El boom, el Nobel, y tantos años después
Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'
29 octubre, 2010 02:00Ignacio Echevarría
Pese a lo cual, vale la pena considerar la muy celebrada decisión de la Academia de premiar a Mario Vargas Llosa como un refrendo de la situación tan pujante que en los últimos años parece que vuelve a vivir la narrativa latinoamericana, y comparar el significado de este galardón con el que pudo tener el concedido a Gabriel García Márquez en 1982.
El premio a García Márquez fue tomado en su día como un reconocimiento a la potencia creativa del fenómeno conocido como boom de la narrativa latinoamericana, que en aquel entonces ya casi había agotado su onda expansiva. Entre las razones de que así fuera se contó el azote de las brutales dictaduras que en los años setenta se adueñaron de varios países de continente. Uno de los factores cohesionadores del boom, no hay que olvidarlo, fue el horizonte utópico y vanguardista que había abierto en los sesenta la Revolución cubana. En los setenta, por el contrario, la represión y el exilio ensombrecieron el panorama, y contribuyeron a disolver buena parte del impulso sobre el que el boom se aupó.
Las actitudes izquierdistas y la abierta simpatía de García Márquez hacia la Cuba de Fidel Castro no fueron inconveniente, antes al contrario, a la hora de concederle el Nobel. García Márquez, por otro lado, encarnaba, en un óptimo grado de éxito y de popularidad en todo el mundo, el hallazgo de nuevas fórmulas narrativas a la hora de sondear, con espíritu modernizador, pero con arraigo en las tradiciones propias, la singularidad de una realidad y de una experiencia específicamente latinoamericanas.
La concesión, tres décadas después, del premio Nobel a Mario Vargas Llosa, viejo amigo y compañero de García Márquez, se produce en un escenario completamente distinto, y posee un significado del todo diferente. Sólo tácitamente cabe interpretar este Nobel como un reconocimiento a la energía renovadora del boom. El perfil de Vargas Llosa, aunque sin duda asociado a aquel fenómeno -del que fue protagonista muy destacado-, hoy ya no se dibuja preferiblemente sobre aquel trasfondo. En todo este tiempo se ha consolidado su tendencia divulgadora y cosmopolita, con progresiva mengua de la tensión que en sus primeras novelas imponían sus esfuerzos por captar, con recursos más experimentales, la especificidad de la experiencia latinoamericana. Aun cuando aborda asuntos latinoamericanos, lo hace ahora con lenguaje y enfoques bien adaptados al público internacional al que fundamentalmente se dirige. En este sentido, no deja de ser elocuente que Vargas Llosa sea, entre los autores estandarte del boom, el más invocado y elogiado por las nuevas promociones de escritores latinoamericanos, que tienden a ignorar a Carlos Fuentes y se muestran evasivas cuando no reacias a la pesada huella de García Márquez y del realismo mágico.
El modelo literario de Vargas Llosa es el que mejor parece adaptarse a la vocación de la mayor parte de los jóvenes ansiosos por ingresar en los circuitos internacionales de la edición y asimilarse a la cultura global de la que son partícipes y consumidores.
En el plano ideológico, la comprensión y la anuencia generalizadas con las posiciones de Mario Vargas, a menudo alineadas con lo que se entiende por derecha política, son expresivas del sustancial cambio operado -incluso dentro de la Academia sueca- en los criterios conforme a los que solía connotarse hasta hace bien poco el compromiso del escritor. El desleimiento de la izquierda y de qué cosa significa para tantos esta etiqueta -aplicada también a la literatura, y no sólo a las actitudes políticas- se hace patente en los intentos -por parte de quienes aceptan todavía emplearla e incluso suscribirla, siquiera tímidamente- por adosar dicha etiqueta al liberalismo radical de Mario Vargas. Ejemplar en este sentido es el artículo dedicado por Javier Cercas a "La izquierda y Vargas Llosa" (en El País), en el que dice que "no todas las ideas de Vargas Llosa" le parecen "inmediatamente útiles y aceptables" por aquélla.
La gracia de esta afirmación está, como nadie dejará de apreciar, en el empleo del adverbio "inmediatamente".
Pues todo se andará, como estamos viendo.