¿Está la escritura condenada a muerte?

¿Está la escritura condenada a muerte?

Jardines colgantes

¿Está la escritura condenada a muerte?

La pintura tiene inmediatez y la literatura recorrido. Lo inquietante es la voracidad por lo explícito de lo contemporáneo.

5 febrero, 2024 02:35

El filósofo Gabriel Albiac está convencido de que así es. “Vivimos el final de un ciclo que se inicia en la Atenas del siglo V antes de Cristo, y que explicita por primera vez Platón al final del Fedro, en el cual la escritura es el sustrato de la memoria y el pensamiento –explica el autor de Elogio de la filosofía a Borja Martínez (El Independiente)–. Pero claro, eso exige una condición previa: que se sepa leer. Estamos en una sociedad que ha quedado completamente analfabetizada, en el sentido más literal del término”.

“No digo que no existan otros tipos de conocimiento –matiza el pensador–. En el ámbito técnico estamos en una sociedad extremadamente refinada. Pero el papel material y simbólico que ha jugado la escritura a lo largo de 2.500 años ha desaparecido. La gente de mi edad ha visto desaparecer lo que era el soporte de sus vidas. El de la mía es esta biblioteca, y ya no sirve para nada. El 99 por 100 de los ciudadanos serían incapaces de abrir cualquiera de esos libros y leer tres páginas seguidas”.

Por su parte, Javier Gomá sostiene que “hoy te encuentras que en una biblioteca pública, o en una librería, el 99% de la sección Filosofía no habla del mundo, habla de libros que hablan del mundo”. “La verdadera filosofía habla para todo el mundo; nadie pensaría que un novelista escribe novelas solo para otros novelistas –declara a David Mejía (The Objective)–. Sin embargo, aceptamos muchas veces que la filosofía esté escrita para otros profesores del departamento”. El filósofo, que ha publicado Universal concreto, concluye que “la verdadera filosofía es filosofía mundana en su máxima expresión. Porque habla del mundo, no habla de libros”.

“Estamos enuna sociedad que ha quedado completamente analfabetizada”, Gabriel Albiac

A otro filósofo, Miguel Morey, lo que le preocupa es la celeridad de nuestras vidas. “No hay tiempo para pensar las cosas –dice el autor de El orden de los acontecimientos a A. Lladó (La Vanguardia)–, que vivimos según el patrón de la velocidad de la luz, que nunca había sido un patrón humano; y no hay tiempo para el silencio y la escucha, porque a todo hay que responder de inmediato, casi siempre según el patrón: like/dislike”.

Sobre el mismo asunto incide Javier Sierra. “Vivimos en una sociedad muy poco contemplativa y la contemplación da perspectiva, mesura, moderación, comprensión global e incluso piedad –manifiesta el autor de ¿Por qué, Dalí? a Javier López Iglesias (hoyesarte.com)–. Y esta sociedad precisa dosis de piedad hacia uno mismo y hacia los demás”.

Tal vez sea, como apunta el ecuatoriano Leonardo Valencia, porque estamos en “una época en la que se está esperando del arte evidencias demasiado contundentes”. “Lo que nos enseña una mirada cuidadosa con el arte es que no hay que dejarse llevar por una primera impresión –asegura el autor de La escalera de Bramante a Winston Manrique Sabogal (WMagazín)–. La pintura tiene una inmediatez, la literatura tiene un recorrido, hay que leer el libro y eso se toma su tiempo y puede ser más explícita. Lo que me inquieta es esta voracidad por lo explícito de lo contemporáneo (...) Parecería que estuviéramos esperando novelas sensacionalistas, violentas”.

“No hay tiempo para el silencio y la escucha, porque a todo hay que responder de inmediato”, Miguel Morey

A José María Micó, que acaba de publicar De Dante a Borges, más que el presente le interesan los clásicos. “El clásico –cuenta a Anna María Iglesia (Crónica Global)– nace siendo una obra antisistema o, por lo menos nace fuera del sistema: tanto la obra como su autor están fuera del sistema, si bien con el tiempo ambos terminan integrándose hasta el punto de ser el sistema y definir el canon”.

P. S. Maribel Verdú, que cumple cuatro décadas de carrera, se define como actriz. “Soy creadora. Creo a mis personajes junto con el director. Cambio los textos, el orden de las escenas. Lo he hecho con Cuarón, con Del Toro. Con Coppola menos, por el idioma, aunque también –rememora ante Paloma Simón (Vanity Fair)–. Nadie me impone. El único que no me ha dejado cambiar una coma es Santiago Segura. El cine es un trabajo en equipo, porque los directores sin los actores y los técnicos ¿qué hacen? Tomarse un café, porque ya me dirás (...) Los actores no somos marionetas. Y unas veces te echan para atrás las ideas, estaría bueno; y otras, te las compran”.

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