Image: La fama

Image: La fama

Mínima molestia

La fama

Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'

26 noviembre, 2010 01:00

Ignacio Echevarría


"Yo siempre he sido famosa, lo que pasa es que nadie se había dado cuenta". Esta frase de Lady Gaga es mucho más que una boutade: es una declaración de principios que por sí sola basta para justificar el crédito del que goza esta cantante como ideóloga de eso mismo, de la fama.

De su primer álbum, titulado The Fame, Lady Gaga dijo que "habla de cómo cualquiera puede sentirse famoso". Y añadía: "La cultura pop es arte. Yo la he adoptado y ese es mi concepto de fama. Pero es una fama para compartir. Quiero invitaros a todos a la fiesta, quiero que la gente se considere parte de esta forma de vida".

Lady Gaga suele ser considerada una seguidora de Andy Warhol. Pero sus posiciones van bastante más allá que las de éste. De hecho, suponen un salto cualitativo.

La célebre frase de Warhol acerca de los quince minutos de fama a los que cualquiera de nosotros tiene derecho a aspirar en la vida, da carta de naturaleza a una situación de hecho: la fama, antaño ligada al reconocimiento social de determinadas virtudes, a una cierta eticidad, a algún tipo de excelencia, posee en la actualidad un carácter casi fortuito, accidental.

Warhol sugiere que todos podemos alcanzar la fama, basta un golpe de suerte, cierto sentido de la oportunidad o la inteligente instrumentalización de los canales mediáticos. La fama es democrática: viene a ser una suerte de lotería (¿se acuerdan de "La lotería en Babilonia", ese cuento de Borges?) en la que todos participamos por el simple hecho de ser ciudadanos expuestos, en cuanto tales, a que las cámaras nos enfoquen en un momento dado, por las razones que sea.

La fama, según Warhol, es en cualquier caso algo que llega de fuera para investir al afortunado de una eventual notoriedad. Lady Gaga, en cambio, sugiere que la fama es una potencia del sujeto, una cualidad que puede o no manifestarse pero que le pertenece congénitamente.

El mérito del famoso al que reconocemos como famoso no consiste en otra cosa, según Lady Gaga, que en hacer aflorar -como es su caso- la fama que lleva dentro.

La diferencia con el concepto de fama de Warhol es sustancial. Así planteado, el asunto puede parecer una majadería, pero, si se considera bien, resulta determinante de las actitudes de muchos; y lo es, sobre todo, de las que se reconocen en la mayor parte de escritores y artistas.

En el fondo, lo que dice Lady Gaga viene a ser lo mismo que hemos oído tantas veces decir acerca de que uno no "se hace", sino que "nace" artista o escritor. También ellos, los escritores y artistas, pretenden haberlo sido siempre, da igual que lo demás nos hayamos dado cuenta. En consecuencia, el trabajo del artista o escritor no consiste tanto en hacerse propiamente artista o escritor (eso ya lo es de partida) como en hacerse famoso.

Dejó dicho Adorno que el ascendente de la fama en nuestra cultura es directamente proporcional al descrédito de la posteridad. Antaño, la confianza en su propio arte sostenía al artista que padecía el anonimato o la adversidad, confiado como estaba en que, si no sus contemporáneos, al menos sí la posteridad terminaría reconociéndolo. En la actualidad, esa perspectiva ha dejado de existir, y no sólo la del artista, sino la condición misma del arte se juega en la ruleta de la fama. El escritor o artista se siente así impelido a dedicar la mayor parte de sus energías en actuar como promotor de sí mismo. Escribe Adorno: "Los escritores que quieren hacer carrera hablan de sus agentes con tanta naturalidad como sus antepasados del editor, que ya se valía hasta cierto punto de la publicidad. Se toma el ser conocido y, por tanto, la posibilidad en la perduración -¿pues qué probabilidad de ser recordado tiene en la sociedad hiperorganizada lo que no hubiese sido antes conocido?-, como asunto personal de gestión". Y añade Adorno (con cierto choteo) que, como antes a los curas, se compran ahora a los periodistas las expectativas de inmortalidad.

En cuanto a eso que dice Lady Gaga sobre compartir la fama e invitarnos a todos a su fiesta, está muy claro lo que significa: mientras los famosos ríen, los demás, identificados con ellos, nos ponemos a aplaudir. La forma más común y accesible de disfrutar de la fama viene a ser, en definitiva, la de actuar como claquer.

Y así vamos todos, aplaudiendo hasta en los entierros.