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Mínima molestia

Otra escritura

Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'

11 febrero, 2011 01:00

Ignacio Echevarría


Permítame Luis María Anson, que tiene en este suplemento la primera palabra, salir al paso de algunas cosas que dice en su columna de hace dos semanas. La columna se titulaba, algo estentóreamente, "Los SMS desafían al idioma", y venía a proponer la creación de un cuerpo de correctores de estilo dedicado a velar por que los SMS que masivamente se reproducen a diario en las pantallas de los televisores se den "con una redacción adecuada y una ortografía correcta". Como miembro que es de la Real Academia Española, Anson sugería al nuevo director de esta benemérita institución (que ostenta por lema, como es bien sabido, eso de "Limpia, fija y da esplendor") que trate de persuadir "a los presidentes y directores de los diversos canales de televisión" de "lo positivo que resultaría para la pureza del idioma la contratación de correctores de estilo, de manera que los SMS no se conviertan como ahora en un arma devastadora".

No da la impresión de que "la pureza del idioma" sea asunto que preocupe, ni mucho ni poco, a los "presidentes y directores de los diversos canales de televisión". Y entretanto causa cierto escándalo que pueda invocarse esa presunta "pureza", que está muy lejos de ser un atributo de la lengua. Pues si algo hay sustancialmente impuro, susceptible a toda suerte de poluciones, eso es la lengua que todos usamos, ya sea en viva voz o por escrito, según prueban mejor que nada los trabajos de Sísifo que asumen los académicos de la RAE, siempre a la zaga de atrapar en su diccionario, obsoleto por definición, la vitalidad, la escurridiza naturaleza de esa lengua que tanto los ocupa.

Pretende Anson que la RAE establezca "normas para regular las abreviaturas e impedir que los SMS lesionen la lengua de Cervantes y Borges". Pero eso es como pretender poner puertas al campo, fuera de que, del mil seiscientos a esta parte, la lengua de Cervantes ha sido lesionada de todas las formas posibles (entre otros, por el propio Borges).

El fenómeno que registra Anson -esos cien millones de SMS que diariamente se envían los españoles a través del teléfono móvil- es merecedor, ciertamente, de toda la atención, y viene a reforzar la impresión de que, contra todo pronóstico, las nuevas tecnologías han dado lugar a una nueva era alfabética, como bien observaba Umberto Eco. Ya no se trata del resurgir de una inédita y vastísima literatura epistolar, sino más bien de la emergencia de lo que cabe describir como una especie de "habla escrita", es decir, de una escritura sometida a la inmediatez, a la urgencia, a la improvisación, a la economía, a las irregularidades del habla coloquial: un nuevo registro idiomático que, por virtud precisamente de su extensión y de su novedad, se sustrae más que ningún otro -al menos de momento- a toda voluntad de ordenamiento.

Antes que conseguir adaptar la sintaxis y la ortografía de los SMS a las normas de la RAE, parece más probable que aquéllas generen la suyas propias, y que cumpla a la RAE diseñar imaginativamente un marco específico en el que darles cabida.

Reclamaciones como las de Anson, por otro lado, se diría que compadecen mal con las directrices de corte populista que emanan de la última Ortografía de la RAE, que ha dado pie a muy razonables reservas, algunas de ellas expresadas por quienes ostentan la condición de académicos. Es el caso de Javier Marías, quien, cuando se escriben estas líneas, parece haber emprendido, bajo el título "Discusiones ortográficas", una serie de artículos dedicados a cuestionar lo que se le antojan decisiones "discutibles o arbitrarias", destinadas, a su parecer, "a facilitarles las cosas a los perezosos e ignorantes".

La tecnología digital esta generando nuevos códigos obdientes a impulsos, a reflejos, a parámetros que poco tienen que ver con los que determinan la escritura corriente, por veloz o improvisada que sea. De hecho, satisfacen -como antaño la escritura de los telegramas, o la de la publicidad clasificada- necesidades distintas y bien diferenciadas por los usuarios, de manera que sólo remotamente cabe pensar (y sólo en relación a capas de la población prácticamente ágrafas) que sus modos terminen por impregnar y contaminar la escritura corriente, convencional.

Pero aun en el caso de que así fuera, de poco serviría resistirse a ello, y mejor sería ir pensando en dos Gramáticas y en dos Ortografías distintas antes que pretender regular con una sola dos niveles de escritura que se manifiestan radicalmente inconciliables.