SERIE. ¿Qué habría sido de la carrera de Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999) sin la adaptación en 1982 por TVE de Los gozos y las sombras? La pregunta es irritante porque concierne a uno de los mayores escritores e intelectuales españoles del siglo XX. Cuando Rafael Moreno Alba dirigió su serie televisiva de trece episodios, el gallego tenía detrás cuarenta años de novelas, obras dramáticas, ensayos sobre literatura y teatro y recopilaciones de artículos, por no hablar de su constante actividad como profesor en institutos provinciales.
Las 1.500 páginas de sus tres novelas sobre los enfrentamientos y las pasiones durante la preguerra civil en el imaginario pueblo gallego de Pueblanueva del Conde entre bandos nucleados en torno al viejo y al nuevo poder, representados por Cayetano Salgado y Carlos Deza, languidecían desde la culminación de la trilogía en 1962. Fue este un año crítico en el que Torrente pensó en tirar la toalla como escritor, más al ser despedido de sus trabajos por firmar el manifiesto de intelectuales contra la represión de los mineros de Asturias.
Con once hijos de sus dos esposas –solo dos menos que Tolstói– y siempre con dificultades económicas, las cosas no mejoraron con el reconocimiento crítico de sus dos grandes novelas, Don Juan (1963) y La saga/fuga de J.B. (1972). Es probable que esta obra cumbre le llevara a la RAE en 1977 –y, seguramente, al Premio Cervantes en 1985–, pero los lectores seguían sin colmar sus expectativas y merecimientos.
EXPOSICIÓN. La travesía de un creador, una pequeña exposición didáctica y de gabinete, recuerda ahora en la Biblioteca Nacional al escritor del realismo y la fantasía, del juego y del humor, de los mitos y las leyendas, fallecido hace veinticinco años. Darío Villanueva, comisario de la muestra junto a Carmen Becerra, acaba de recordar la estirpe cervantina del itinerante autor –hasta instalarse en Salamanca durante más de dos décadas– de El Quijote como juego (1975).
El escritor reconoció su deuda con Cervantes en una entrevista publicada por la revista Quimera a principios de los 80 y firmada por Alicia Giménez, que no debe ser otra que la escritora de novela negra y creadora de la inspectora Petra Delicado, hoy más conocida como Alicia Giménez Bartlett, doctorada con una tesis sobre la narrativa de Torrente.
Darío Villanueva acaba de recordar la estirpe cervantina del itinerante autor de 'Los gozos y las sombras'
Esa entrevista, junto a cincuenta más con escritores españoles e internacionales de primerísimo orden, ha sido reeditada en agosto en el imprescindible y muy apetitoso volumen Las voces de Quimera (Montesinos).
CINE. A finales de los 80, cuando la crítica atenuaba su entusiasmo ante sus recientes novelas, los lectores, sensibles a la popularidad alcanzada por la serie televisiva y a los premios recibidos –también el Príncipe de Asturias en 1982–, acudían en mayor número a sus libros hasta el extremo de propiciar su victoria en el Planeta con Filomeno, a mi pesar (1988), precedente inmediato de su divertida sátira Crónica del rey pasmado (1989), que multiplicó su éxito con la versión cinematográfica de Imanol Uribe, cuyo guion Torrente supervisó.
El cine ya había sido oficio, devoción y parca fuente de ingresos para el escritor. En el Festival de San Sebastián, FlixOlé estrenó su restauración –ahora difundida en la plataforma– de Surcos (1951), obra maestra del neorrealismo español y devastadora visión de la emigración del campo a Madrid en la posguerra.
Surcos fue una de las cuatro películas que Torrente escribió en esos años, en colaboración, para el director falangista hedillista José Antonio Nieves Conde, justo cuando el escritor estaba de salida de su “compromiso condicional” con la Falange adquirido en 1938, tal vez para condonar su juventud ácrata y galleguista, y en el que se mantuvo –le dijo a Alicia Giménez Bartlett– hasta que “mi conciencia no me permitió seguir”.