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Mínima molestia

Dietética de la lectura

Por Ignacio EchevarríaVer todos los artículos de 'Mínima molestia'

23 julio, 2010 02:00

Ignacio Echevarría


A quienes hemos hecho de leer un oficio, ya sea como editores, como profesores, como críticos, suele ocurrirnos con cierta frecuencia que alguien nos pida que le recomendemos un libro. Ignoro con cuánta ligereza son otros capaces de atender una petición en apariencia tan fácil de satisfacer. Por mi parte, debo confesar -por muy ridículo que resulte- que suele llenarme de perplejidad y de zozobra.

La seguridad con que soy capaz de dirigirme e incluso interpelar a un lector abstracto, impersonal, se deshace en todo tipo de reservas, de escrúpulos y miramientos en cuanto me veo requerido por un lector concreto, tanto peor si sólo me resulta a medias conocido. ¿Cómo saber qué libro podría gustarle, entre tantos posibles?

Si, claro, uno puede despachar la cuestión acudiendo a un título a todas luces inapelable, a un clásico, a un favorito, y quizá se trate simplemente de eso, no digo que no. Pero la pregunta suele realizarse desde una particular constelación de ánimo, de intereses, de expectativas. Habría que hacer algunas averiguaciones, primero, antes de aventurarse con una recomendación que, de otro modo, arriesga ser fallida.

¿Qué otras lecturas lleva hechas el que nos consulta? ¿Qué libros le han gustado últimamente? ¿Qué anda buscando? ¿Para qué?

Saber cualquiera de estas cosas proporcionaría unas pistas básicas a la hora de orientar la recomendación. Y es que resulta insensato pretender que pueda darse, de buenas a primeras, una coincidencia de gusto, de exigencia, de bagaje adquirido.

Y no sólo esto: las circunstancias en que va a hacerse la lectura también cuentan, y bastante. ¿En qué condiciones va a ser emprendida? ¿De cuánto tiempo se dispone para leer? ¿Se trata de leer a ratos, al acostarse acaso, concluida la jornada de trabajo? ¿Se trata (cuestión crucial par calibrar el grosor y el empaque de la recomendación) de una lectura de fin de semana? ¿O está destinada a las vacaciones?

¿Estamos en invierno o en verano? ¿En casa o de viaje? Y si de viaje, ¿a dónde? Pues no es lo mismo, no, de ninguna manera, pensar en un libro para ser leído sobre una tumbona, al lado de la playa o de una piscina, que en un libro para ser leído en alta montaña, en Nueva York, durante un crucero por el Báltico o durante un agotador trekking por vaya usted a saber dónde. Tampoco es lo mismo, ni mucho menos, leer estando sano o achacoso, enamorado o desengañado, por inquietud o por aburrimiento, en paro o con una saneada cuenta bancaria. Por no meterse ahora en consabidos distingos de edad o de género.

Ah, no. Además de materialista, soy, en todo este asunto, determinista. Esto último no sólo respecto a cuestiones en definitiva subjetivas, como las relativas al particular estado de cada cual. Creo además, muy convencidamente, en la influencia del ambiente, del clima, del paisaje sobre la lectura. (Estaba a punto de añadir: "y viceversa", pero, además de exagerado, sonaría contradictorio respecto a lo que vengo diciendo, si bien no lo es del todo, no del todo, ni mucho menos. Por aquí, sin embargo, nos asomamos a perspectivas que nos llevarían demasiado lejos.)

El lector se estará preguntando, con buenas razones, si no estaré confundiendo el sencillo y amigable acto de recomendar un libro con una peliaguda cuestión dietética. Y algo podría haber de eso, lo admito. Por lo demás, en una cultura que tiende a desactivar al crítico y dejarlo fuera de lugar, una de las salidas que podrían ofrecérsele a éste sería la de reconvertirse en una especie de dietista literario, o cultural, o espiritual, según las ínfulas que quiera darse. No hay por qué desdeñar esta posibilidad. Existen editoriales, por otro lado, que, cada vez más, parecen funcionar ellas mismas con determinados criterios dietéticos, es decir, que postulan un lector perfilado generacional y culturalmente, incluso social y económicamente.

La llamada literatura de género resuelve de raíz buena parte de estas incertidumbres que tanto parecen complicarme. Presuponen una amalgama de motivaciones ya dadas que despeja y reduce los criterios de búsqueda y discernimiento.

En el campo más abierto de la literatura sin etiquetar, sin embargo, las circunstancias concretas y las motivaciones particulares de cada lector, individualmente considerado, plantean una ecuación cuya incógnita es ese libro, precisamente ese libro que, oportunamente recomendado, las satisfaría del modo más feliz y radiante y provechoso.

Vaya responsabilidad acertar con él.

Quien lo consiga, bendito sea.