a resistir, a ser menos dóciles y menos autoritarios”. “Toda cultura ha de ser crítica y todo hecho cultural ha de animar a su receptor a ser crítico consigo mismo y con la sociedad en la que vive –declara a Álvaro Sánchez León (Aceprensa) el director escénico, que ha estrenado La gran cacería– . Los creadores tenemos la responsabilidad especial de atender a la coyuntura, a lo que está pasando. Y, en ocasiones, tenemos que tomar la palabra siendo muy responsables”.
Quien toma la palabra es Ángeles Caso. Lo hace para denunciar que “el relato de la historia, a partir del siglo XIX, y el que seguimos estudiando ahora, se ha construido con una mirada patriarcal y androcéntrica, donde se ha mirado lo que ha sido hecho por los hombres y además se han negado los méritos de las mujeres”. “Yo misma –confiesa la autora de Las desheredadas a Teresa Mandueño (culturplaza)– pertenezco a una generación de escritoras que fuimos machacadas una y otra vez por la crítica y colocadas en el rango de ‘literatura femenina’, como una especie de subgénero menor”.
P. S. El escritor chileno Benjamín Labatut reflexiona sobre el sentido del arte. “La literatura no debe categorizar sino apuntar al misterio –revela el autor de MANIAC a Daniel Arjona (Zenda)–. Su ventaja esencial es que no está condenada por la necesidad de comprender y explicar. La literatura es una inteligencia participativa, un impulso similar a la espiritualidad, en el sentido de que lo que uno busca con ella es participar del misterio, no racionalizarlo ni disminuirlo. El arte vela la verdad, no la expone como la ciencia o la filosofía. (...) Tal es el poco poder del arte, de la literatura, espesar las cosas para que uno pueda ver lo invisible. Una buena novela debería dejarte confundido, desbordado, en éxtasis”.