Dj editores
Por Ignacio EchevarríaVer todos los artículos de 'Mínima molestia'
11 junio, 2010 02:00Ignacio Echevarría
Así traídas, las palabras de Balcells suenan agoreras, y parecen inspiradas por el escepticismo y la condescendencia. Pero se limitan, de hecho, a constatar el fenómeno y a pronosticar lo que puede afirmarse de todas las iniciativas plurales: que sólo las más aptas y bien fundadas terminarán por abrirse paso.
Sobre el carácter episódico del fenómeno, sin embargo, hay algunas cosas que decir, al menos en réplica a quienes lo juzgan una moda pasajera aupada en el esnobismo y sintomática de una cultura crepuscular, como tantos juzgan la del libro. Y es que, si bien el esnobismo y un cierto romanticismo libresco se hallan en la base de algunos de estos empeños quizá efímeros, importa, antes que eso, reconocer en ellos las señales de un nuevo orden editorial, basado en las nuevas condiciones tanto de la producción como del tráfico de los textos.
Cerraba yo mi artículo de la semana pasada divagando sobre la posibilidad de que Internet esté alterando la vieja proporción entre escritores y lectores conforme a la cual se había configurado la industria editorial. Esta última funciona, mayormente, desde el razonable supuesto de que la comunidad de los lectores es muy superior a la de los escritores, por lo que cabe especular con una concentración de la demanda sobre la oferta. Y así es, ciertamente, y seguirá siendo para un determinado estándar libresco, el que satisface masivamente, a través de los best-sellers o de tantos otros productos que aspiran a serlo, un ocio desentendido de una genuina exigencia literaria, estética o intelectual.
Pero entretanto la comunidad de los escritores va creciendo exponencialmente, a ritmo mucho más intenso que la de los lectores, y menudean, gracias a la desinhibición que Internet fomenta, y gracias también a su capacidad de generar foros más o menos públicos -que inmediatamente se asimilan al público mismo-, vocaciones literarias que, alcanzado cierto nivel de persistencia, aspiran a obtener el marchamo objetivo que a la pretendida condición de escritor confiere siempre la publicación física de un libro.
He aquí una ventaja de la que ha de disfrutar aún por mucho tiempo la tradicional industria editorial: el poder objetivador que -en cuanto objeto él mismo- posee el libro. Antes que un fenómeno residual, la proliferación de pequeñas editoriales podría ser el modo en que, al menos en una determinada franja, la industria editorial se adapta a públicos cada vez más sutiles y segmentados, y a un tipo de demanda que, tanto como de los lectores, procede de los propios escritores, más que nunca necesitados de pequeñas estructuras capaces de conectar, sin un coste demasiado elevado, con su potencial comunidad de seguidores.
Un observador malintencionado podría recordar aquí lo que se conoce como vanity press: editoriales especializadas en dar curso a los originales que les mandan autores dispuestos a pagar por ello. Pero no se trata de eso, dado que en las microeditoriales interviene decisiva y saludablemente, a modo de filtro, la vanidad del propio editor, que suele poner su celo en reconocer y en captar tendencias emergentes y gustos glamourosos, y apuesta por su propia aptitud para compartirlos y promoverlos, no sólo a cuenta del negocio que ello pueda entrañar sino del prestigio que conlleva. Aquí también, el paradigma viene a ser el del disc jockey: no mola tanto hacer música como saber pincharla.
Es cierto, sin duda, que bastantes de las nuevas microeditoriales trabajan con los materiales residuales que desechan las editoriales más grandes, y que en este sentido vienen a ocuparse de la casquería de la industria, por mucho que a sí mismas se presenten (y robo el chiste a un amigo) como "el rincón del gourmet". Pero esta relación simbiótica puede establecerse bajo un signo inverso cuando, por virtud de su liviandad, las pequeñas editoriales -al menos las más despiertas y funcionales- son capaces de actuar tentacularmente, y no sólo sirven como radares de lo que está por venir, sino que trabajan positivamente una capilaridad que les está vetada a las grandes y medianas estructuras, permitiendo conexiones en reducida escala, posibilitando pequeños circuitos que se ajustan a la configuración cada vez más reticular de la nueva cultura.