Image: Crítica y canción

Image: Crítica y canción

Mínima molestia

Crítica y canción

Por Ignacio EchevarríaVer todos los artículos de 'Mínima molestia'

9 julio, 2010 02:00

Barthes


Una vieja amiga -ella misma una crítica aguda e inconforme- me escribe para preguntarme, con suave reproche: "¿Por qué no pedirle a la crítica que cante? ¿O tiene la crítica que ser un semáforo, y su valor se resume en la regularidad irreprochable con que cambia de rojo a verde o, indeciso, titubea en ámbar?".

Sobre la segunda pregunta tengo las ideas bastante claras. Pero la primera me coge por sorpresa, y debo admitir que me resulta a la vez extraña y seductora la idea de asociar crítica y canción.

¿De qué modo podría un crítico cantar? ¿Y cómo imaginar una cosa así?

No, no puede tratarse de que el crítico deba asentir. Si el crítico puede o debe cantar, su canción no tiene por qué ser, forzosamente, una alabanza, por mucho que entrañe -y eso es lo determinante-, una experiencia de goce, de felicidad, con toda la complejidad que este término sea capaz de asumir.

Puede que quien más cerca haya estado de ofrecer un marco teórico a la exigencia, sin duda inopinada, de que la crítica cante haya sido Roland Barthes. En sus reflexiones sobre El placer del texto (1973), Barthes sostiene que la crítica nace de la posibilidad de que ese placer sea dicho. Incluso llega a invocar "el placer como principio crítico", al que se opondrían la moralidad de la forma y la constante remisión a los valores considerados "fuertes, nobles".

Sostiene Barthes que "el placer es siempre decepcionado, reducido, desinflado en provecho de los valores fuertes, nobles: la Verdad, la Muerte, el Progreso, la Lucha, la Alegría, etc. Su rival victorioso es el Deseo. Se nos habla continuamente del deseo pero nunca del placer". Y ante esta preeminencia del deseo, jamás satisfecho, Barthes se pregunta si esta palabra no denotará "una idea de clase", es decir, si no entraña una dependencia ideológica. Una sospecha que refuerza, según él, una constatación "bastante grosera pero sin embargo evidente: lo popular no conoce el deseo, sólo placeres".

No es lugar este para asomarse a las perspectivas desestabilizadoras de esta observación. Ni siquiera Barthes se atreve con ello, bastándole imaginar muy soñadoramente una estética "fundada sobre el placer del consumidor, fuese quien fuese, pertenezca a la clase o al grupo que sea, sin consideración de culturas y de lenguajes". Las consecuencias de una estética de este tipo serían, según Barthes, "enormes, incluso desgarradoras". Y como saliendo al paso de ciertas reservas muy previsibles, recuerda que Brecht, nada menos, comenzó a elaborar tal estética del placer, por mucho que de todas sus propuestas sea esta la que se olvida más a menudo.

Barthes cierra su librito sobre El placer del texto postulando una suerte de "escritura en alta voz" cuyo objetivo no serían "la claridad de los mensajes, el teatro de las emociones", sino "los incidentes pulsionales, el lenguaje tapizado de piel, un texto donde se pudiese escuchar el granulado de la garganta, la oxidación de las vocales, toda una estereofonía de la carne profunda: la articulación del cuerpo, de la lengua, no la del sentido, la del lenguaje".

Bueno, bueno, todo esto suena a anticuada cháchara sesentayochista (¿y quién se acuerda hoy, por ejemplo, de Severo Sarduy? Y sin embargo... ah, sin embargo: se reconoce en ello el latido de una utopía cuyo relegamiento a los desvanes resulta elocuente de la orientación general de la cultura contemporánea.

Como sea: ¿cabe pensar en una crítica que se solidarizase fundamentalmente con el placer de la lectura? ¿Sería esa crítica la que atendería a la reclamación de que la crítica cante?

¿Y cómo? ¿Qué ejemplos podrían representarla?

Sin duda algunos textos de Barthes podrían servir para eso. Pero, bien mirado, no hay uno sólo, entre los grandes críticos que en el mundo han sido, del que no pueda decirse de algunas de sus críticas -las mejores, probablemente- que tienen algo de canciones, al menos en el sentido en que George Steiner decía que la crítica es un acto de amor.

POSTSCRIPTUM. Hay otras formas de entender la crítica como canción. Desde hace meses circula por YouTube un desopilante vídeo musical del grupo catalán Els Amics de les Arts. No se lo pierdan. Se titula El Código da Vinci y su letra consiste en la repetición de los títulos de cuatro super ventas: El código da Vinci, La sombra del viento, Trilogía de Nueva York y Pandora en el Congo. ¿Qué más se puede añadir?