Image: ¿Un escritor nacional?

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Mínima molestia

¿Un escritor nacional?

Por Ignacio Echevarría

19 febrero, 2010 01:00

Quim Monzó


Desde el pasado mes de diciembre, y hasta bien entrado abril, puede visitarse en Barcelona la exposición titulada "Monzó", dedicada al escritor catalán Quim Monzó (Barcelona, 1952). La exposición, que está obteniendo un gran éxito de público, se celebra en el Centro de Arte Santa Mónica, dependiente de la Generalitat de Catalunya, situado al comienzo de las Ramblas. Vale la pena ir a verla, por diferentes razones, con independencia de la simpatía y de la admiración que se pueda sentir por Monzó, un tipo a muchas luces portentoso. Y es que se trata de un montaje muy ingenioso, para el que no se han escatimado recursos. Su recorrido resulta muy entretenido, a momentos incluso muy divertido (esos monólogos impagables que Monzó hacía en el programa de la televisión catalana "Persones humanes", algunos viejos reportajes de prensa, la grabación de algunos disparatados montajes teatrales...), si bien durante el mismo no deja de embargar al espectador, por poco escrupuloso que sea, un extraño sentimiento de incomodidad. Al fin y al cabo, Monzó no es un venerable anciano. No es una reliquia de otra época, ni un ex combatiente de causas remotas (aunque, tal vez, sí perdidas). Es, por el contrario, un escritor en plena y fértil madurez, popular y bastante conspicuo. De modo que no termina uno de explicarse las razones de que se haya resuelto embalsamarlo en vida, disponiendo para su mayor gloria lo que, con la mejor de las voluntades, termina por parecerse a una cámara mortuoria egipcia, con todos esos cachivaches -fotos propias y de amigotes, documentos personales, trastos de todo tipo, fetiches, y hasta ¡un mehari!- destinados, se diría, a amenizar el viaje de Monzó a la siempre dudosa posteridad.

Son frecuentes las exposiciones sobre escritores, organizadas por lo común a propósito de alguna efeméride. En la misma Barcelona, el CCCB organizó en su día algunas bastante sonadas, con Kafka, con Joyce, con Borges como protagonistas. La exposición "Monzó" se sitúa en la estela de montajes como aquéllos, con la particularidad de que la de su protagonista es una obra in progress, que todavía compite en el mercado cultural con la de sus contemporáneos, de suerte que su pública canonización por parte de una instancia oficial admite ser interpretada como un homenaje, sí, pero también como un ventajoso privilegio.

Al final del recorrido que propone la exposición, encuentra el visitante la clave que la justifica. Una pantalla emite en continuo el muy aplaudido discurso que Monzó leyó en la ceremonia de inauguración de la Feria de Frankfurt del año 2008, en la que el país invitado, como muchos recordarán, fue Cataluña. Acudiendo a la siempre socorrida estratagema de discurrir sobre la propia tesitura del discurso (ya saben: aquello de "Catorce versos dicen que es soneto..."), Monzó desplegó allí toda la panoplia de tópicos y de merecimientos de los que se envanece, con más o menos fundamento, la literatura catalana. Lo hizo, importa decirlo, con destacable astucia y gracejo. Pero lo hizo. Y ahí estaban, enfocadas una y otra vez por las cámaras, las autoridades del ámbito político y cultural de Cataluña, que abarrotaban el aforo del salón de actos, y a las que se ve sonriendo, tan satisfechas como aliviadas.

Aquello merecía un premio, claro que sí. Y apenas tardó un año en concretarse, en la forma de esta exposición que aquí se comenta. En su trasfondo cabe reconocer la intención de convertir a Monzó en algo más o menos equivalente a un escritor nacional. Esta categoría, la de escritor nacional, antaño tan consolidada, va haciéndose cada vez más problemática y anacrónica, lo cual no obsta para que conserve plena utilidad y vigencia en culturas que se reivindican a sí mismas. Para éstas es importante contar con un escritor bien caracterizado, representativo, emblemático en un sentido que no entraña necesariamente ejemplaridad.

Tiene su interés especular sobre las motivaciones que invitan a postular como escritor nacional a un tipo tan atípico como Quim Monzó. ¿Será porque una obra como la suya obvia oportunamente algunos conceptos espinosos e invita a emplear palabras como cosmopolitismo, irreverencia, humor, contracultura, donde otros se empeñan en hablar de periferia, de resistencia, de victimismo, de minoría? ¿Será porque enfatiza el concepto de personalidad a costa del de identidad? En cualquier caso, no cabe duda de que Monzó encarna en la actualidad aspectos bajo los que la cultura catalana gusta percibirse a sí misma. Entre ellos, el de perfilarse en acusado contraste respecto al modelo de escritor que suele proliferar en la cultura española, en la que por cierto el puesto de escritor nacional lleva ya muchos años vacante, por razones sobre las que quizá algún día valga la pena reflexionar.

O no.